XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos, 12, 28-34: A Él y al prójimo

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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 “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser” .

 

Estamos en noviembre "Cómo se pasa la vida tan callando", reza la copla de Jorge Manrique. Después de los días, de las luchas, de las cicatrices, no queda sino el amor a Dios y los frutos del amor al hermano.

 

Son múltiples, como las estrellas del cielo, los motivos para amar al Señor. También único y simple este motivo: Porque El es nuestro Padre. Porque todo cuanto tenemos nos vino de sus manos. Porque nos manda la alegría para invitarnos desde ahora a la fiesta del cielo. Porque alguna vez permite que el dolor se nos acerque, para que no extraviemos la senda. 

 

Amémosle porque sale el sol y porque llueve. Porque nos permite ver, oír, oler, gustar, tocar: Esas cinco maneras de construir el universo. Porque nos sacó de la nada. Porque permite que los demás nos quieran. Porque tenemos dos manos y dos pies. Porque nos regala un arado, y tierra fértil ante nuestros pasos. Porque los grandes personajes del mundo, después de tanto hablar, a ratos se ponen de acuerdo. Porque tenemos un poco de alimento en la despensa. Porque sabemos sumar, restar, multiplicar, y dividir. Porque si tú quieres, pasado mañana compartirás el Reino de los Cielos. Porque existe el radar, las computadoras, las guitarras y las estrellas, los lápices de colores y el pasto verde, silencioso y humilde. Porque nos ha dado como Madre a Nuestra Señora. Porque todavía están vigentes las cinco vocales que aprendimos cuando niños. Porque ha perdonado y olvidado nuestros pecados. Amémosle. Si somos personas interesadas, porque esto nos traerá mucho provecho. Si no lo somos, porque El tampoco lo es...

 

Y a nuestro prójimo. Una leyenda rusa nos pinta a un Dios que no es el nuestro: Tuvo Demetrio que salir hacia un lugar en la estepa, para celebrar allí una importante reunión con Dios. En el camino encontró a un viajero cuyo carruaje se había atascado. Se detuvo a ayudarlo mucho rato. Luego retomó su camino de prisa. Cuando llegó jadeante al lugar de la cita, Dios no lo había esperado.

 

Nuestro Dios no acostumbra a citar a sus hijos en la estepa. El viaja por todas las sendas bajo la forma de caminantes menesterosos. Podemos reconocerlo de inmediato en el herido por los ladrones, o en el vencido por la fatiga, en el que no tiene alimentos para continuar la escalada.

 

Simón de Cirene miró a un condenado a muerte. Se ofreció a ayudarlo cargando la cruz. Era el Hijo de Dios.

 

En la tarde de la vida, dice San Juan de la Cruz, seremos examinados sobre el amor. ¿Amor a Dios? Sí. Pero también amor a los hambrientos, a los sedientos, a los desnudos, a los enfermos, a los encarcelados...