Pistas para la Lectio Divina...
Juan 21, 1- 14: Encuentro con el Resucitado a la orilla del mar: El amanecer del reconocimiento y la comunión plena con el Señor

Autor: Padre Fidel Oñoro CJM

Fuente: Centro Bíblico Pastoral para la America Latina (CEBIPAL) del CELAM

 

 

El comienzo y el final del relato subraya que se trata de una “manifestación” de Jesús resucitado (20,1.14). Se dice expresamente que fue “la tercera vez que Jesús se manifestó a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos” (20,14). Jesús resucitado ya se le había presentado dos veces a sus discípulos como su Señor viviente y exaltado (20,19-29), conduciéndolos progresivamente hasta la cumbre del camino de la fe pascual expresada en la confesión de fe de Tomás, que es vivir bajo el Señorío de Jesús (ver 20,28-29).

 

“Se manifestó así...” (20,1)

 

La tercera aparición del Resucitado –según Juan- también es un camino de fe que parte de la noche del escándalo de la Cruz y del sentimiento de ausencia del Señor, hasta el amanecer del reconocimiento de su presencia viva y eficaz, y de la comunión plena con Él. ¡Un proceso verdaderamente estremecedor!

 

Tal como se enfatiza en el texto, no se trata solamente de la revelación de la verdad de la resurrección sino de hacer la experiencia del hecho.  Esta es la “manifestación” completa.

 

Así como en los relatos de la aparición a María Magdalena (Juan 20,11-18) y a los discípulos de Emaús (Lucas 24,13-35), tampoco aquí Jesús no es reconocido en un primer momento, ya que se necesita un proceso para captar los signos que “manifiestan” su presencia. 

 

Pero ahora la “manifestación” del Resucitado va más allá: apunta al nuevo estilo de vida del discipulado en el tiempo pascual. Los discípulos hacen un itinerario en el que aprenden a vivir pascualmente, esto es, actuar en la vida guiados por su palabra que da grandes resultados y a sumergirlo todo en la relación vivificante con el Señor Resucitado. 

 

Los discípulos descubren, además, que hacer comunidad no es simplemente “estar juntos” (21,2ª) sino hacer una dinámica interna: llegar a ser realmente “comunidad de amor” que “centra” y al mismo tiempo “irradia” el punto de convergencia que es Jesús confesado como “El Señor” (21,7.12), quien ejerce su Señorío en la Palabra y en la nutrición eucarística, signo de vida abundante, reconciliación y fraternidad (21,9-13).

 

 

(1) Los discípulos vuelven al mar en la noche (21,2-3)

 

Haciendo caso omiso de los relatos anteriores, el evangelista muestra a un grupo de siete discípulos que después de la cruz del Maestro vuelven a su antigua profesión (20,2). Ellos no van para adelante en la misión sino que echan para atrás, como antes de ser llamados por el Señor. La sombra del silencio se extiende sobre el fracaso.

 

Bajo el liderazgo de Pedro, hay un intento de hacer comunidad, pero el vacío se siente: sin el Maestro no tiene sentido. Los discípulos no tienen proyecto, van simplemente donde la buena iniciativa del líder los lleve: “‘Voy a pescar’. Le contestan ellos: ‘También nosotros vamos contigo’” (21,3a). En realidad, sin Jesús, andan sin orientación y sin resultados. La prueba es que la noche de trabajo se vuelve inútil.

 

Durante la noche no pescan nada (21,3b). Cuando va llegando el fin de la noche también se van yendo las esperanzas de una buena pesca.

 

 

(2) Jesús “está allí” y guía a los discípulos (21,4-8)

 

En ese momento crítico, cuando el sol ya se ha levantado, cuando se siente amargamente la frustración de una noche perdida, el evangelista anota: “Estaba Jesús en la orilla” (21,4a).  La forma del verbo es importante: deja entender que Jesús siempre ha estado ahí. 

 

Jesús está con sus discípulos no solamente en los momentos buenos y alegres de la vida sino también a la hora de la dificultad. También lo estará en medio de sus persecuciones y de la muerte. Jesús estará siempre allí.

 

Pero los discípulos no lo reconocen, hace falta un signo (21,4b).

 

Comienza entonces la “manifestación” por iniciativa de Jesús: “Muchachos, ¿no tenéis pescado?” (21,5ª). Los llama con una frase amable que bien podría sonar así: “Mis queridos hijitos”. De forma más o menos parecida los había llamado a la hora de la despedida, cuando sus corazones estaban desanimados por la inminente separación (ver 13,33).  En cuanto Resucitado, Jesús no se ha separado de ellos, permanece unido a ellos con amor y trato afectuoso.

 

La respuesta a la pregunta, evidentemente, es negativa (21,5b). Entonces Jesús les da instrucciones precisas y devuelve la esperanza anunciándoles una pesca abundante (21,6ª).

 

Ellos le creen a su Palabra y obtienen un resultado impresionante: las redes quedan repletas de peces (21,6b). Los discípulos han hecho esto repetidamente toda la noche. Jesús manda a lanzar la red una sola vez. Pero esta vez es diferente: es una orden del Señor.

 

La experiencia demuestra a los discípulos que sus logros no se deben a sus esfuerzos personales sino a la manifestación del poder de la Palabra de Jesús.

 

Comienzan entonces las reacciones de los discípulos (21,7-8). Se destaca particularmente la del Discípulo Amado y la de Pedro:

·         El discípulo que Jesús amaba reconoce al Señor: “¡Es el Señor!” (21,7ª). Así como en la mañana de Pascua, junto a la tumba vacía (20,2.8), también ahora el discípulo que Jesús amaba es el primero en reconocer a Jesús con una gran sensibilidad de fe.  Y no sólo lo reconoce sino que se lo comunica a Pedro.

·         Pedro quiere llegar de primero donde Jesús: “Cuando oyó ‘es el Señor’, se puso el vestido y se lanzó al mar” (21,7b). Pedro no se aguanta. No ve la hora de llegar hasta donde Jesús. Se olvida de todo: los pescados, la barca, los otros discípulos y se lanza en dirección de Jesús en medio de las aguas frías de la mañana. Si acaso tiene tiempo para ponerse la ropa para llegar digno donde su Señor.

 

Si bien el discípulo Amado es el primero en reconocer a Jesús, Pedro es el primero en tirarse al agua. Es el preludio de lo que vendrá más adelante: “¿Me amas más que éstos?” (20,15).

 

 

(3) Jesús invita a comer a los discípulos: “Venid y comed”.  El don de la comunión plena con el Resucitado (20,9-14)

 

Estando todos ya en la orilla, Jesús los invita a compartir con Él la primera comida del día. Les ofrece un pez a la parrilla y pan.  Por instrucción de Jesús, los discípulos también hacen su aporte con lo recién pescado (21,10).

 

En esta comida cada uno aporta lo suyo, pero el don de Jesús es superior, porque –al fin y al cabo- todo proviene de Él.

 

Justo a la hora del compartir se hace el conteo: los peces suman “ciento cincuenta y tres”.  Por tercera vez el relato subraya la “abundancia de peces” (20,6.8; y además “grandes”, 21,11ª).  Sólo que esta vez hay un número preciso. ¿Cómo entender este número?  Lo mejor quizás sea verlo simple y llanamente como una forma de indicar -con un detalle real- la abundancia de la pesca. 

 

Pero hay también otras explicaciones que ven aquí un simbolismo, de las cuales (permitámonoslo esta vez) valdría la pena mencionar dos:

·         La primera tiene que ver con el alfabeto. Los antiguos –judíos, griegos, romanos y otros- no contaban con los signos gráficos que tenemos hoy para indicar los números, para ello usaban las letras del alfabeto (para los romanos: I=1, V=5; X=10, y así en adelante). Esto daba cálculos interesantes: “mi nombre vale tanto...”; o entonces: “la fecha de mi nacimiento da tal frase... o tal nombre”. Pues bien, el número 153 podría representar, en hebreo, frases bien dicientes para esta pesca, tales como: “Qahal ha ahavah”, que significa “comunidad de amor”; o también “B’ney ha Elohim”, que significa “hijos de Dios”.

·         La segunda explicación (todavía menos convincente) es que se trata de una cuestión de suma. Varios números tenían un valor especial (como hoy para nosotros: “una persona nota 10”, para decir el máximo; o “ya te lo dije mil veces”, etc.). Si se toma el número 7 (número perfecto o completo), más el número 10 (símbolo de lo que está completo) y sumamos: 10+7=17. Ahora sumamos todos los números de 1 a 17 (1+2+3+4+...17), nos da 153, significando totalidad.

 

Estas explicaciones no son más que meras hipótesis. Pero es el relato mismo el que nos da la pista fundamental: Jesús congrega a su comunidad, la unifica en una experiencia de amor caracterizada por la donación recíproca en la que no hay mezquindad sino todo lo contrario, una gran generosidad, hasta el colmo (como se manifestó en la Cruz).

 

Finalmente, en la acción de Jesús en la orilla hace que lo vivido en alta mar encuentre su sentido.  La comunidad reunida en torno a Él en la playa escucha la última instrucción: “Venid y comed” (21,12).

 

Notemos cómo, en última instancia, todo ha sido conducido por el protagonismo-Señorío de Jesús, lo que notamos en los sucesivos imperativos: (a) “Echad la red” (21,6ª); (b) “Traed algunos de los peces” (21,10); y (c) “Venid y comed” (21,12).  Con los últimos imperativos la progresiva atracción a Jesús llega al máximo.

 

Jesús hace, entonces, un gesto diciente: “Toma el pan y se lo da” y lo mismo hace con el pescado (21,13b). La frase nos remite a la multiplicación de los panes (6,11: los mismos términos), también ella a la orilla del mar de Tiberíades (6,1). Esta estrecha relación con el capítulo 6 de Juan le da al gesto un matiz eucarístico.

 

El gesto externo toca también lo interno: Jesús va hasta el fondo de la amistad rota. A Pedro el pescado le debió saber a lágrima, ya que Jesús le ofrece este signo de amistad delante de unos carbones encendidos, como en la hora de la negación (ver 18,18).

 

Y, entretanto, un silencio que habla: “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle ‘¿Quién eres tú?’, sabiendo que era el Señor” (21,12b). De nuevo, como al principio, vuelve el ambiente de silencio, ninguno de los discípulos dice ni una sola palabra. Pero no ya es el silencio amargo del escándalo de la Cruz, sino el silencio que reconoce una presencia viva, que acoge la identidad del Maestro, que satisface la interpelación del corazón.

 

Ahora que Jesús ha resucitado, Jesús rescata a sus discípulos de la noche de una ausencia que nunca ha sido tal y atrae a su comunidad a una comunión más profunda con Él.  En este comer juntos Jesús es para ellos más que nunca “el pan que da la vida” plena y resucitada (6,35).

 

 

Para cultivar la semilla de la Palabra en el corazón:

1. ¿Qué implica la experiencia de la resurrección de Jesús para la vida de discipulado?

2. ¿Qué pasos sigue la formación de la comunidad de Jesús Resucitado en este relato? ¿Cómo se repite este proceso hoy?

3. En este relato aprendemos que la vida y la misión de la Iglesia no es fecunda por nuestro trabajo sino por la bendición del Señor. ¿Qué nos corresponde a nosotros?

4. ¿Qué caracteriza a Pedro y al Discípulo Amado en este pasaje? ¿Cómo se complementan? ¿Qué indica la prioridad que se le da a Pedro?

5. En ambiente de fraternidad, donde se comparte el pan, el Resucitado se manifiesta. ¿Qué gestos de fraternidad pascual estamos promoviendo?