Memoria. San Cirilo, monje y San Metodio, obispo, patrones de Europa
San Lucas 10, 1-9

Autor: Padre Francisco Fernández Carvajal

Con permiso de: Ediciones Palabra y del autor  

 

            La evangelización de los pueblos eslavos.

            — A un nuevo paganismo se debe responder con una nueva evangelización.

            — Promover y transmitir las costumbres cristianas de la vida corriente.

I. Cirilo y Metodio dedicaron su vida a la conversión del pueblo eslavo, y desarrollaron este servicio misionero «en unión tanto con la Iglesia de Constantinopla, por la que habían sido enviados, como con la sede de Roma, por la cual fueron confirmados. De este modo, manifestaban la unidad de la Iglesia»1.

El Papa ha recordado frecuentemente los fundamentos cristianos del ser de Europa, de tal manera que «la identidad europea es incomprensible sin el cristianismo», «y precisamente en él se hallan aquellas raíces comunes de las que ha madurado la civilización del continente, su cultura, su dinamismo, su actividad, su capacidad de expansión constructiva también en los demás continentes; en una palabra, todo lo que constituye su gloria»2. El mismo nombre de Europa aparece tardíamente y tiene unas connotaciones puramente geográficas, mientras que para designar la unidad cultural que tiene unos mismos fundamentos se empleaba el apelativo de Cristiandad u otro similar3.

Cuando a un edificio le fallan sus cimientos se puede derrumbar con suma facilidad. Por eso, el Papa, ante el continuo deterioro de la fe, dirige esos apremiantes llamamientos, a todos y a cada uno, para una nueva evangelización de Europa. «La Iglesia de hoy –decía a los jóvenes peregrinos en Santiago de Compostela– se prepara a una nueva cristianización, que se presenta a sus ojos como un desafío, al cual deberá responder adecuadamente como en tiempos pasados»4. Son palabras dirigidas a nosotros.

En algunos casos se trata de llevar a cabo una nueva implantación del Cristianismo, como la que realizaron los Santos Cirilo y Metodio entre los pueblos eslavos, comenzando por lo más fundamental, pues en algunos lugares parece como si hubiera vuelto de nuevo el paganismo, y de un modo más absoluto que en los pueblos primitivos, pues estos al menos mantenían unas creencias religiosas. Y esta es una tarea que nos toca a todos, comenzando por recristianizar el ambiente que nos rodea y sus costumbres; en primer lugar, los más cercanos: hablemos de Dios, con claridad y sin respetos humanos, como lo único que puede dar sentido al hombre y a la sociedad; enseñemos que cualquier iniciativa humana que no tenga presente al Creador está condenada al fracaso; ayudemos en la tarea de la Iglesia de enseñar el Catecismo; invitemos, con audacia, a nuestros amigos a medios de formación cristiana, sin dar a nadie como perdido o irrecuperable; aconsejemos buenos libros; facilitemos a otros el camino que conduce al encuentro con Cristo a través de la Confesión...

II. El Cristianismo le dio su ser a Europa y configuró su unidad, en la que se integró una muchedumbre de pueblos y de razas, de cultura y de procedencias bien diversas, que se asentaron a lo largo del tiempo y forjaron una convivencia bajo unos mismos principios cristianos. La conversión de Europa no fue empresa breve, sino que se prolongó durante más de un milenio. «Fue una empresa con avances y retrocesos, con triunfos y aparentes fracasos, a la que cada pueblo contribuyó con lo mejor de su genio y figura; una empresa en la que la Providencia de Dios quiso contar, como siempre, con la cooperación del hombre. Ante todo, la conversión de Europa fue un acontecimiento religioso y, a la vez, el factor esencial en la formación de la civilización occidental»5.

Aún hoy el alma de Europa permanece unida en puntos muy esenciales, pues, además de su origen común, tiene idénticos valores cristianos y humanos, al menos en el substrato de muchas de sus leyes y costumbres. Mantiene valores que debe al Cristianismo, como la dignidad de la persona humana, el sentimiento de justicia y de libertad, la laboriosidad, el espíritu de iniciativa, el amor a la familia, el respeto a la vida, la tolerancia y el deseo de cooperación y de paz, que son notas que la caracterizan6.

A la vez, nos encontramos con una Europa en la que se hace cada vez más fuerte la tentación del ateísmo y del escepticismo; en la que arraiga una penosa incertidumbre moral, con la disgregación de la familia y la degeneración de las costumbres7. No son pocos los pueblos que han admitido en sus legislaciones leyes que ni siquiera son humanas, como es la ley del aborto, que hace retroceder la civilización a épocas de barbarie y degradación. Pero a un nuevo paganismo en las ideas y en las costumbres se responde con una nueva evangelización. Ha sido siempre propio del cristiano ahogar el mal en abundancia de bien. Y eso es lo que nos pide el Señor que llevemos a cabo con esas personas –pocas o muchas, jóvenes o mayores– que están a nuestro alcance.

Muchas veces han resonado en nuestros oídos las palabras del Papa en Santiago de Compostela, en su primera visita a España: «Yo, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal, desde Santiago, te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces. Revive aquellos valores auténticos que hicieron gloriosa tu historia y benéfica tu presencia en los demás continentes»8.

Dios se quiere valer ahora de nosotros para recristianizar la sociedad desde sus mismos cimientos, como hicieron los primeros cristianos y continuaron después tantas generaciones. Sin abandonar el lugar profesional y familiar. ¡Cuánto bien podemos hacer! Para eso es necesario que llevemos una vida de fe viva, que cuidemos con esmero cada día el tiempo que dedicamos a la oración, «tratando a solas con quien sabemos nos ama»9. Es preciso que toda nuestra actividad tenga su centro y su raíz en la Santa Misa, que sepamos acudir al sacramento de la Penitencia, donde se purifica el alma, se rejuvenece y se llena de alegría.

III. Cuando Pablo y sus colaboradores inmediatos atravesaban Frigia y la región de Galacia, el Espíritu Santo les hacía caminar hacia adelante sin permitir que se detuvieran en las ciudades del camino. Por fin, en Tróade, Pablo tuvo una visión: un macedonio estaba de pie y le suplicaba diciendo: Ven a Macedonia y ayúdanos10. Era una llamada apremiante, gracias a la cual se inició la evangelización de Europa. Esa misma llamada hemos de sentir nosotros de gentes que nos rodean y que, en ocasiones, han olvidado o tienen confundidos los rudimentos de la fe. También nos dicen: «Ven y ayúdanos».

Es probable que el Señor no nos pida que marchemos lejos, pues el medio que frecuentamos cada día es el lugar donde el Señor quiere que hagamos esa nueva cristianización, con fe y optimismo, sin pararnos ante las dificultades, pues «si los obstáculos son grandes, también es más abundante la gracia divina: será Él quien los remueva, sirviéndose de cada uno como de una palanca»11. Aprovecharemos todas las circunstancias que cada día nos salen al paso: el nacimiento o la muerte de un pariente o conocido, la enfermedad, los festejos familiares, las pequeñas alegrías que podemos ayudar a sobrenaturalizar, el ofrecer un tiempo para dar catequesis...; siempre tendremos ocasión de aconsejar un buen libro que acerque a Dios, o de dar un consejo a quien está pasando un mal momento...; insinuaremos la posibilidad de bendecir una casa que se comienza a habitar; enseñaremos a pedir ayuda al Ángel Custodio en las pequeñas o grandes necesidades que se presentan; daremos ejemplo a la hora de bendecir la mesa y de dar gracias por los alimentos recibidos; sugeriremos el colocar una imagen de la Virgen en la casa, que indica que allí hay alguien que cree y ama a la Madre de Dios... Son pequeñas costumbres que heredamos de otras generaciones de cristianos y que debemos transmitir, pues en ellas se plasma y se hace práctica una vida de fe. Dios se hace cotidiano en mil pequeños momentos, en el saludo, al convertir en una ofrenda grata al Señor el trabajo diario, en el modo de plantear las vacaciones o el descanso... La fe lo penetra todo, para enriquecerlo y sobrenaturalizarlo. A la vez, lo hace más humano.

El convencimiento firme de que la misma vocación cristiana nos lleva a dar a conocer a Cristo es un paso adelante en esa empresa que el Papa pide a todos. Si cada cristiano fuera consecuente con su fe, no tardaríamos en cambiar el mundo: lo habríamos convertido en un lugar más humano, donde la convivencia resultaría más fácil y grata, porque estaría más cerca de Dios. Comencemos esa labor por nosotros mismos y movamos a otros a que también la continúen. Así, el apostolado será como la piedra caída en el lago, que origina una onda y esta otra...12, sin fin. Pidamos al Señor, con la liturgia de la Misa, que nos conceda, por intercesión de los santos hermanos Cirilo y Metodio, la gracia de aceptar tu Palabra y de llegar a formar un pueblo unido en la confesión y defensa de la verdadera fe13.

A Santa María, Mater Ecclesiae y Regina mundi, le pedimos «una Iglesia rejuvenecida, firme en la unidad, renovada en el afán de santidad y en el afán apostólico de todos sus miembros»14, para que Jesús reine en todos los corazones y en todas las actividades de los hombres.

1 Juan Pablo II, Const. Apost. Egregiae virtutis, 31-XII-1980. 2 ídem, Discurso en Santiago de Compostela, 9-XI-1982, 2. 3 Cfr. L. Suárez, Raíces cristianas de Europa, Palabra, 2ª ed., Madrid 1986, p. 6 ss. 4 Juan Pablo II, Discurso en Santiago de Compostela, 19-VIII-1989. 5 J. Orlandis, La conversión de Europa al cristianismo, Rialp, Madrid 1988, pp. 11 ss. — 6 Cfr. Juan Pablo II, Discurso en Santiago de Compostela, 9-XI-1982, 4. — 7 ídem, Discurso 6-XI-1981. 8 ídem, Discurso en Santiago de Compostela, 9-XI-1982. 9 Santa Teresa, Vida, 8, 2. 10 Hech 16, 9. 11 A. del Portillo, Carta pastoral, 25-XII-1985, n. 10. — 12 Cfr. San Josemaría Escrivá, Camino, n. 831. 13 Misal Romano, Oración colecta de la Misa. — 14 A. del Portillo, o. c., n. 12.

* Cirilo y Metodio eran el menor y el mayor de una familia de siete hermanos. Nacieron en Tesalónica (Grecia), y eran hijos de un alto funcionario de la Administración bizantina. Cirilo adquirió en Constantinopla una cuidada formación, llegando a ser profesor de la Universidad imperial. Metodio, después de haber sido gobernador y haber tenido una agitada vida política, profesó en un monasterio de Bitinia. Ambos dedicaron su vida a la evangelización de los pueblos eslavos. Para facilitar esta labor, Cirilo, experto lingüista, acometió la inmensa tarea de componer un alfabeto para expresar por escrito los sonidos de la lengua eslava, que carecía de caracteres escritos. Tradujo los principales textos de la Sagrada Escritura y de la liturgia; años más tarde, Metodio completó la obra de su hermano.

Cirilo murió en Roma el 14 de febrero del año 869, recibiendo sepultura junto a las reliquias de San Clemente, que él había llevado a la Ciudad Eterna. Metodio falleció el 6 de abril del año 885. Su cuerpo fue trasladado posteriormente a Roma y reposa junto al de su hermano. Juan Pablo II los nombró, junto a San Benito, Patronos de Europa por su labor evangelizadora con los pueblos eslavos.

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