XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 20, 1-16: Trabajarores en su obra

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio:   


“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: “El Reino de los cielos es semejante a un propietario que, al amanecer, salió a contratar trabajadores para su viña. Después de quedar con ellos en pagarles un denario por día, los mandó a su viña. Salió otra vez a media mañana, vio a unos que estaban ociosos en la plaza y les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña y les pagaré lo que sea justo’. Salió de nuevo a medio día y a media tarde e hizo lo mismo.

Por último, salió también al caer la tarde y encontró todavía otros que estaban en la plaza y les dijo: ‘¿Por qué han estado aquí todo el día sin trabajar?’ Ellos le respondieron: ‘Porque nadie nos ha contratado’. E1 les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña’. A1 atardecer, el dueño de la viña le dijo a su administrador: ‘Llama a los trabajadores y págales su jornal, comenzando por los últimos hasta que llegues a los primeros’. Se acercaron, pues, los que habían llegado al caer la tarde y recibieron un denario cada uno.

Cuando les llegó su turno a los primeros, creyeron que recibirían más; pero también ellos recibieron un denario cada uno. Al recibirlo, comenzaron a reclamarle al propietario, diciéndole: ‘Esos que llegaron al último sólo trabajaron una hora, y sin embargo, les pagas lo mismo que a nosotros, que soportamos el peso del día y del calor’.

Pero él respondió a uno de ellos: ‘Amigo, yo no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no quedamos en que te pagaría un denario? Toma, pues, lo tuyo y vete. Yo quiero darle al que llegó al último lo mismo que a ti. ¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que yo quiero? ¿O vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?’ De igual manera, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos” (Mt 20, 1-16)

¡Palabra del Señor!
¡Gloria ti, Señor Jesús!

Comentario

Jesús, por medio de diferentes parábolas, nos presenta qué es y cómo se construye el Reino de Dios. Ciertamente, sus pensamientos no equivalen a los nuestros (cf Is 55,6-9). Para El, los últimos son los primeros, y éstos son los últimos. Nuestro sentido de justicia no es igual al suyo, pues El la combina con su generosidad, con su misericordia.

Rebasa nuestros méritos y nos da mucho más. A todos nos invita a colaborar, a dar manos a la obra, para que su Reino se haga presente en nuestras circunstancias históricas. No basta con reclamos y lamentos. Lo que cambia al mundo es nuestra aportación, nuestro trabajo, aunque sea por una sola hora.

El Papa, los obispos, los sacerdotes, los diáconos y las religiosas, hemos consagrado nuestras vidas al Reino de Dios. Pero no somos los únicos que hacemos la Iglesia, los únicos que damos manos a la obra por la transformación de la sociedad conforme al plan de Dios. Ahora es el tiempo de los fieles laicos, de los seglares. A ello han convocado, desde hace más de cuarenta años, el Concilio Vaticano II y los documentos pontificios y episcopales.

Sin embargo, como dijimos con toda claridad en el Documento de Santo Domingo, “se comprueba que la mayor parte de los bautizados no han tomado aún conciencia plena de su pertenencia a la Iglesia. Pocos asumen los valores cristianos como un elemento de su identidad cultural y por lo tanto no sienten la necesidad de un compromiso eclesial y evangelizador” (No. 96).

Por ello, expresa el Documento de Aparecida: “Esta V Conferencia, recordando el mandato de ir y de hacer discípulos (cf. Mt 28, 20), desea despertar la Iglesia en América Latina y El Caribe para un gran impulso misionero. No podemos desaprovechar esta hora de gracia. ¡Necesitamos un nuevo Pentecostés! ¡Necesitamos salir al encuentro de las personas, las familias, las comunidades y los pueblos para comunicarles y compartir el don del encuentro con Cristo, que ha llenado nuestras vidas de “sentido”, de verdad y amor, de alegría y de esperanza!

No podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos, sino urge acudir en todas las direcciones para proclamar que el mal y la muerte no tienen la última palabra, que el amor es más fuerte, que hemos sido liberados y salvados por la victoria pascual del Señor de la historia, que Él nos convoca en Iglesia, y que quiere multiplicar el número de sus discípulos y misioneros en la construcción de su Reino en nuestro Continente.

Somos testigos y misioneros: en las grandes ciudades y campos, en las montañas y selvas de nuestra América, en todos los ambientes de la convivencia social, en los más diversos “areópagos” de la vida pública de las naciones, en las situaciones extremas de la existencia, asumiendo ad gentes nuestra solicitud por la misión universal de la Iglesia”.

Como Iglesia, no nos podemos quedar indiferentes ante la situación del país, como lo ha recordado el Papa Benedicto XVI a los obispos mexicanos: “Hoy México vive un proceso de transición caracterizado por la aparición de grupos que, a veces de manera más o menos ordenada, buscan nuevos espacios de participación y representación.

Muchos de ellos propugnan con particular fuerza la reivindicación en favor de los pobres y de los excluidos del desarrollo, particularmente de los indígenas. Los profundos anhelos de consolidar una cultura y unas instituciones democráticas, económicas y sociales que reconozcan los derechos humanos y los valores culturales del pueblo, deben encontrar un eco y una respuesta iluminadora en la acción pastoral de la Iglesia”. Por lo tanto, hoy el Señor nos exhorta a poner todos manos a la obra en su viña.