Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo

San Juan 18, 33-37

Autor: Padre Guillermo Juan Morado

 

 

En el último domingo del Tiempo Ordinario, en el final del año litúrgico, la Iglesia celebra a Jesucristo, Rey del Universo: "Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza" (Apocalipsis 5, 12; antífona de entrada de la Misa de la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo).

Cristo glorioso merece la misma adoración que el Padre. Jesucristo ha desvelado a los hombres el designio divino de salvación. Él, que es el fundamento de todo, en quien todo se mantiene unido, ha querido ser nuestro Rey y Pastor, nuestro Guía y Salvador, el Juez eterno de la historia, el Príncipe de la paz, el Heredero de las naciones, el Primogénito de entre los muertos.

Celebrar su Reinado, "que no es de este mundo" (Juan 18, 36), nos impulsa a obedecer sus mandatos, a escuchar su voz para ser "de la verdad" (Juan 18, 37), para realizar la verdad en el amor (cf Efesios 4, 15). Cristo "dio testimonio de la verdad, pero no quiso imponerla por la fuerza a los que le contradecían. Pues su Reino no se defiende a golpes, sino que se establece dando testimonio de la verdad y oyéndola, y crece por el amor con que Cristo, exaltado en la cruz, atrae a los hombres hacia Él" (Dignitatis humanae, 11).

Celebrar su Reinado, cuyo dominio es eterno y no pasa (cf Daniel 7, 13), nos invita a vivir la paciencia de la espera; a aguardar el último juicio, dejando que el trigo y la cizaña "crezcan juntos hasta la siega" (Mateo 13, 30). No nos corresponde a nosotros, sino a Él, pronunciar la última y definitiva palabra sobre las cosas, sobre los hombres, sobre la historia en su conjunto. Mientras esperamos la tierra nueva y el cielo nuevo, nos corresponde la tarea humilde de transformar el mundo, especialmente "en las circunstancias ordinarias de la vida" (cf Gaudium et spes, 38), con la vivencia del mandamiento nuevo del amor.

Celebrar su Reinado, "de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz" (Prefacio de la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo), nos compromete a no cesar en nuestra oración: "Venga a nosotros tu Reino" y a no cesar en la lucha contra el pecado. Como escribe Orígenes: "si queremos que Dios reine en nosotros, procuremos que de ningún modo el pecado siga dominando nuestro cuerpo mortal, antes bien, mortifiquemos todo lo terreno que hay en nosotros y fructifiquemos por el Espíritu; de este modo, Dios se paseará por nuestro interior como por un paraíso espiritual y reinará en nosotros él solo con su Cristo" (Orígenes, Opúsculo sobre la oración, capítulo 25).

"El Reino de Dios adviene en la Última Cena y por la Eucaristía está entre nosotros" (Catecismo de la Iglesia Católica, 2816). Cristo viene, en el altar, para liberarnos de nuestros pecados por su sangre, para convertirnos en un reino, para hacernos sacerdotes de Dios, su Padre (cf Apocalipsis 1, 5-8).