V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Mc 1,29-39: Los enfermos y la oración

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio:   


En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama, con fiebre, y enseguida le avisaron a Jesús. El se le acercó, y tomándola de la mano, la levantó. En ese momento se le quitó la fiebre y se puso a servirles.

Al atardecer, cuando el sol se ponía, le llevaron a todos los enfermos y poseídos del demonio, y todo el pueblo se apiñó junto a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios, pero no dejó que los demonios hablaran, porque sabían quién era él.

De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar. Simón y sus compañeros lo fueron a buscar, y al encontrarlo, le dijeron: “Todos te andan buscando”. El les dijo: “Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he venido”. Y recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando a los demonios (Mc 1,29-39).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a Ti, Señor Jesús!

Comentario:

Este Evangelio es muy actual, porque Jesús sigue haciendo suyas nuestras debilidades y cargando con nuestros dolores (cf Mt 8,17). Siempre está cerca y en todo podemos contar con El. Nos levanta y nos cura, nos alienta y sostiene, nos libera y redime, como hizo con la suegra de Pedro, con los enfermos y necesitados.

El Papa Benedicto XVI nos dice en su Mensaje de la próxima Jornada del Día del Enfermo, el 11 de febrero: Deseo dirigirme ahora a vosotros, queridos hermanos y hermanas afligidos por la enfermedad, para invitarles a ofrecer junto con Cristo vuestra condición de sufrimiento al Padre, con la seguridad de que cada prueba acogida con resignación tiene merecimiento y atrae la benevolencia divina sobre toda la humanidad.

Manifiesto mi aprecio hacia quienes les asisten en los centros residenciales, en los Day Hospital, en los Departamentos de diagnósticos y cuidados, y los exhorto para que hagan todo lo posible a fin de que nunca falte al necesitado la asistencia médica, social y pastoral que respete la dignidad propia de cada ser humano. La Iglesia, especialmente mediante la obra de los capellanes, no dejará de ofrecerles su ayuda, ya que está totalmente convencida de que está llamada a manifestar el amor y la solicitud de Cristo hacia los que sufren y los que se ocupan de ellos.

A los agentes pastorales, a las asociaciones y organizaciones del voluntariado recomiendo que sostengan, con formas e iniciativas concretas, a las familias que tienen a su cargo enfermos mentales, a favor de los cuales auspicio que aumente y se difunda la cultura de la acogida y de la coparticipación, gracias también a leyes adecuadas y a planos sanitarios que prevean recursos suficientes para su aplicación concreta.

Urge la formación y la actualización del personal que trabaja en un sector tan delicado de la sociedad. Cada cristiano, según su propia tarea y su responsabilidad, está llamado a brindar su aporte a fin de que se reconozca, se respete y se promueva la dignidad de estos hermanos nuestros.

Jesucristo nos enseña a no permanecer indiferentes ante el sufrimiento ajeno. El Evangelio de hoy nos lo presenta sanando enfermos y expulsando demonios. Busca momentos y lugares solitarios para orar; pero esto no lo hace olvidarse de los que sufren.

Es lo mismo que hemos de poner en práctica todos los discípulos de Jesús: hacer cuanto podamos por remediar los males de quienes padecen algún mal, físico, psíquico o moral. Los miembros de la Iglesia debemos ser un signo elocuente de que el amor misericordioso de Jesús por ellos se actualiza hoy en la acción sacramental y caritativa de nuestras comunidades.

Esta dimensión social de la fe cristiana no nos hace olvidar otro aspecto interesante del Evangelio de hoy. San Marcos nos dice que Jesús dedicaba largas horas a la oración personal y solitaria: “De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar”. A pesar de que la gente lo andaba buscando, porque necesitaban que los curara, El sabe darse tiempo para estar en comunicación profunda con su Padre celestial, en la madrugada o por la noche.

Esto nos debe enseñar a todos los cristianos la necesidad de orar. Si queremos mantenernos fieles a Jesús y no inventar otro estilo de iglesia, hemos de aprender a organizar nuestro tiempo, para platicar a solas con Dios, en nuestra casa, en la calle, en lugares solitarios, en un templo, de preferencia a los pies del Sagrario.

Es allí donde aprendemos a ser cristianos, comprometidos con los pecadores, los enfermos y los pobres. Sin oración, podemos caer en demagogias y en búsquedas disfrazadas de prestigio y de fama. La oración purifica las intenciones, corrige las actitudes y sostiene en los problemas.

A propósito del día del enfermo ya próximo, recordemos aquella práctica sencilla tan recomendable por Santa María de Jesús Sacramentado: “Primero hay que hablarle a Dios acerca de los enfermos, para luego después hablarles a los enfermos acerca de Dios”. La oración es la primera medicina saludable para los enfermos.