VIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
“Sois una carta de Cristo”

Autor:  Padre Guillermo Juan Morado 

 

 

“La Sagrada Escritura describe la relación de Dios con su pueblo como un compromiso matrimonial. Dios es el Esposo que habla al corazón de los suyos, que se casa con el pueblo “en derecho y justicia, en misericordia y compasión” (cf Oseas 2, 14-20).


El Papa Benedicto XVI, en su encíclica “Deus caritas est” comenta las imágenes atrevidas con las que el profeta Oseas dibuja el amor de Dios; un amor apasionado, fiel y gratuito, que está siempre dispuesto al perdón (cf Benedicto XVI, “Deus caritas est”, 9-10). En verdad, como afirma el Salmista, “el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en
clemencia” (Salmo 102).
Jesucristo hace visible el amor esponsal de Dios. Él es el Novio aguardado, el Esposo que establece, de una vez para siempre, la Alianza Nueva entre Dios y los hombres. Por ello, su presencia entre nosotros convierte el ayuno del mundo en banquete de bodas. La Santa Misa es este banquete nupcial en el que se realiza la unión íntima de cada cristiano con
el Señor: “Quien come mi carne y bebe mi Sangre permanece en mí y yo en él” (Juan 6, 56). Lo que será una realidad definitiva en el Cielo se anticipa así en el sacramento eucarístico.


La unión a Cristo hará posible que se cumplen las palabras del apóstol San Pablo: “Sois una carta de Cristo” (cf 2 Corintios 3, 1-6). El Apóstol presenta a los mismos cristianos como su mejor carta de recomendación. El mundo tiene derecho a poder ver escrita en nuestras vidas esta “carta de Cristo”, porque el lenguaje del ejemplo, del testimonio, de
la coherencia, no necesita de grandes interpretaciones para poder ser entendido por todos: “cualquier gente – escribía San Juan de Ávila – por bárbara que sea, aunque no entienda el lenguaje de la palabra, entiende el lenguaje del buen ejemplo y virtud, que ve puesto por obra, y de allí vienen a estimar en mucho al que tales discípulos tiene” (“Audi, filia”, 34).


Somos discípulos de Cristo. De nuestro testimonio depende, en buena parte, que muchos se acerquen a Él, viendo lo que su gracia ha sido capaz de obrar en nuestras vidas. Estamos llamados, en medio de un ambiente de secularismo, que margina lo religioso, como si Dios no contase, a proclamar con nuestra existencia la centralidad de Dios, su señorío, su
grandeza y su poder. Estamos llamados, en medio del culto a la eficiencia y al consumo, a reservar días y horas para alabar a Dios, participando cada domingo en la Santa Misa y observando el descanso dominical. Estamos llamados, en medio de una cultura que privilegia el interés egoísta, a ser servidores de la vida, que se alegran por el nacimiento de un niño, que se entregan generosamente a la atención de los enfermos, de los ancianos y de los débiles, empezando por nuestra propia familia. Estamos llamados, en medio del erotismo que nos circunda, a reflejar el amor puro de quienes
quieren ser, siguiendo a Jesucristo, limpios de corazón. Estamos llamados a no buscar el dinero como única meta de nuestro esfuerzo, sino a vivir en la honradez, a caminar por las sendas de la justicia, a construir la solidaridad. Estamos llamados, en medio del indiferentismo hacia la verdad, a buscar la verdad que nos hace libres, y a ser sus testigos en todas las circunstancias. Estamos llamados, en definitiva, a no codiciar ningún bien de la tierra, sino a esperar, por encima de todo, los bienes del Cielo.

 

A pesar de nuestros defectos, y de nuestros pecados, hemos de sentir la responsabilidad de transparentar el amor compasivo y fiel de Dios; su infinita ternura y misericordia.