IV Domingo de Pascua, Ciclo C.
San Juan 10, 27-30:
Apacentar el rebaño de Dios

Autor: Padre Guillermo Juan Morado

 

 

La Sagrada Escritura emplea la metáfora del pastor y del rebaño para describir las relaciones que unen a Dios con su pueblo: “como pastor que apacienta su rebaño, recoge en sus brazos a los corderos, se los pone sobre el pecho, conduce al reposo a las ovejas madres” (Is 40,11). Dios confía las ovejas de su rebaño a sus servidores y promete enviar a un rey-pastor, a un nuevo David, al Mesías (cf Ez 34,23), que vendrá en forma de siervo y que, como una oveja muda, justificará por su sacrificio a las ovejas dispersas (cf Is 53).

Jesús cumple esta profecía del pastor venidero. Él es el Buen Pastor, que guía a su grey y la conduce “hacia fuentes de aguas vivas”. Reúne al “pequeño rebaño” de la Iglesia, un rebaño perseguido por los lobos de fuera y por los de dentro, disfrazados de ovejas, pero pastoreado por Jesús, el Hijo de Dios, que revela a los suyos el amor del Padre.

Entre Jesús y los suyos se crea un vínculo que se caracteriza por el conocimiento mutuo y por el amor recíproco, un amor fundado en el que une al Padre y al Hijo: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de mi mano”.

Escuchar la voz del Buen Pastor es acercarse al Evangelio, abriendo el oído para percibir “la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre” que es Jesucristo, nuestro Señor (cf Catecismo 65). En la Sagrada Escritura, leída en la Tradición de la Iglesia e interpretada con autoridad por el Magisterio, resuena hoy en el mundo esa voz viva que proviene de Dios.

La escucha de la Palabra genera la fe, que se convierte en un principio de conocimiento. “No se trata – como explicaba el Papa Benedicto XVI – de mero conocimiento intelectual, sino de una relación personal profunda; un conocimiento del corazón, propio de quien ama y de quien es amado; de quien es fiel y de quien sabe que, a su vez, puede fiarse; un conocimiento de amor, en virtud del cual el Pastor invita a los suyos a seguirlo, y que se manifiesta plenamente en el don que les hace de la vida eterna”.

Conocimiento y seguimiento son indisociables. Para pertenecer a la grey de Cristo, para ser su discípulo, es necesario darlo todo, sin que basten las palabras separadas de las obras. La fe da su fruto en el amor y se verifica en el cumplimiento de los mandamientos, en la obediencia concreta de la propia vida. Sólo así permaneceremos en Cristo y Él permanecerá en nosotros. Unidos al Pastor, heredaremos la vida eterna, que consiste en participar, para siempre, en la misma vida de Dios, cuando lo veamos tal como es, cara a cara, y Él lo sea “todo en todos” (1 Co 15,28).

El Señor Jesús encomienda a los pastores de la Iglesia, a los obispos y a los presbíteros, apacentar a su rebaño para que busquen a la oveja extraviada y para que vigilen contra los lobos devoradores. Hay de apacentar al Pueblo de Dios con el arranque del corazón y de forma desinteresada. Para todos los que han recibido la misión pastoral siguen siendo plenamente válidas las palabras de San Pedro: “Apacentad la grey de Dios que se os ha confiado, gobernando no a la fuerza, sino de buena gana según Dios; no por mezquino afán de lucro, sino de corazón; no como tiranos sobre la heredad del Señor, sino haciéndoos modelo de la grey. Así, cuando se manifieste el Pastor Supremo, recibiréis la corona de gloria que no se marchita” (1 Pe 5,2-4).