Pistas para la Lectio Divina...
Lucas 24, 13-35: Encuentro con el Resucitado (III): Emaús, un itinerario de vida y esperanza. “¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”

Autor: Padre Fidel Oñoro CJM

Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM

 

 

El relato de los discípulos de Emaús nos enseña a reconocer en los caminos de la vida la presencia del Resucitado, a repetir sus gestos reveladores y a formar desde allí una verdadera comunidad pascual.  A todos nosotros nos conviene recorrer este itinerario.

 

(1) Dos discípulos se alejan de Jerusalén (24,13-24)

 

El camino de Emaús es un camino de alejamiento de Jerusalén. Los dos discípulos, Cleofás y su compañero, se alejan poco a poco del lugar donde experimentaron el gran dolor de la pasión.

 

Cuando se dice que son dos “de ellos” se muestra que se trata del alejamiento discreto de la comunidad de Jesús, una comunidad que –sin el Maestro- ya no significa nada para ellos.

 

Jesús se acerca y camina junto con los discípulos, pero éstos no lo reconocen. “Sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran” (24,16). Es su modo de ver la Pasión lo que les impide reconocer a Jesús resucitado.

 

Valga decir en este punto que a veces a nosotros nos pasa lo mismo: en nuestra vida hay situaciones duras, contradictorias, incluso muy dolorosas; si nos encerramos en nuestro dolor, en nuestra decepción y no vemos sino el lado negativo de las cosas, nunca vamos a poder darnos cuenta de la presencia de Jesús que está ahí caminando a nuestro lado, dispuesto a darle sentido y esperanza a nuestras penas. Cierro paréntesis.

 

Jesús comienza a educar a los dos peregrinos. Primero los hace hablar con él: “¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?” (24,17ª).  La primera reacción de los discípulos no es muy amable (224,18). Entonces cuentan lo que pasó: una esperanza frustrada, no ven el sentido positivo de la Pasión. En sus palabras se nota el desgano. Todos los sueños se vinieron abajo, todo acabó.

 

Jesús se sitúa al mismo nivel en el que están ellos y luego los va conduciendo gradualmente hasta el nivel de comprensión que Él tiene. Jesús desciende hasta el escándalo de la cruz que los discípulos tienen aún vivo: “se pararon con aire entristecido” (24,17b). Jesús los comienza a atraer hacia su experiencia de resurrección dejando que ellos expongan los acontecimientos pascuales de esa misma mañana, no importa que concluyan que “no lo vieron”.

 

(2) Jesús les explica las Escrituras (24,25-27)

 

La luz de la Palabra de Dios es la primera en comenzar a encender la esperanza en la oscuridad del corazón de los discípulos.  Jesús los guía en una lectura del sentido de la Pasión en la Escritura. Allí entienden que “era necesario que el Mesías padeciera para entrar en su gloria” (24,26).  El sufrimiento puede convertirse en un camino de gloria.

 

A lo mejor los discípulos conocían esos textos de la Biblia, pero les pasaba comos pasa a nosotros muchas veces.  Sucede con frecuencia que hemos recibido toda una formación, que sabemos las enseñanzas de la Biblia y de la Iglesia, pero cuando llega el momento, no sabemos ponerlas en práctica. A veces le ofrecemos todo al Señor, los sufrimientos incluidos, pero cuando nos vemos en situaciones penosas nos enredamos en nuestros sentimientos negativos, nos ofuscamos, protestamos, no vemos cómo encaja eso en la experiencia de Dios.

 

 

(3) Jesús acepta el hospedaje que le ofrecen los dos discípulos y se les da a conocer (24,28-31)

 

Jesús no sólo comparte la casa de ellos sino también su mesa. Allí les renueva el gesto de la última cena.  Los discípulos lo reconocen en la fracción del pan, o sea, en el gesto del don que revela el sentido positivo de la pasión: la generosidad de Jesús hacia nosotros, su amor que llegó hasta el extremo de dar la vida y que ha transformado su sentido (la muerte como donación de sí mismo).  Y fue ahí, en el sentido positivo de su pasión, donde lo reconocieron.

 

 

(4) Los discípulos regresan a Jerusalén (24,32-35)

 

Con el corazón ardiente, con el rostro de Jesús impregnado en sus retinas, con una nueva visión de la cruz, con una nueva fuerza –después de que primero andaban tristes- los discípulos transformados recorren el camino inverso: regresan a Jerusalén, al mismo lugar de la Pasión, que tanta frustración les trajo. Este es también el lugar de la comunidad a la que le habían perdido el gusto, y allí reemprendieron su camino de fe. 

 

Es la comunión en la fe pascual la que nos lleva a la comunión de amor en una vida sabrosamente fraterna.

 

 

(5) Todos los días se repite este camino

 

Todos los días vivimos en la Eucaristía estos dos momentos: la liturgia de la Palabra y la Liturgia de la Eucaristía.  Las dos van unidas, porque el pan eucarístico es un pan para la fe, para el amor. Por eso tiene una relación estrecha con la Palabra de Dios.  Todas las palabras de la Biblia tienen su sentido definitivo en el misterio eucarístico: al mismo tiempo que explicitan su misterio, nos dejan ver la riqueza de sus distintos aspectos.  La Eucaristía es presencia de Cristo resucitado, pan vivo y vivificante, pan que revela el sentido de la Pasión y la realidad de la Resurrección.

 

 

Para cultivar la semilla de la Palabra en el corazón:

1. ¿Por qué y cómo se alejan los dos peregrinos de Emaús de Jerusalén?

2. ¿Qué pasos da Jesús en su pedagogía con ellos para hacerlos volver?

3. ¿Cómo se repite hoy este evangelio?

 

 

La resurrección de Cristo es “un hecho que implica a toda la humanidad,

que se extiende en el mundo y tiene una importancia cósmica.

Del valor universal de la resurrección de Cristo

se deriva el significado del drama humano,

la solución del problema del mal,

la génesis de una nueva forma de vida que se llama ‘cristianismo””

(Pablo VI, homilía de Pascua, 1964)