XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 28,16-20: Domingo Mundial de las Misiones

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio:   


"En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado. Al ver a Jesús, se postraron, aunque algunos titubeaban. Entonces, Jesús se acercó a ellos y les dijo: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.

Vayan, pues, y enseñen a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolas a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28,16-20).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Comentario

Hoy celebramos el DOMUND, o Domingo Mundial de las Misiones. Su objetivo es procurar que todos los bautizados se hagan corresponsables de la misión confiada por Jesús a su Iglesia, para que la salvación llegue a todo el mundo, sobre todo a los no creyentes.

Dos terceras partes de la población actual del mundo aún no creen en Jesucristo. Ante este hecho, no podemos quedarnos cruzados de brazos, constatando esta realidad con indiferencia, pues, según los caminos ordinarios de salvación, si alguien no acepta a Jesús como Salvador, no puede tener vida eterna.

Es verdad que Dios puede tener muchos medios para salvar a la humanidad, pero explícitamente nos ha revelado en la Biblia que toda salvación depende de aceptar o rechazar a Jesucristo y de pertenecer a su Iglesia.

Hay muchas formas de evangelizar. En primer lugar, los padres de familia han de procurar que sus hijos sean bautizados tan pronto sea posible. Pueden recibir las pláticas prebautismales desde antes de que nazca su criatura y no dejar pasar los meses sin esa gracia para los niños.

Yo fui bautizado al siguiente día de haber nacido, y se lo agradezco de corazón a mis padres. Al crecer los hijos, los papás han de tener cuidado de que sean catequizados y hagan su Primera Comunión, de los 8 ó 9 años en adelante; que participen en la misa dominical, junto con la familia; que conozcan la Biblia y que, en la adolescencia y en la juventud, se integren a grupos de crecimiento en la fe, para que reciban la Confirmación.

Este sacramento se recibe a partir de la Primera Comunión y durante los años de la pubertad, que es cuando los adolescentes empiezan a ser más conscientes de su bautismo y a tener más dudas sobre la religión.

En segundo lugar, podemos ayudar también a que la fe llegue a todos los rincones de la tierra, por medio de la oración. Hay que pedir a Dios que nos conceda más vocaciones misioneras, masculinas y femeninas. Que haya más jóvenes decididos y generosos, capaces de consagrar todo su ser a las misiones.

Y que los catequistas, religiosas, seminaristas, diáconos, sacerdotes y obispos tengamos más conciencia misionera. Nuestro plan Diocesano de Pastoral aboga en su Objetivo General por impulsar una “Iglesia servidora y misionera”.

En tercer lugar, también se puede hacer mucho para que la fe se extienda, ofreciendo por las misiones las penas, dolores y circunstancias difíciles que padecemos. En vez de lamentos y desesperación, hay que ofrecer a Dios nuestros sufrimientos, uniéndolos al sacrificio redentor de Jesús.

En este sentido, los enfermos pueden ser los más grandes misioneros, aunque nunca dejen su lecho de dolor, como lo hizo santa Teresita de Jesús, que nunca salió de su convento, pero ofreció sus oraciones y sus penas por la difusión de la fe. Es la patrona de las misiones.

En cuarto lugar, las obras misioneras requieren nuestra aportación económica, pues en los países a donde van los misioneros, los católicos son pocos. Las escuelas, los hospitales, la construcción de capillas y la manutención de los misioneros, dependen de que nosotros les ayudemos.

Por ello, colaborar con ayuda monetaria es también signo de espíritu misionero. No dejemos de aportar hoy, algo o mucho, de acuerdo a la generosidad de su corazón. La colecta de las Misas en este día, es íntegra para las Misiones.

En quinto lugar, todos habríamos de sentir la urgencia de evangelizar, como dice San Pablo: "Ay de mí, si no anuncio el Evangelio". Para ello, no es necesario ir a países lejanos. Hay muchas personas indiferentes o sin religión, empezando quizá por la propia familia, los vecinos, los compañeros, los amigos y tantas gentes con quienes nos relacionamos en la vida diaria.

En los últimos años, en nuestra Arquidiócesis no ha habido descenso en el número de Católicos, gracias al intenso trabajo pastoral de obispos, sacerdotes y religiosas que han dejado su vida por estas tierras y, sobre todo, al servicio evangelizador de un gran número de diáconos, catequistas y apóstoles seglares, que cada día toman más conciencia y participación en la misión de la Iglesia. Los evangelizadores laicos son nuestra esperanza.

Sin ellos, es imposible llegar a todos los lugares, personas y ambientes que requieren ser evangelizados. Y gracias a los esfuerzos por promover la pastoral vocacional, están aumentado un poco las vocaciones sacerdotales y religiosas. Y nosotros, ¿qué vamos a hacer para que el Evangelio de Jesús llegue a más personas y se salven?