Fiesta. Bautismo del Señor

Mc 1,7-11: Somos Bautizados

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio:   


JEn aquel tiempo, Juan predicaba diciendo: “Ya viene detrás de mí uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo”.

Por esos días, vino Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Al salir Jesús del agua, vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en figura de paloma, descendía sobre él. Se oyó entonces una voz del cielo que decía: “Tú eres mi Hijo amado; yo tengo en ti mis complacencias” (Mc 1,7-11).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Comentario

Hoy concluimos las fiestas del Tiempo de Navidad. Tuvieron su preparación en las cuatro semanas del Adviento. Su culmen fueron la Navidad y la Epifanía. Ahora, con la fiesta por el Bautismo de Jesús, terminamos lo que se llama “vida oculta” en Nazaret y empezamos la “vida pública”, cuando el Bautista, en el Jordán, lo presenta a los judíos.

Dios se nos ha manifestado en Jesús de muchas formas. La liturgia, en este tiempo, nos invita a celebrar cuatro: Navidad, Epifanía, Bautismo y primer milagro en las bodas de Caná. En todas ellas, aunque de manera muy distinta, Jesús se nos revela como Dios encarnado. En la fiesta de hoy, Dios Padre da testimonio de quién es Jesús: “Tú eres mi Hijo amado; yo tengo en ti mis complacencias”.

Este Jesucristo es el “único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre” (cf Hebr 13,8). A El nos hemos adherido existencialmente desde nuestro Bautismo y es necesario asumir lo que ese sacramento significó en nuestra vida. Hay que redescubrir el Bautismo como fundamento de la existencia cristiana, según la palabra del Apóstol: “Todos los bautizados en Cristo se han revestido de Cristo” (Gál 3,27).

El Catecismo de la Iglesia Católica, por su parte, recuerda que el Bautismo constituye “el fundamento de la comunión entre todos los cristianos, e incluso con los que todavía no están en plena comunión con la Iglesia Católica”. Cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús, debemos vivir según su estilo y sus criterios. Nada hay más preocupante que los cristianos vivamos como los paganos, como los que no tienen fe.

Es triste que muchos padres de familia dejan pasar el tiempo y no se preocupan por bautizar pronto a sus hijos. Incluso hay familias enteras sin bautizar, no tanto por carencias económicas, sino por falta de responsabilidad y de evangelización.

No han descubierto la riqueza y la profundidad del regalo tan extraordinario que nos da el Bautismo, al compartirnos la misma vida de Dios en Cristo, haciéndonos sus hijos y, por tanto, objeto de las complacencias del Padre celestial (cf Gál 3,27 ; Rom 8,14-17). Por el Bautismo, nos adherimos a Cristo, como la rama al tronco (cf Jn 15,5); somos injertados en su muerte y en su resurrección (cf Rom 6, 1-11); se nos borra el pecado original, con el que todos nacemos y del cual no somos responsables (cf Rom 5,12-19 ; Sab 2,24 ; Sal 50,7); empezamos a formar parte de la Iglesia, que es la familia de los hijos de Dios (Cf Hech 2,38-41).

Tan importante y necesario es el Bautismo, que Jesús ordenó a sus apóstoles ir por todo el mundo a predicar y bautizar a los que aceptaran el mensaje de salvación (cf Mt 28,19-20). Por eso, quien rechaza creer y bautizarse, se excluye de la vida eterna (cf Mc 16,16).

Y esto vale para todos, incluso para los niños; por ello, la Iglesia, desde los primeros tiempos, empezó a bautizar también a los pequeños, conforme a la palabra explícita de Jesús: “El que no renazca del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5). Cuando esos niños crezcan, deberán confirmar su fe, por el sacramento de la Confirmación.

Agradecemos a Dios como discípulos y misioneros porque la mayoría de los latinoamericanos y caribeños están bautizados. La providencia de Dios nos ha confiado el precioso patrimonio de la pertenencia a la Iglesia por el don del bautismo que nos ha hecho miembros del Cuerpo de Cristo, pueblo de Dios peregrino en tierras americanas, desde hace más de quinientos años. (DA 127).

Los fieles laicos son “los cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el pueblo de Dios y participan de las funciones de Cristo: sacerdote, profeta y rey. Ellos realizan, según su condición, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo”. Son “hombres de la Iglesia en el corazón del mundo, y hombres del mundo en el corazón de la Iglesia”. (DA 209).

En el Evangelio, se dice que Jesús recibió una voz que lo presentaba como Hijo del Padre, al tiempo que el Espíritu Santo, en figura de paloma, descendía sobre él. Esta es una revelación del misterio de la Santísima Trinidad: Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. No son tres dioses, sino un solo Dios verdadero. Somos conscientes de que, identificados desde nuestro bautismo con Cristo, nos convertimos en hijos de Dios Padre y que habita en nosotros el Espíritu Santo. Por el Bautismo existe en nosotros la Vida Trinitaria de Dios.