XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

San Marcos 13, 34-32: Estad siempre despiertos

Autor: Padre Guillermo Juan Morado

 

 

“Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para manteneros en pie ante el Hijo del Hombre” (Lucas 21, 26; Aleluya de la Misa del domingo XXXIII del Tiempo ordinario). Próximos ya al final del año litúrgico, estas palabras nos invitan a la vigilancia.

El Señor vendrá como Juez al final de los tiempos. El profeta Daniel, usando un lenguaje apocalíptico, vincula la venida del Mesías con el fin de los tiempos y la resurrección de los muertos: “Muchos de los que duermen en el polvo despertarán: unos para vida perpetua, otros para ignominia perpetua” (cf Daniel 12, 1-3).

Jesús, utilizando una forma de expresión similar, anuncia su muerte en la doble perspectiva de la destrucción de Jerusalén y del fin del mundo: “El día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre” (cf Marcos 13, 24-32).

El Señor anunció el Juicio del último Día: “Entonces, se pondrán a la luz la conducta de cada uno y el secreto de los corazones” (Catecismo de la Iglesia Católica, 678).

Cristo, el Señor, tiene el derecho de juzgar. Él “retribuirá a cada hombre según sus obras y según su aceptación o rechazo de la gracia” (Catecismo de la Iglesia Católica, 682). Ante el Juez, saldrá a la luz la verdad de nuestra vida – en el juicio particular - y la verdad de la historia en su conjunto – en el juicio final - .

La venida del Señor en la gloria, su Parusía, será la instauración consumada del Reino de Dios; el juicio por antonomasia; el gozo del triunfo. Él “vendrá a juzgar a vivos y muertos”; la gracia vencedora llevará a término la obra de salvación, consumando y justificando la historia y la realidad en su globalidad; borrando toda sospecha de sinsentido.

El Juez que va a venir es el Sacerdote perfecto, que “con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados” (cf Hebreos 10, 11-14.18). Esta ofrenda se actualiza en la celebración de la Eucaristía; el sacramento que nos mantiene despiertos y en pie para anunciar la muerte y la resurrección de Cristo, e implorar: “Ven, Señor Jesús”.

Nuestro Juez nos enseñará el sendero de la vida, nos saciará de gozo en su presencia, de alegría perpetua a su derecha (cf Salmo 15).