XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mt 25, 14-30: Los talentos que Dios nos dió

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio:   


Dijo Jesús: Escuchen también esto. Un hombre estaba a punto de partir a tierras lejanas, y reunió a sus servidores para confiarles todas sus pertenencias. Al primero le dio cinco talentos de oro, a otro le dio dos, y al tercero solamente uno, a cada cual según su capacidad. Después se marchó.

El que recibió cinco talentos negoció en seguida con el dinero y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo otro tanto, y ganó otros dos. Pero el que recibió uno cavó un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su patrón. Después de mucho tiempo vino el señor de esos servidores y les pidió cuentas.

El que había recibido cinco talentos le presentó otros cinco más, diciéndole: "Señor, tú me entregaste cinco talentos, pero aquí están otros cinco más que gané con ellos." El patrón le contestó: "Muy bien, servidor bueno y honrado; ya que has sido fiel en lo poco, yo te voy a confiar mucho más. Ven a compartir la alegría de tu patrón."

Vino después el que recibió dos, y dijo: "Señor, tú me entregaste dos talentos, pero aquí tienes otros dos más que gané con ellos." El patrón le dijo: "Muy bien, servidor bueno y honrado; ya que has sido fiel en lo poco, yo te confiaré mucho más. Ven a compartir la alegría de tu patrón".

Por último vino el que había recibido un solo talento y dijo: "Señor, yo sabía que eres un hombre exigente, que cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has invertido. Por eso yo tuve miedo y escondí en la tierra tu dinero. Aquí tienes lo que es tuyo." Pero su patrón le contestó: "¡Servidor malo y perezoso! Si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he invertido, debías haber colocado mi dinero en el banco. A mi regreso yo lo habría recuperado con los intereses.

Quítenle, pues, el talento y entréguenselo al que tiene diez. Porque al que produce se le dará y tendrá en abundancia, pero al que no produce se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese servidor inútil, échenlo a la oscuridad de afuera: allí será el llorar y el rechinar de dientes." (Mt 25, 14-30).

¡Palabra del Señor! ¡Gloria a ti, Señor Jesús!.

Comentario.

En este penúltimo domingo del llamado "Tiempo Ordinario", Jesús nos habla de su venida final, cuando todos seremos llamados a cuentas, para examinar qué hicimos con los dones que recibimos. Esa venida del Señor puede acontecer en cualquier momento y nadie sabe el día preciso.

Por ello, hagamos caso a lo que dice San Pablo: "El día del Señor llegará como un ladrón en la noche... De repente vendrá... Pero a ustedes, hermanos, ese día no los tomará por sorpresa, porque ustedes no viven en las tinieblas, sino que son hijos de la luz y del día, no de la noche y las tinieblas. Por lo tanto, no vivamos dormidos, como los malos; antes bien, mantengámonos despiertos y vivamos sobriamente" (1 Tes 5,1-6).

La parábola del Evangelio de hoy es muy elocuente. Dios nos encarga sus bienes, para que los trabajemos y los hagamos rendir frutos e intereses. Esos bienes son la tierra, los astros y toda la naturaleza. También la vida, la familia, las cualidades personales. Sobre todo, los bienes sobrenaturales: el bautismo, la fe, la gracia, la caridad, los sacramentos, la esperanza, la Iglesia.

Todo es regalo, no mérito nuestro. Sin embargo, no son tesoros para esconder, sino para hacerlos producir. El trabajo es un derecho y una obligación. Y quien trabaja, no se queda sin alimento, pues Dios da de comer hasta a los pájaros, pero no en el nido; tienen que salir a buscar y no se mueren de hambre.

Ciertamente a Dios no le gustan los perezosos, los que sólo lamentan y critican, pero nada hacen por desarrollar sus capacidades; los que esconden o desconocen sus talentos y dicen que nada les sale bien y que son un fracaso en la vida y, por ello, a veces piensan en el suicidio.

Dios no quiere que seamos unos acomplejados y amargados; mucho menos unos envidiosos y destructivos de quienes sí han desarrollado sus cualidades y han logrado notables éxitos. No hay que ser de los que culpan a los demás, e incluso al mismo Dios, como responsables de sus propios males, como si Dios fuera injusto, pues piensan que a otros les concedió muchos dones, y a ellos nada.

Esto no es así. A cada quien, Dios le concede la vida porque lo necesita para algo; para vivir esa vocación, El le da los medios necesarios; de nosotros depende que sepamos aprovechar las oportunidades que nos concede y le demos sentido a la existencia.

Me baso en la Palabra de Dios y en la experiencia de mi historia personal. Yo soy hijo de un carpintero ebanista, quien, con su trabajo arduo y creativo, nos sacó adelante a ocho hijos, a pesar de que le tocaron tiempos mucho peores que los presentes.

Nunca lo vi borracho, apostador, derrochador o con otros vicios; tampoco tenía amistades contrarias a su matrimonio. Nunca pensó que la solución a sus limitaciones económicas eran la violencia, apropiarse de lo ajeno, asaltar o secuestrar. Por lo contrario, siempre fue muy trabajador, con iniciativa y creatividad para lograr el sustento de cada día, aunque tuviera que trabajar remendando puertas, o servir de sacristán. Además, fue muy religioso y fiel cumplidor de la Ley del Señor.

Era muy respetuoso del descanso dominical y un promotor incansable de la Adoración Nocturna. Quien ayudó mucho a mi padre fue su esposa, mi madre. Fue una mujer sumamente abnegada, responsable, trabajadora y sacrificada. Gracias a ella se hacían rendir los reducidos ingresos del trabajo de mi Padre. En el centro de la vida, siempre estuvo la Eucaristía.

¡Basta, pues, de quejas, lamentos y críticas! ¡Pongámonos a trabajar y a hacer rendir todo cuanto Dios nos ha concedido! ¡Saldremos adelante y derrotaremos la pobreza! Dios ha puesto muchos bienes y posibilidades a nuestro alcance. Rendiremos cuentas a Dios, que Él pueda decirnos:¡Siervo bueno y fiel, te felicito!