X Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 9, 9-13

Autor: Padre Francesc Jordana Soler

 

 

Para entender la grandeza y las implicaciones de esta escena del evangelio es necesario conocer un poco el contexto social en el que se produce. 

Primero hay que tener claro que la sociedad judía era una sociedad dividida. Era una sociedad claramente dividida entre buenos y malos, entre justos y pecadores. Los buenos y los justos eran los judíos practicantes que miraban a los demás por encima del hombro. Y los malos y los pecadores eran los judíos que no practicaban.  

De entre estos “malos”, los más “malos” eran los cobradores de impuestos pues eran judíos que colaboraban con los romanos, y se enriquecían personalmente a costa de cobrar los impuestos a sus conciudadanos y de robarles, pues muchos abusaban de su cargo y cobraban más de lo debido (Como el caso de Zaqueo que el mismo promete restituir a los que ha cobrado de mas.) 

Por lo tanto, era una sociedad muy dividida. Dividida significa que no se relacionan unos con otros. Y los cobradores de impuestos estaban muy mal vistos por parte de los judíos. Y en esto que Jesús hace un gesto incompresible, él un buen judío, un judío practicante, llama a un cobrador de impuestos a seguirle y va a comer a su casa, con muchos publicanos y pecadores.  

Hemos de contemplar esta escena, lo que significa en ese momento, y lo que nos quiere comunicar hoy.  

Jesús rompe esquemas sociales, rompe barreras, y se acerca POR AMOR al marginado, al excluido, al que está mal visto. Es una actitud muy frecuente en él, no es algo puntual. Nosotros, los seguidores de Jesucristo debemos tener esta misma actitud: acercarse POR AMOR a los excluidos, a los marginados, a los pobres, a los que nadie quiere. Es lo que JPII llamaba en diversos documentos del magisterio:  “la opción preferencial por los pobres”.  

El amor conduce a Jesús a amar a los débiles, a los despreciados, a los peor tratados por la vida y la sociedad. Es la opción que hace Jesús, es la opción que  debe hacer la Iglesia, es la opción que debemos hacer nosotros. Acercarse al débil, al excluido, al marginado, al necesitado. Por eso Jesús dice después explicando su gesto: “misericordia quiero y no sacrificios.”  

Los judíos practicantes iban con bastante frecuencia al templo a ofrecer sacrificios. Jesús con esta frase les está diciendo: “lo que quiero es que os améis 

realmente entre todos vosotros, no que ofrezcáis un montón de animales en sacrificio”. Es una frase que también nos la lanza a nosotros, vamos cada domingo a misa, pero ¿cómo andamos de misericordia?, ¿cómo andamos de amor al prójimo?. “Misericordia quiero y no sacrificios”. No quiero contraponer amor y culto. Sería un error. Pero un culto que no me vaya llevando a amar más a los excluidos, a los pobres, a los necesitados. ... Es un culto que no está cumpliendo su cometido.  

Con estas palabras Jesús critica un culto exterior, superficial, rutinario, que no afecta a la persona entera. Jesús critica un culto que sirve para quedarse con la conciencia tranquila. El culto que él desea es el que hace posible un encuentro con la divinidad y nos acerca al hermano que sufre.   

¿Cómo es nuestro culto? ¿Exterior? ¿Obligatorio? ¿Rutinario? ¿Afecta a toda nuestra vida? ¿Nos pone en contacto con la divinidad?. La eucaristía nos debe hacer vivir las actitudes de Cristo, y él se acercaba a los pobres y a los excluidos, a los pecadores… 

Los fariseos preguntan: “¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?” Jesús responde: “No tiene necesidad de médico los sanos, sino los enfermos… No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. 

¿Cómo nos vemos a nosotros mismos? ¿Sanos espiritualmente, justos? O ¿enfermos y pecadores?. Hoy Jesús nos dice que para estar correctamente situados ante él debemos sentirnos enfermos y pecadores. Porque él viene a sanar a los enfermos, a llamar a los pecadores. ¿Y esto por qué es así? Es así porque cuando uno se sabe enfermo y pecador está abierto a la salvación que Jesús nos trae… Necesita ser salvado.  En cambio, los sanos y justos están cerrados, ellos ya están bien como están.

 

¿Cómo nos vemos a nosotros mismos? Si nos ponemos cara a cara con el evangelio, el evangelio nos denuncia nuestro pecado, nuestra imperfección, y eso nos hace sentir nos débiles y pecadores. Y entonces, y sólo entonces, nos abrimos a Dios y le decimos: ¡sálvame!. ¡Sálvame de mis egoísmos, sálvame de mis visiones humanas, sálvame de mi tibieza!. ¡Te necesito Señor!

Nos creemos buenos porque no matamos, no robamos y no hacemos daño a nadie. Hemos de entender que no se trata sólo de no hacer el mal, sino de hacer el bien, el santo es el que obra haciendo el bien, (SP)“sed apasionados por hacer el bien”. El mediocre es el que obra sin hacer el mal.  

“Misericordia quiero y no sacrificios”, ... vayamos meditando esta semana esta petición que nos hace Jesucristo.