III Domingo de Adviento, Ciclo B

Jn 1, 6-8. 19-28: El ejemplo de Juan Bautista

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio:   


"Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Este vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. El no era la luz, sino testigo de la luz.

Este es el testimonio que dio Juan el Bautista, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén a unos sacerdotes y levitas para preguntarle: “¿Quién eres tú?” El reconoció y no negó quién era. El afirmó: “Yo no soy el Mesías”. De nuevo le preguntaron: “¿Quién eres, pues? ¿Eres Elías?”. El les respondió: “No lo soy”. “¿Eres el profeta?” Respondió: “No”. Le dijeron: “Entonces, dinos quién eres, para poder llevar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?” Juan les contestó: “Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Enderecen el camino del Señor’, como anunció el profeta Isaías”.

Los enviados, que pertenecían a la secta de los fariseos, le preguntaron: “Entonces ¿por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el profeta?” Juan les respondió: “Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen, alguien que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias”. Esto sucedió en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan bautizaba. ¡Palabra del Señor! ¡Gloria a ti, Señor Jesús! (Jn 1, 6-8. 19-28).

Comentario

Estamos ya iniciando la tercera semana de preparación a la Navidad. La liturgia sugiere que en este domingo, en vez del color morado de los ornamentos para la Misa, se puede usar el rosa, como un signo de la alegría que significa la venida del Salvador. En efecto, cuando Jesús viene, cambia la suerte de los pobres y llega la luz para el mundo.

Este es el testimonio del Bautista, y éste ha de ser el testimonio de nuestra fe. “Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres. El Señor está cerca” (Filip 4,4.5). Así empieza la celebración de la Misa dominical. Esta alegría es la que ha motivado, a la mayor parte de los países del mundo, para que en estos días haya vacaciones. Hay fiesta y descanso, precisamente por el nacimiento de Jesucristo.

También hay quienes adornan sus casas y comercios con motivos navideños, mandan tarjetas o mensajes electrónicos de felicitación, participan en alguna celebración, como las posadas o la Misa, y en su corazón experimentan buenos sentimientos hacia su familia y los demás. De alguna manera, Cristo está y actúa en ellos. Sin embargo, todo puede ser pasajero y superficial, pues su vida sigue igual, sin ninguna conversión.

El Bautista afirmó: “Yo no soy el Mesías... Yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias”. Reconoce cuál es su identidad y su misión. No se exalta a sí mismo; su máxima aspiración es que descubran y acepten a Jesús. Juan vino como testigo, para dar testimonio de la luz. Su misión fue preparar al pueblo judío para que reconociera y aceptara al Mesías que Dios les enviaba, cumpliendo lo que había prometido desde tiempos remotos.

Hoy también existen muchos testigos de Jesús, católicos, protestantes y algunos que dicen no ser cristianos, pero cuyas vidas son un testimonio del Reino de Dios que Jesús ha inaugurado, y que quizá se nos adelanten a los oficialmente creyentes. Hay muchos catequistas, diáconos, religiosas, misioneros, sacerdotes, padres de familia, laicos comprometidos, que dan testimonio, con su palabra y con su actuación, del Evangelio de Jesús. Por medio de su servicio evangelizador, muchos creen en El.

Dice el Precursor: “En medio de ustedes hay uno, al que ustedes no conocen”. Da testimonio de que el Mesías es Jesús, no el mismo Bautista, quien “ no era la luz, sino testigo de la luz”. Su misión es preparar la venida del único Salvador, que es Cristo. La luz que ilumina a todo el mundo es Jesús. Por ello, en este tiempo se ponen infinidad de foquitos de colores, pues el nacimiento de Jesús trae mucha luz en medio de la noche. Quien no acepta ni busca a Jesús, se queda en la oscuridad y en la esclavitud.

La Navidad es fuente de alegría, porque estamos seguros de la presencia de Dios entre nosotros. Así lo expresa Isaías: “Me alegro en el Señor con toda el alma y me lleno de júbilo en mi Dios... Así como la tierra echa sus brotes y el jardín hace germinar lo sembrado en él, así el Señor hará brotar la justicia y la alabanza ante todas las naciones” (Is 61,10-11).

De igual manera, la Virgen María exclama: Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede” (Lc 1, 46-49).

Hay muchas clases de alegrías navideñas, unas muy cristianas, otras no tanto, y otras definitivamente anticristianas. Cuando alguien, con motivo de estas fiestas, dedica un tiempo para meditar y reflexionar en el gran amor que Dios Padre nos tiene, al habernos enviado a su Hijo, que se hace uno de nosotros, experimentará una alegría profunda, aunque no tenga dinero para unas vacaciones dispendiosas.

Cuando se convive alegre y serenamente con la familia y las amistades, entonces se disfruta de una alegría que no se compra ni se compara con nada. Cuando se comparte con los pobres, que no tienen quien les haga felices, se sienten estos días llenos de satisfacción interior. Fuera de Cristo, no puede haber verdadera alegría.