I Domingo de Adviento, Ciclo B

Mc 13,33-37: Hay que estar preparados

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio:   


"En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Velen y estén preparados, porque no saben cuándo llegará el momento. Así como un hombre que se va de viaje, deja su casa y encomienda a cada quien lo que debe hacer y encarga al portero que esté velando, así también velen ustedes, pues no saben a qué hora va a regresar el dueño de la casa: si al anochecer, a la medianoche, al canto del gallo o a la madrugada. No vaya a suceder que llegue de repente y los halle durmiendo. Lo que les digo a ustedes, lo digo para todos: permanezcan alerta”. (Mc 13,33-37).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Comentario:

Dentro de poco menos de un mes, celebraremos la Navidad, irrupción amorosa de Dios encarnado en nuestra historia. Será una gran fiesta. La Iglesia, en su liturgia, nos invita a prepararnos durante cuatro semanas, que se llaman de Adviento.

Pero el Señor puede acercársenos en cualquier momento, no sólo en los días navideños, ni sólo al final de nuestras vidas y al término de la humanidad, sino en su Palabra, en la oración, en los sacramentos, en los pobres, presencia suya viva y verdadera. Por eso, en este domingo se nos advierte que debemos permanecer alerta, no sea que venga y ni cuenta nos demos.

La liturgia de este domingo nos hace decir estas oraciones: “Vuélvete, por amor a tus siervos... Ojalá rasgaras los cielos y bajaras... Muéstranos tu favor y sálvanos... Vuelve tus ojos, mira tu viña y visítala... Muéstranos tu misericordia y danos tu salvación”.

¿Por qué este anhelo de la venida del Señor? La respuesta es muy clara: “Estabas airado porque nosotros pecábamos y te éramos siempre rebeldes. Todos éramos impuros y nuestra justicia era como trapo asqueroso; todos estábamos marchitos, como las hojas, y nuestras culpas nos arrebataban, como el viento.

El Adviento nos proyecta a una esperanza, no puesta en los seres humanos, que tanto nos defraudan, sino en “la manifestación de nuestro Señor Jesucristo”, de que habla hoy San Pablo: “Por medio de Cristo Jesús, Dios les ha concedido dones divinos… El los hará permanecer irreprochables hasta el fin, hasta el día de su advenimiento”.

Y concluye: “Dios es quien los ha llamado a la unión con su Hijo Jesucristo, y Dios es fiel” (1 Cor 1,7-9). En efecto, El no nos defrauda. Estamos seguros de El. Así como cumplió su promesa, hecha a los patriarcas y profetas, y envió al Salvador, así cumplirá sus promesas de venir al fin de los tiempos, como dice Jesús en el Evangelio, y de estar siempre con nosotros, hasta que se acabe este mundo.

La liturgia de este tiempo de Adviento nos prepara para las tres venidas de Jesús: la histórica, en Belén; la escatológica, al final de la historia humana; la mística, la que sucede hoy y aquí, sea por la lectura orante de su Palabra, sea por las celebraciones litúrgicas, sea en las personas humanas, sobre todo en los pobres. Para las tres, hay que estar preparados, “porque no saben cuándo llegará el momento”. “Permanecer alerta”.

Es lamentable que algunos hermanos de otras religiones sigan repitiendo lo mismo que dijeron antes del año 2000: que está próximo el fin del mundo. Inducen miedo y, con esos métodos, pretenden atraer fieles. No aprendieron de su persistente error, pues no sucedió lo que tanto anunciaban: que se acabaría el mundo en ese año.

Ahora dicen que las desgracias por los huracanes y otros acontecimientos anuncian que pronto todo se va a acabar. Pero la palabra de Jesús es muy clara: “No saben cuándo llegará el momento”! Hay que “permanecer alerta” siempre, para encontrarnos con El, sobre todo para descubrirlo en los pobres, a los que en cualquier momento podemos tener cerca. No sea que pase a nuestro lado y ni cuenta nos demos.

Son muy propias de este tiempo de espera las palabras de Isaías: “Tú, Señor, eres nuestro padre y nuestro redentor; ése es tu nombre desde siempre. ¿Por qué, Señor, nos has permitido alejarnos de tus mandamientos y dejas endurecer nuestro corazón hasta el punto de no temerte? Vuélvete, por amor a tus siervos, a las tribus que son tu heredad. Ojalá rasgaras los cielos y bajaras... Tú eres nuestro padre; nosotros somos el barro y tú el alfarero; todos somos hechura de tus manos” (Is 63,16-19; 64,7).

¡Animo! No todo está perdido. Dios Padre nos ha enviado a su Hijo, como Salvador del mundo. Las cosas pueden cambiar. No estamos solos. El pecado puede ser destruido. La corrupción puede desaparecer. La injusticia se puede transformar en justicia y paz. El individualismo puede dar paso a la solidaridad; el odio al perdón; el racismo a la fraternidad.

Recomendamos encender hoy la primera vela de su corona de Adviento, allá en cada uno de sus hogares, con la siguiente oración: Señor, despierta en nosotros el deseo de prepararnos a la venida de Cristo con la práctica de las obras de misericordia para que, puestos a su derecho el día del juicio, podamos entrar al Reino de los cielos. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.