XXX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 10, 46-52: Ojos para mirar

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

Sitio Web  

 

“En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó, el ciego Bartimeo estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna”. San Marcos, cap. l0.

Los artistas bizantinos acostumbraron pintar cristos de rostro mayestático, que impresionan por su mirada severa y penetrante. Los fieles, más que mirarlos con devoción, se sentían observados por ellos. Además, aquellos pintores rodeaban su obra de un oro vivo que fatiga los ojos. No éramos dignos de avistar a Dios.

Parecía que estas imágenes realizaban el verso de Machado: “El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas; es ojo porque te ve”.

El ciego Bartimeo, que pedía limosna junto al camino, en un primer momento no desea ver, sino ser visto por Jesús. Por esta razón comienza a gritar. Los discípulos lo reprenden, pero él se hace oír del Señor, el cual lo llama. Entonces suelta el manto, da un salto y le ruega al Maestro: Que yo pueda ver.

De inmediato el ciego se siente sano. Y Jesús advierte que su curación ha sido efecto de la fe.

Respecto al mundo que nos rodea, frente a las cosas de Dios, se dan tres etapas, tres niveles. En un comienzo solamente vemos. Es decir, el cerebro percibe las personas, los animales, los objetos. Una actitud elemental. Vemos únicamente para caminar sin tropezarnos. Conviene entonces pasar a un segundo nivel, donde miramos los detalles de las cosas, su dimensión y su significado. Desciframos los numerosos mensajes y sentidos de cuanto nos rodea. Dejamos que el afecto se convierta también en medio de conocimiento y de comunicación. En fin, gozamos, nos enriquecemos. Crecemos como individuos y como seres humanos.

Sin embargo se nos invita a subir a un tercer nivel, donde podremos contemplar. Es la contemplación una actitud por la cual más que conocer, somos conocidos. Allí se dan la admiración y el asombro. Los prójimos y cuanto nos rodea, nos penetran y comienzan a vivir en nuestro interior. Sólo por la contemplación se da una comunión perfecta.

San Marcos subraya la palabra de Jesús a Bartimeo: Anda, tu fe te ha curado. ¿Quién era Bartimeo? El evangelio lo distingue como el hijo de Timeo. Quizás alguien conocido en aquella población de Jericó. Su hijo, un invidente, tal vez a causa de los vientos cargados de polvo y las enfermedades infecciosas de entonces.

Pero aquel ciego, al oír el tumulto que acompañaba a Jesús, comprendió, desde su oscuridad, que ese profeta tenía mucho de Dios. Y esa fe inicial empujó sus ojos de la tiniebla a una luminosa esperanza. Y enseguida a la luz.

Nuestra fe, grande o pequeña, nuestra adhesión a Jesucristo, escasa o fuerte, nos han ayudado a ver. Pero es necesario que aprendamos a mirar. Para captar los detalles, la dimensión y el significado del mundo que nos rodea. Y de igual modo, las cosas de Dios.

Pero podemos aspirar a un nivel superior, donde es posible contemplar. Allí nos sentiremos mirados por Dios. Pero no de una forma inquisitiva, como lo hacían aquellos cristos bizantinos. Sino por una mirada limpia y paternal, la del Dios del Nuevo Testamento.

Podríamos entonces afirmar, parodiando a Machado: La fe que tienes no es sólo para ver a Dios. Es para ver que te ve.