XI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
San Mateo 9, 36-10, 8: El medio más eficaz

Autor: Padre Francisco Fernández Carvajal

Con permiso de: Ediciones Palabra y del autor 

 

— Urgencia en el apostolado: la mies es mucha y los obreros pocos.

          — No valen las excusas. A todos nos llama el Señor para la tarea apostólica. La oración, el medio más eficaz y necesario para      conseguir vocaciones.   

          — Pedir vocaciones al Señor.

I. Nos refiere el Evangelio de la Misa1 algo que debió de ocurrir muchas veces mientras el Señor recorría ciudades y aldeas predicando la llegada del Reino de Dios: al ver a las multitudes se llenó de compasión por ellas, se conmovió en lo más hondo de su ser, porque andaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor, profundamente desorientadas. Sus pastores, en lugar de guiarlas y cuidarlas, las descarriaban y se portaban más como lobos que como pastores. Jesús, dirigiéndose a los discípulos, dijo: La mies es mucha, pero los obreros pocos. Como hoy, los obreros son pocos en proporción a la tarea. Hay mies que se estropea porque no hay quien la recoja; de ahí la urgente necesidad de cristianos alegres, eficaces, sencillos, fieles a la Iglesia, conscientes de lo que tienen entre manos. Y esto nos concierne a todos, pues el Señor necesita de trabajadores y estudiantes que sepan llevar a Cristo a la fábrica y a la Universidad, con su prestigio de buenos profesionales y con su apostolado; de profesores ejemplares y que enseñen con sentido cristiano, que den su tiempo a los alumnos con generosidad y sean verdaderos maestros; de hombres y mujeres consecuentes con su fe, en cada actividad humana; de padres y madres de familia que se preocupen por la fe de sus hijos, que intervengan en las asociaciones de padres en los colegios, en el vecindario.

Ante tanta gente desorientada, vacía de Dios y llena solo de bienes materiales o de deseos de tenerlos, no podemos quedarnos al margen. Aun bajo una capa de indiferencia, en el fondo de sus almas las gentes están sedientas, hoy también, de que se les hable de Dios y de las verdades que conciernen a su salvación. Si los cristianos no trabajamos con sacrificio en ese campo, sucederá lo que anunciaron los Profetas: quedará destruida la cosecha, la tierra en luto; porque el trigo está seco, desolado el vino, perdido el aceite. Confundíos, labradores; gritad, viñadores, por el trigo y la cebada. No hay cosecha2. Dios esperaba esos frutos y se perdieron por desidia de quienes tenían que cuidarlos y recogerlos.

Las palabras que nos dirige el Señor en el Evangelio –la mies es mucha, pero los obreros pocos– nos han de llevar a examinarnos cada día preguntándonos: ¿qué he hecho hoy por dar a conocer a Dios?, ¿a quién he hablado hoy de Cristo?, ¿qué he hecho por el apostolado?, ¿me preocupa la salvación de quienes me rodean?, ¿soy consciente de que muchos se acercarían al Señor si yo fuera más audaz y más ejemplar en el cumplimiento de mis deberes?

II. Las excusas que nos pueden surgir para no llevar a otros a Cristo son abundantes: falta de medios, de la suficiente preparación, de tiempo, lo reducido del lugar donde se desenvuelve nuestra existencia o la enormidad de las distancias de la gran ciudad en la que vivimos..., pero el Señor nos sigue diciendo a todos, y muy especialmente en este tiempo de tantos abandonos, que la mies es mucha, y los obreros son pocos. Y las mieses que no se recogen a tiempo, se pierden. San Juan Crisóstomo nos dejó estas palabras, que pueden ayudarnos a examinar en nuestra oración si nos excusamos fácilmente ante ese noble deber al que el Señor nos llama: «Nada hay más frío –dice el santo– que un cristiano despreocupado de la salvación ajena. No puedes aducir tu pobreza económica como pretexto. La viejecita que dio sus monedas te acusará. El mismo Pedro dijo: No tengo oro ni plata (Hech 3, 6). Y Pablo era tan pobre que muchas veces padecía hambre y carecía de lo necesario para vivir. Tú no puedes pretextar tu humilde origen: ellos eran también personas humildes, de modesta condición. Ni la ignorancia te servirá de excusa: todos ellos eran hombres sin letras. Seas esclavo o fugitivo, puedes cumplir lo que de ti depende. Tal fue Onésimo, y mira cuál fue su vocación... No aduzcas la enfermedad como pretexto, Timoteo estaba sometido a frecuentes achaques (...). Cada uno puede ser útil a su prójimo, si quiere hacer lo que puede»3. Y nosotros queremos ser fieles al Señor: llevar a cabo lo que está en nuestras manos.

«La mies es mucha, pero los obreros son pocos... Al escuchar esto –comenta San Gregorio Magno– no podemos dejar de sentir una gran tristeza, porque hay que reconocer que hay personas que desean escuchar cosas buenas; faltan, en cambio, quienes se dediquen a anunciarlas»4.

Para que haya muchos buenos obreros que trabajen codo a codo en este campo del mundo, cada uno en su lugar, el mismo Señor nos enseña el camino a seguir: rogad, pues, al Señor de la mies que envíe obreros a su mies. Jesús nos invita a orar para que Dios despierte en el alma de muchos el deseo de una mayor correspondencia en este quehacer de salvación. «La oración es el medio más eficaz de proselitismo»5, de lograr que muchos descubran la vocación a la que Dios les llama. El afán de vocaciones ha de traducirse, en primer lugar, en una petición continuada, confiada y humilde. Todos los cristianos debemos rezar para que el Señor envíe obreros a su mies. Y si nos dirijimos al Señor en petición de vocaciones, nosotros mismos nos sentiremos llamados a participar con mucha más audacia en esta labor apostólica, además de conseguir del Señor operarios para su campo.

III. Jesús prepara su llegada a otras ciudades a través de sus discípulos. Es una labor previa que no tiene el fin en sí misma, como todo apostolado. Son pregoneros que van delante de Él a todas las ciudades y a donde había de ir6. Toda labor apostólica se culminará con la llegada de Dios a las almas, que han sido preparadas por los enviados, por los que ya le siguen.

La mies es mucha... Hemos de pedir con frecuencia al Señor que tenga lugar en el pueblo cristiano un resurgir de hombres y mujeres que descubran el sentido vocacional de su vida; que no solo quieran ser buenos, sino que se sepan llamados a ser obreros en el campo del Señor y correspondan generosamente a esa llamada: hombres y mujeres, mayores y jóvenes, que vivan entregados a Dios en medio del mundo. Muchos, en un celibato apostólico; cristianos corrientes, ocupados en las mismas tareas seculares de los demás, que llevan a Cristo a las entrañas de la sociedad de la que forman parte.

Rogad al Señor de la mies...; también hemos de pedir para que surjan abundantes vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. Vocaciones fieles, santas y alegres, de las que la Iglesia tiene tanta necesidad.

El Señor, que podría llevar a cabo directamente su obra redentora en el mundo, quiere necesitar de discípulos que vayan delante de Él a las ciudades, a los pueblos, a las fábricas, a las Universidades..., para que anuncien las maravillas y las exigencias del Reino de los Cielos. Es evidente que nuestra Madre la Iglesia necesita almas que se comprometan en esos caminos de entrega y santidad. Los Romanos Pontífices no cesan de recordar la necesidad de esas vocaciones de apóstoles, en cuyas manos está en buena parte la evangelización del mundo.

«Ayúdame a clamar: ¡Jesús, almas!... ¡Almas de apóstol!: son para ti, para tu gloria.

»Verás cómo acaba por escucharnos»7.

¿Qué hago yo para que puedan crecer esas vocaciones a mi alrededor? Vocaciones que deben surgir entre los hijos, hermanos, amigos, conocidos..., en esas personas con quienes nos relacionamos. No debemos olvidar que Dios llama a muchos. Pidamos al Señor la gracia de saber promover y alentar esas llamadas del Señor, que pueden estar dirigidas a personas que vemos todos los días.

Pidamos también a la Santísima Virgen que nos conceda hacer nuestra esa confidencia que el Señor hace a los suyos –la mies es mucha–, y formulemos un propósito concreto de urgencia y constancia en llevar a cabo lo necesario para que abunden los obreros en el campo de Dios. Pidámosle la alegría inmensa de ser instrumentos para que otros correspondan a la llamada que Jesús les hace: «“Una buena noticia: un nuevo loco..., para el manicomio”. —Y todo es alborozo en la carta del “pescador”.

»¡Que Dios llene de eficacia tus redes!»8.

Nunca olvida el Señor al «pescador».

1 Mt 9, 36-10, 8. — 2 Joel 1, 10-12. — 3 San Juan Crisóstomo, Homilía 20 sobre los Hechos de los Apóstoles. — 4 San Gregorio Magno, Homilías sobre el Evangelio, 17. — 5 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 800. — 6 Cfr. Lc 10, 1. 7 San Josemaría Escrivá, Camino, n. 804. — 8 Ibídem, n. 808.

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