VI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Mc 1,40-45: La lepra

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio:   

En aquel tiempo, se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadeció de él, y extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí quiero: Sana!” Inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.

Al despedirlo, Jesús le mandó con severidad: “No se lo cuentes a nadie; pero para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo prescrito por Moisés”.

Pero aquel hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a él de todas partes (Mc 1,40-45).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a Ti, Señor Jesús!

Comentario

La actitud de Jesús ante el leproso es muy iluminadora. Distingue las leyes que deben observarse y otras que, ante una situación determinada, como cuando se trata de hacer el bien a un enfermo, pasan a segundo lugar.

No regaña al leproso por habérsele acercado, en contra de lo prescrito por la ley, sino que lo atiende, coloca su mano sobre él y lo sana. En cambio, le ordena presentarse ante el sacerdote, para cumplir la ley judía.

Hoy también, para recibir la gracia de Dios y la limpieza o perdón de los pecados, por el sacramento de la reconciliación, hay que acercarse a los sacerdotes de la nueva Ley, para que, por medio de ellos, Dios dé el perdón y la salud del alma.

A pesar de que los obispos y sacerdotes tampoco seamos muy santos y de que son inocultables nuestras fallas, Jesús quiso hacer depender el perdón de Dios de que los apóstoles, sus continuadores y sus colaboradores (obispos y sacerdotes), diéramos la absolución de las culpas, como se lee claramente en Jn 20,23.

No vale lo que algunos dicen que se acercan directamente a Dios y que no necesitan de seres humanos para encontrar el perdón de sus pecados. Si Dios no necesitara de los sacerdotes, no le hubiera ordenado al leproso presentarse ante ellos.

En nuestro mundo moderno la lepra corporal ha sido bastante controlada y hay cada día menos casos, salvo en situaciones de miseria, como sucede en algunas comunidades de las periferias; pero hay otras lepras morales, sociales, psicológicas y espirituales, que son igualmente repugnantes y destructivas.

Una lepra que ha contagiado a mucha gente es la agresividad y la violencia. Hay personas y organizaciones que no encuentran otra forma de manifestar su inconformidad más que con bloqueos, plantones, piedras, palos, machetes, insultos, pintas, e incluso con el recurso a las armas. Esta enfermedad se extiende más y más. Es una lepra que hace repugnantes a ciertos grupos e individuos.

A pesar de que sus demandas tienen mucho de justo, sin embargo su forma de protestar los hace a su vez injustos, irrespetuosos con los derechos de los demás y con las instituciones. En algunos casos, no hay forma de impedir que dañen a la sociedad más que con el uso de la fuerza pública. Y cuando no tienen remedio, se les encarcela, se les aísla de la sociedad, para que no contaminen a los demás, como se hacía con los antiguos leprosos.

Una de tantas raíces de esta lepra que es la agresividad social, es la falta de valores morales y religiosos desde la familia. Hay papás que llegan a casa sólo a gritar e imponerse por la fuerza; con su proceder, enseñan a sus hijos que los gritos y los insultos son la única forma de salir adelante en la vida. Tanta violencia y nota roja que transmiten los medios informativos, sobre todo la televisión, incluso en las caricaturas, crea un ambiente hostil y violento que no es fácil de contrarrestar.

No se educa para el temor filial hacia Dios, no se enseñan los mandamientos que ordenan amar y perdonar, no se educa para el respeto a las legítimas autoridades, no se aprende a escuchar las razones del otro, sino sólo a imponer el propio criterio. En esto se descubren algunas de las raíces profundas de esta lepra social. La sola pobreza no explica la agresividad. Muchos hemos vivido en ambientes pobres, pero nuestros padres nos enseñaron el respeto a Dios y a los demás.

Hay otras lepras, como el creciente tráfico y consumo de drogas, el divorcio y la infidelidad matrimonial, el libertinaje sexual, propiciado a veces desde programas mal llamados de educación sexual, que sólo dan información sobre métodos anticonceptivos, en vez de educación para un comportamiento ético ante la sexualidad.

Otra lepra que cunde más y más es la indiferencia religiosa, incluso la no creencia.

En todo el país, más que el protestantismo, avanza el secularismo y el alejamiento de toda práctica religiosa. Qué se puede esperar de personas sin religión, indiferentes a toda práctica religiosa. Sin Dios, el ser humano se deshumaniza y pretende divinizarse, sintiéndose absoluto en sus deseos, pensamientos, gustos y decisiones. Ojala, como el leproso, nos acerquemos con confianza a Jesús. El puede y quiere sanarnos.