Solemnidad: La Santísima Trinidad, Ciclo B
San Mateo 28,16-20:
El claroscuro del misterio

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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Dijo Jesús a los Once discípulos: Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. San Marcos, cap. 28.

Cierto predicador de muchas campanillas, iniciaba un curso sobre La incidencia del cristianismo en la cultura occidental. La mayoría de asistentes eran profesores y alumnos universitarios. Enseguida de la primera exposición, vinieron las inquietudes. Un estudiante pidió al conferencista: ¿Usted me pudiera explicar el misterio de la Santísima Trinidad?.

El profesor, sintiéndose bastante incómodo, sólo pudo responder: Pido disculpas, pero no vine preparado sobre este tema.

Y uno preguntaría: ¿En cuánto tiempo logrará prepararse? ¿Y cuando lo consiga, ¿sí entenderemos el misterio?. Comprendiendo por misterio aquello que tiene siempre un más allá. Un claroscuro que sin embargo nos atrae y fortalece.

Los teólogos de todos los tiempos han indicado caminos para acercarnos a Dios. Pero enseguida advierten que la razón no es el más adecuado. Proponen entonces la vía del amor. Desde un amor pequeño como el nuestro, hacia el Amor sustancial, es posible cierto acercamiento.
Cuando el Evangelio empezaba a inculturarse en el mundo griego, surgieron nuevas expresiones para presentar las verdades del cristianismo. Entre ellas la palabra Trinidad, término que no hallamos en la Biblia. Pero se deduce de aquel mandato de Jesús: Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Ese día el Señor no pretendió golpearnos la mente con una fórmula incomprensible. Nos invitó más bien a levantar los ojos y el corazón, para que contempláramos la grandeza de un Dios, que se derrama en Tres Personas distintas.

Según la tradición, fue Tertuliano apologista cristiano del siglo III, el primero en usar el término Trinidad. Sin embargo, la confesión de fe en Dios Uno y Trino, estaba implícita en los primeros credos cristianos.

Esta fe trinitaria de la Iglesia despertó numerosas tensiones y varias herejías.

Y había cierta razón. Abraham había enseñado a los israelitas que no hay sino un solo Dios. Lo leemos en el Deuteronomio: Reconoce y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra no hay otro. Mientras los pueblos vecinos adoraban muchos dioses.

Por lo cual a algunos cristianos del siglo III y IV, esta fe en la Santa Trinidad les pareció un regreso al antiguo politeísmo. Intervinieron entonces diversos concilios, entre ellos Nicea y Constantinopla, sobre todo frente a Arrio y sus seguidores. Ellos clarificaron ante las comunidades cristianas que no adoramos tres dioses, sino un solo Dios en Tres Personas.

Numerosos catequistas de todos los tiempos gustan de presentarnos a la Santísima Trinidad, mediante símiles de la naturaleza, cuyas cualidades explican, acomodándolas a Dios. Y nos repiten que Dios es Amor, lo cual exige un Amante, un Amado y un Lazo de amor que los une.

Pero a veces, todo esto parece el discurso que unas piadosas gaviotas han tejido, sobre la anchura y la profundidad del mar.

Los rabinos judíos no se esforzaban en explicar a Yahvé, sino en señalar sus maravillas. E invitaban al pueblo a alegrarse y a consolarse por su grandeza y cercanía: Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, reza el salmo 32. Igual cosa podemos hacer nosotros.