IV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Mc 1, 21-28: La posesión diabólica

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio:   


En aquel tiempo se hallaba Jesús en Cafarnaúm y el sábado fue a la sinagoga y se puso a enseñar. Los oyentes quedaron asombrados de sus palabras, pues enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas. Había en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar: “¿Qué quieres tú con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a acabar con nosotros? Ya sé quien eres: el Santo de Dios”. Jesús le ordeno: “¡Cállate y sal de él!”. El espíritu inmundo, sacudiendo al hombre con violencia y dando un alarido, salió de él. Todos quedaron estupefactos y se preguntaban: “¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es ésta? Este hombre tiene autoridad para mandar hasta a los espíritus inmundos y lo obedecen” Y muy pronto se extendió su fama por toda Galilea (Mc 1, 21-28)..
¡Palabra del Señor!
¡Gloria a ti, Señor Jesús!

Comentario:

Estamos ya en el cuarto domingo del Tiempo Ordinario. En este período del Año Litúrgico celebramos diversos aspectos del misterio de Cristo y se nos presentan las implicaciones de ser su discípulo.

Hoy se nos dice en la Aclamación antes del Evangelio algo que da unidad al mensaje dominical: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz. Sobre los que vivían en tierra de sombras una luz resplandeció” (Mt 4, 16). Esa luz es Jesucristo, quien enseñaba como quien tiene autoridad, y demostraba su autoridad expulsando demonios.

En nuestros tiempos, cuando la gente tiene necesidad de alguien que le dé seguridad, que le oriente con certeza, que responda a sus dudas e incertidumbres, que no la engañe con discursos sin sustento, es cuando hemos de presentar a Jesús, pues Él es el único camino de salvación, la única luz que nos saca de la oscuridad, la única verdad que sí tiene autoridad. Y ésta es la misión de la Iglesia y de los cristianos: ser profetas que no se anuncian a sí mismos, sino que proclaman la verdadera Palabra de Dios.

El Evangelio de la Misa de este domingo nos habla de la curación de un endemoniado. La victoria sobre el espíritu inmundo –eso significa Belial o Belcebú, nombre que se asigna en la Escritura al demonio- (Mc 1, 21-28); es una señal más de la llegada del Mesías, que viene a liberar a los hombres de su más temible esclavitud: la del demonio y el pecado.

Este hombre atormentado de Cafarnaúm decía a gritos: ¿Qué hay entre nosotros y tú, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? ¡Sé quien eres tú, el Santo de Dios! Y Jesús le mando con imperio: Calla, y sal de él. Y se quedaron todos estupefactos.

No se excluye, comentar el Magisterio de la Iglesia, que en ciertos casos el espíritu maligno llegue incluso a ejercitar su influjo no sólo sobre las cosas materiales, sino también sobre el cuerpo del hombre, por lo que se habla de “posesiones diabólicas”.

No resulta siempre fácil discernir lo que hay de fuera de lo natural en estos casos, ni la Iglesia condesciende o secunda fácilmente la tendencia a atribuir muchos hechos o intervenciones directas al demonio; pero en principio no se puede negar que, en su afán de dañar y conducir al mal, Satanás pueda llegar a esta extrema expresión de su maldad.

La posesión diabólica aparece en el Evangelio acompañada ordinariamente de manifestaciones patológicas: epilepsia, mudez, sordera… Los posesos pierden frecuentemente el dominio sobre sí mismos, sobre sus gestos y palabras; en ocasiones son instrumentos del demonio. Por eso, estos milagros que realiza el Señor manifiestan la llegada del reino de Dios y la expulsión del diablo fuera de los dominios del Reino: Ahora el príncipe de este mundo va a ser arrojado fuera.

Cuando vuelven los setenta y dos discípulos, llenos de alegría por los resultados de su misión apostólica, le dicen a Jesús: Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre. Y el Maestro les contesta: Veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo.

Desde la llegada de Cristo el demonio se bate en retirada, aunque es mucho su poder y “su presencia se hace más fuerte a medida que el hombre y la sociedad se alejan de Dios”; mediante el pecado mortal muchos hombres quedan sujetos a la esclavitud del demonio, se alejan del reino de Dios para penetrar en el reino de las tinieblas, del mal; en un grado u otro, se convierten en instrumento del mal en el mundo, y quedan sometidos a la peor de las esclavitudes. En verdad os digo: todo el que comete pecado, esclavo es del maligno.

Debemos permanecer vigilantes, para discernir y rechazar las insidias del demonio, que no se concede pausa en su afán de dañarnos, ya que, tras el pecado original, hemos quedado sujetos a las pasiones y expuestos al asalto de la concupiscencia y del demonio: fuimos vendidos como esclavos al pecado. “Toda la vida humana, individual y colectiva, se presenta como lucha –lucha dramática– entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas”.

Hoy celebramos en nuestra Arquidiócesis el Día de la Vida Consagrada, por eso invitamos a los Religiosos y Religiosas a vivir su vocación con profunda fidelidad. Nuestra Iglesia necesita no sólo de su colaboración en las labores pastorales sino también requiere enriquecerse con el testimonio de su vida comunitaria; de la vivencia de una espiritualidad profunda animada por una intensa vida de oración; de la entrega generosa a los más pobres; en fin, necesitamos que religiosos y religiosas realicen un constante discernimiento evangélico que los lleve a vivir con fidelidad, lucidez y audacia su vocación