VII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Mc 2, 1-12: El paralítico

Autor:  Mons. Felipe Aguirre Franco

 

 

Evangelio:   

Cuando Jesús volvió a Cafarnaúm, corrió la voz de que estaba en casa, y muy pronto se aglomeró tanta gente, que ya no había sitio frente a la puerta. Mientras Él enseñaba su doctrina, le quisieron presentar a un paralítico, que iban cargando entre cuatro.

Pero como no podían acercarse a Jesús por la cantidad de gente, quitaron parte del techo, encima de donde estaba Jesús, y por el agujero bajaron al enfermo en una camilla.

Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te quedan perdonados”. Algunos escribas que estaban ahí sentados comenzaron a pensar: “¿Por qué habla ése así? Eso es una blasfemia. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?” Conociendo Jesús lo que estaban pensando, les dijo: “¿Por qué piensan así? ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico: `Tus pecados te son perdonados´ o decirle: `Levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa?´

Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados –le dijo al paralítico-: Yo te lo mando: levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa”.

El hombre se levanto inmediatamente, recogió su camilla y salió de allí a la vista de todos, que se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: “¡Nunca habíamos visto cosa igual!” (Mc 2, 1-12).

¡Palabra del Señor!
¡Gloria a Ti, Señor Jesús!

Comentario:

Hoy se cumple lo que el profeta Isaías había anunciado. En la persona de Jesús, lo anunciado se cumple, como Él mismo lo expresa en la sinagoga de Nazaret: “El Señor me ha enviado para anunciar a los pobres la buena nueva y a proclamar la liberación a los cautivos” (Lc 4, 18).

La liberación del paralítico es una prueba clara de la llegada del Reino de Dios, pues sólo Dios puede liberar no sólo de una enfermedad, sino del pecado, que es la cadena más esclavizante y opresora.

Hoy también tenemos necesidad de liberación, pues hay muchas cadenas que nos postran y nos paralizan. Necesitamos acercarnos a Jesús, para que nos libere de nuestros pecados, y así podamos levantarnos y caminar como hijos de Dios y hermanos unos de otros.

Se necesitan personas de buen corazón, que carguen sobre sus hombros al paralítico, lo lleven ante Jesús y, así, le ayuden a lograr su liberación integral. Se necesitan dirigentes que se preocupen por los pobres, por los paralizados, por los desempleados y por los que no tienen oportunidad de romper sus cadenas.

Hay personas paralizadas por la pereza, la vagancia, el alcohol y la droga. Hay hijos que todo lo quieren recibir de sus padres, sin trabajo de su parte. Hay quienes han dejado paralizar su cerebro, pues no piensan por sí mismos, sino que se dejan llevar por las consignas y las frases hechas de sus líderes, o por lo que dice la publicidad.

Hay paralíticos del corazón, pues parecen incapaces de amar y de hacer algo por los demás. Se quedan instalados frente a la televisión, viendo pasar el mundo con sus necesidades y no mueven ni un dedo para ayudar a los que sufren.

Sólo lamentan lo que sucede y culpan a medio mundo, pero nada promueven. Llega el momento en que se hacen insensibles, como un mecanismo de defensa para que su conciencia no les inquiete.

Hay esposos que han paralizado su corazón y ya no se aman; no se perdonan y se quedan anclados en fallas del pasado de uno de los dos. Si ambos se acercan a Jesús, Él los liberará, para que sigan caminando juntos.

La parálisis del corazón y de la mente, que no encuentra soluciones a los problemas de los pobres, se cura acercándose a Jesús. Él nos enseña a amar y a buscar alternativas de solución. Es lo que hicieron quienes se unieron para llevar al paralítico ante Jesús.

Como no podían llegar a su presencia, se ingeniaron para bajarlo por el techo y se logró el milagro. Éste es el camino a seguir, para no quedarnos sólo en la denuncia y en el discurso que culpa a otros.

Los que llevaron al paralítico ante Jesús, no se arredraron ante los obstáculos. Como no podían acercarse a Jesús por la cantidad de gente, quitaron parte del techo, encima de donde estaba Jesús, y por el agujero bajaron al enfermo en una camilla.

Ojala haya corazones nobles, inteligentes y generosos, que sean capaces de quitar los obstáculos y hacer algo más por los más necesitados. Que no se les utilice como pista de lanzamiento para una lucha ideológica, sino que se les ame con un corazón sincero.

Para que podamos quedar libres de la parálisis del egoísmo y de todo pecado, acerquémonos con fe a Jesús. Y un medio muy concreto para encontrar la liberación de nuestras culpas, es hacer una buena confesión ante un sacerdote, para que Dios nos perdone. No hagamos caso de los escribas y fariseos actuales, que dicen que ellos no necesitan postrarse de rodillas ante un sacerdote, porque es un hombre pecador como todos, sino que ellos piden perdón directamente a Dios, sin necesidad de un sacramento.

Es verdad que los sacerdotes somos frágiles y no tan santos como deberíamos; pero Jesucristo quiso condicionar el perdón de los pecados a que alguno de los apóstoles, o de sus sucesores en el tiempo y en el espacio (obispos y sacerdotes), dieran el signo del perdón de parte de Dios (cfr Jn 20, 23). Y una vez que recibimos el perdón de nuestros pecados, nos liberamos de la parálisis y quedamos libres para amar y servir.