Conmemoración de los Fieles Difuntos

Mt 25, 31-46: Fieles difuntos

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio:   


"En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Cuando venga el Hijo del hombre, rodeado de su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria. Entonces serán congregadas ante él todas las naciones, y el apartará a los unos de los otros, como aparta el pastor a las ovejas de los cabritos, y pondrá a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda.

Entonces dirá el rey a los de su derecha: “Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, encarcelado y fueron a verme”.

Los justos le contestarán entonces: “¿Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos a ver? Y el rey les dirá: “Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron”.

Entonces dirá también a los de la izquierda: “Apártense de mí, malditos; vayan al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles; porque estuve hambriento y no me dieron de comer, sediento y no me dieron de beber, era forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y no me vistieron, enfermo y encarcelado y no me visitaron”.

Entonces ellos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de forastero o desnudo, enfermo o encarcelado y no te asistimos?” Y él les replicará: “Yo les aseguro que cuando no lo hicieron con uno de aquellos más insignificantes, tampoco lo hicieron conmigo”. Entonces irán éstos al castigo eterno y los justos a la vida eterna”. (Mt 25, 31-46).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Comentario

Hoy hacemos memoria de nuestros difuntos. Pero no es tanto un recuerdo sentimental, pasajero e intrascendente, sino una ocasión para acrecentar “la comunión de los santos”; es decir, de estar cerca, por la fe y por el amor, con aquellos que se nos han adelantado hacia la patria eterna y definitiva.

Celebramos hoy el triunfo de la vida sobre la muerte, pues “nosotros estamos seguros de pasar de la muerte a la vida” (Jn 3, 14) y “para los creyentes la vida no termina, se transforma y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”. (Prefacio de la Misa de Difuntos)

La liturgia católica nos ofrece diversos textos bíblicos, para sostener nuestra fe y esperanza en la resurrección; es decir, en la vida eterna que Dios nos ha prometido. Y la fe en que también nosotros resucitaremos, se basa en el hecho de que Jesús venció a la muerte y ya nunca más morirá.

Él triunfó definitivamente sobre la muerte, y con su resurrección nos asocia a su triunfo, si es que nos decidimos a unirnos a El por la fe y por la obediencia a su Palabra. Si no hubiera resurrección, será inútil celebrar este día; se reduciría a un mero folklore, como el de aquellos que, en vez de vivir las tradiciones de nuestros mayores, se han contagiado del “hallowen”, reduciendo esta fecha a una “fiesta de brujas”. ¡Qué reducción tan lamentable!

Este día de los difuntos responde a la esperanza que todo ser humano tiene de rebasar la existencia temporal y de poder entrar en la eternidad de Dios. En las diferentes culturas de todos los tiempos, este factor de esperanza en otra vida ha sido constante y determinante. En el cristianismo, adquiere una certeza incomparable, porque no se basa en aspiraciones meramente humanas, sino en el hecho de que, en Cristo, sí es posible vencer a la muerte y trascender.

Entre los signos más universales que han sido asumidos por la liturgia católica, resaltan las velas y las flores. Las velas significan la luz eterna, que se desea y se pide para los difuntos. Oramos para que venzan la oscuridad de la muerte y posean la claridad indeficiente, que es Dios mismo.

Las flores significan la vida, la frescura y la fiesta interminable, que anhelamos para ellos. Queremos que vivan como en un jardín, en un paraíso feliz, donde nada les haga falta. Por ello, no podemos dejar de llevarles flores a su tumba. Expresan nuestros deseos más profundos de fiesta perenne para ellos.

Es necesario advertir, sin embargo, que lo que más sirve a nuestros difuntos es la oración que hacemos por ellos, para que Dios les perdone sus pecados y les conceda la vida eterna. Y la oración por excelencia es la celebración de la Santa Misa por su intención. Recordemos que “una flor se marchita, una lágrima se evapora, pero la oración sube hasta el corazón de Dios”. (S. Agustín).

Por otra parte, este es un día muy propio para convivir como familia, precisamente en torno a la memoria de nuestros difuntos. Es la oportunidad para fortalecer los vínculos familiares, gracias al recuerdo vivo de nuestros seres queridos, cuya presencia sigue siendo muy real. Honremos, pues, a nuestros difuntos con los signos de nuestra cultura, y no nos dejemos invadir por costumbres extranjeras, que nada tienen que ver con la fe en la vida eterna.