XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 13, 24-32: La experiencia final

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez  m.x.y.(Calixto)

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 “Dijo Jesús: Entonces vendrán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes con gran poder y majestad”. San Marcos, cap. 13.

Dos idiomas se unieron para fabricar la palabra experiencia. Un hermoso vocablo que se abre con el prefijo latino ex y nos invita a salir de nosotros mismos para encontrar el mundo. Viene enseguida la preposición griega peri, que ordena rodear la cosa conocida y desentrañar su misterio. Y al final encontramos el sustantivo latino ens, que en el plural se vuelve entia.

Lo dice la teología actual: Fe no equivale a un conocimiento frío de Dios. Se identifica más con la experiencia. Se trata de salir de nosotros en búsqueda del Señor. Y luego guardar en lo interior la huella imborrable de ese encuentro.

Jesús, durante su predicación, explicó de diversas maneras esta experiencia. Pero no quiso soslayar un tema que preocupaba a sus oyentes, como también nos preocupa a nosotros: ¿Cómo ha de terminar la historia de este mundo?

Aquello que llamamos juicio final, el pueblo judío al contacto con la cultura griega, lo había vestido de curiosos ropajes. A lo cual hacen eco los evangelistas: Vendrá el Señor, igual que un rey que vuelve a recuperar su territorio. Dios aparecerá sobre las nubes, con todo su poder y majestad, nos dice san Marcos. San Mateo y san Lucas hablan de señales en el sol, la luna y las estrellas. De trompetas que retumbarán sobre los cuatro puntos cardinales.

No podemos restarle importancia a este acontecimiento. La vida de cada hombre se termina. También se acabará el universo, aunque no tan pronto como ciertos grupos agoreros anuncian. Pero no es lícito borrar las otras páginas del Evangelio, para interpretar esta circunstancia final.

Nosotros, que hemos pecado, sentimos temor del juicio, pero podemos iluminar ese futuro con las anteriores experiencias de perdón que Dios nos ha brindado.

Anteriormente se motivaba al cristiano a impetrar con angustia la perseverancia final. Hoy convendría más bien esperar confiadamente la experiencia final. Ese día veremos cara a cara a Aquel, a quien entregamos nuestra vida, a pesar de tantas mezquindades. Comprobaremos entonces que sí es pastor bueno y padre misericordioso. Es el dueño del campo que no permitió arrancar la cizaña antes de diferenciarla del trigo. Es el mismo que reprendió a los Zebedeos, porque pedían fuego del cielo sobre una ciudad samaritana.

Sin embargo, la zozobra nos invade, cuando proyectamos sobre Dios nuestros esquemas personales: Esa incapacidad humana de perdonar del todo. Nuestra generosidad a cuenta gotas. Esa estrechez de miras hacia quien ha fallado. Nos gusta a veces imaginar a Dios como vengador, con tal que su castigo arrase a nuestros enemigos.

La fe de cada día, donde experimentamos el pecado y el perdón, la lejanía y el regreso, ha de ensayarnos para la experiencia final, “la venida gloriosa de nuestro Salvador, Jesucristo”.

Pero experiencia cristiana no es acumulación de actos piadosos o colección de calendarios. Es ante todo profundidad del alma. Es sentir que Dios nos hace suyos en las buenas y en las malas.

Cuando comprobamos por medio de Jesús que Dios sana y alegra y perdona, nuestro ser interior se va irguiendo, hasta encontrarse cara a cara con el Altísimo.