XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.
San Lucas 10, 38-42: El trabajo y la escuchaAutor: Padre Guillermo Juan Morado
La oración y la acción, la
escucha de la palabra de Dios y el trabajo, no son realidades contrapuestas,
sino elementos que configuran la existencia cristiana. Por la fe, recibimos a
Cristo en nuestra casa, en nuestra intimidad, como hizo Marta. Al igual que
ella, debemos disponer las cosas para que el Señor pueda morar entre nosotros,
construyendo una sociedad y un mundo que resulten habitables para Dios.
Cada uno de nosotros ha
asumir, con plena responsabilidad personal, su propia tarea: el cuidado de la
familia, la preocupación por la educación de los hijos, el afán de realizar bien
el propio trabajo. De esta manera contribuimos al bien común de la sociedad y al
perfeccionamiento del mundo.
Hemos
sido creados a imagen de Dios y estamos llamados, en consecuencia, a prolongar
la obra de la creación mediante nuestro trabajo (cf
Catecismo 2427). Trabajar es un deber
y una manera de hacer fructificar los talentos recibidos: “Si alguno no quiere
trabajar, que tampoco coma”, dice el Apóstol (2
Ts 3,10). Soportando el peso del
trabajo, colaboramos también con Jesucristo en su obra redentora para, como
decía San Pablo, completar en propia carne los dolores de Cristo (cf
Col 1,24-28).
Pero en todas las actividades
humanas debe existir un orden. El primer mandamiento de la ley de Dios nos ayuda
a situarnos en la perspectiva adecuada: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma, y con todas tus fuerzas”. Si vivimos en conformidad
con esta orientación fundamental, la relación con Dios será para nosotros
prioritaria.
Amar a Dios sobre todas las
cosas significa estar disponibles para aceptar sus palabras y para entregarnos a
Él mediante la fe y la confianza. Significa, asimismo, depositar en Él todas
nuestras esperanzas y responder a su amor divino con un amor sincero. María, la
hermana de Marta, se sienta con humildad a los pies del Señor para escuchar su
palabra. Jesús hace un elogio de esta actitud: María ha escogido lo único
necesario, la parte mejor, aquella que no podrán quitarle jamás.
La actividad y el trabajo,
siendo realidades justas y buenas, se convierten en un peligro en la medida en
que nos distraigan de nuestra orientación hacia Dios. No se trata de no
trabajar, sino de trabajar sin olvidarnos de Dios. La vida cristiana es una
síntesis entre lo uno y lo otro, entre la contemplación y la acción. El reto que
se abre para cada uno de nosotros es el de saber descubrir a Dios en medio de
las ocupaciones a las que hemos de hacer frente.
En la celebración de la
Eucaristía se hace manifiesto el orden que debe regir nuestras vidas. Todas
nuestras obras y tareas, todos los trabajos y ocupaciones, se convierten en una
ofrenda espiritual agradable a Dios, ya que los unimos a la ofrenda del Cuerpo y
de la Sangre del Señor.
Como cada cristiano, también
la Iglesia entera se ve reflejada en Marta y en María. La Iglesia, como Marta,
se afana en las labores apostólicas, pero, como María, sabe que lo primero y lo
definitivo es Dios.
Como escribía San Agustín:
“Marta, recibiendo al Señor en su casa, representa la Iglesia, que ahora lo
recibe en su corazón. María, su hermana, que estaba sentada junto a los pies del
Salvador y oía su palabra, representa la misma Iglesia, pero en la vida futura,
en la que, cesando de todo trabajo y ministerio de caridad, sólo goza de la
sabiduría. En cuanto a que Marta se queja de su hermana porque no le ayuda, se
da ocasión a la sentencia del Señor, con la que muestra que esta Iglesia se
inquieta y turba por muchas cosas, cuando sola una cosa es necesaria, a la cual
llega por los méritos de este ministerio. Dice que María ‘eligió la mejor
parte’, porque por ésta se va a aquélla que no se quita jamás” (San Agustín).