XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 25, 1-13: No sabemos ni el día ni la hora

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio:   


En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: “El Reino de los cielos es semejante a diez jóvenes, que tomando sus lámparas, salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran descuidadas y cinco, previsoras.

Las descuidadas llevaron sus lámparas, pero no llevaron aceite para llenarlas de nuevo; las previsoras, en cambio, llevaron cada una un frasco de aceite junto con su lámpara. Como el esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron.

A medianoche se oyó un grito: “¡Ya viene el esposo! ¡Salgan a su encuentro!” Se levantaron entonces todas aquellas jóvenes y se pusieron a preparar sus lámparas, y las descuidadas dijeron a las previsoras: ‘Dennos un poco de su aceite, porque nuestras lámparas se están apagando’. Las previsoras les contestaron: ‘No, porque no va a alcanzar para ustedes y para nosotras. Vayan mejor a donde lo venden y cómprenlo’.

Mientras aquéllas iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban listas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras jóvenes y dijeron: “Señor, señor, ábrenos”. Pero él les respondió: “Yo les aseguro que no las conozco”. Estén, pues, preparados, porque no saben ni el día ni la hora”. (Mt 25, 1-13).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Comentario

Estamos ya terminando el Año Litúrgico de las celebraciones de la Iglesia, y la liturgia nos invita a prepararnos para vivir con responsabilidad y esperanza las realidades últimas, a las que nos deberemos enfrentar, tarde o temprano.

Con la parábola de las diez jóvenes invitadas a formar el cortejo nupcial de un novio para su boda, se nos invita a estar siempre bien preparados para cuando Dios nos haga llegar a su presencia.

Hay bastantes católicos con muy poco aceite, o quizá con la lámpara de su fe ya a punto de extinguirse, si no es que ya está apagada. No leen la Sagrada Escritura, no estudian el Catecismo de la Iglesia Católica, que asume la iluminación bíblica y la proyecta a las realidades actuales, y no han leído los documentos del Concilio Vaticano II, que marcan la pauta por donde quiere caminar la Iglesia, iluminada por el Espíritu Santo.

Desconocen las encíclicas y exhortaciones de los Papas, los documentos de las Conferencias del Episcopado Latinoamericano (1955 en Río de Janeiro, 1968 en Medellín, 1979 en Puebla, 1992 en Santo Domingo y 2007 en Aparecida, Brasil)); y los del Episcopado mexicano. Casi no participan semanalmente en la Misa, ni hacen oración... ¡Cómo van a estar preparados!

La advertencia de Jesús no deja lugar a dudas: “Estén preparados, porque no saben ni el día ni la hora”. Estamos en el otoño del año, y nos acercamos al invierno. En la montaña las hojas de los árboles caen, el hielo seca los campos y mata las flores. Estamos al final de una etapa de la naturaleza.

Debería ser tiempo de cosecha, de tener almacenado suficiente aceite, de hacer un recuento de lo que hemos logrado en la vida y de prepararnos para lo que pueda venir. Es un principio de sabiduría estar listos para cuando Dios nos llame, que puede ser cuando menos lo imaginemos.

La muerte, si morimos en Cristo, es el paso necesario para ir al encuentro del Señor. Por tanto, hay que estar esperando que nos abra las puertas, para entrar con él al cielo, que es lo mejor que nos puede pasar. ¿De qué nos serviría vivir cientos de años, si se nos cierran las puertas de la felicidad eterna? No temamos, pues, a la muerte.

Podemos temer los dolores y sufrimientos de algunas enfermedades graves, porque a lo mejor se nos acaba el aceite de la paciencia, de la fortaleza, de la fe y de la esperanza. Para esos momentos, pidamos a amigos y parientes que alimenten nuestra lámpara con el aceite de los sacramentos, con la confesión y unción de los enfermos, con la comunión eucarística, con la meditación de la Palabra de Dios y la oración. Así, cuando el Señor llegue, entraremos con él al banquete de bodas, al cielo.

Jóvenes, sean sabios y prudentes; almacenen la sabiduría de Dios y tendrán fiesta para siempre. No hagan consistir su sabiduría en experimentar todos los placeres, porque se van a quedar fuera, en la noche y el frío, en la soledad y en la frustración. Si no ponen cimientos a su presente y a su futuro, ante cualquier problema o adversidad se van a derrumbar.

Lo que decimos a los jóvenes, vale para todos: para los esposos y los ancianos. También para los consagrados, pues si un sacerdote o una religiosa no alimentan su lámpara, se sienten vacíos, no le encuentran sabor a su vocación y no atraen nuevas vocaciones. Es lo mismo que les decimos a los gobernantes, a los elegidos a puestos públicos, a los legisladores y a todos los líderes de cualquier índole: Que no se les apague la lámpara de la fe que recibieron en su bautismo.

Para ello, que encuentren la forma de seguir alimentando su aceite, de fortalecer y profundizar sus convicciones religiosas, respetando el justo pluralismo de un Estado Laico. Estemos pues, preparados con la lámpara encendida de nuestra fe, porque no sabemos ni el día ni la hora.