Domingo de Ramos, Ciclo C.
San Lucas 22, 14-23, 56: Caifás le escribe a CristoAutor: Padre Gustavo Vélez Vásquez m.x.y.(Calixto) (Q.E.P.D)
“Cuando Jesús se
acercaba a la ciudad, los discípulos entusiasmados alababan a Dios gritando:
Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor”. San Lucas, cap. 19.
Jean Moussé imaginó una
carta del sumo sacerdote Caifás, para Jesús de Nazaret. Habría sido escrita
antes del domingo de Ramos. Entre otras cosas dice:
“Aunque no te conozco
personalmente, sé que eres un buen hombre, con gran éxito entre la gente. Pero
me gustaría advertirte que hablas de Dios con mucha seguridad y tú no tienes
preparación teológica. Pero ¿por qué no vienes a la escuela talmúdica abierta al
público?. Además, no te hagas ilusiones: Este pueblo que hoy te aclama no te va
a seguir siempre, menos aún por los caminos por donde quieres conducirlo. Por el
momento soy todavía tu amigo, Caifás”.
En verdad, Jesús no era un
teólogo al estilo de los doctores de su tiempo. Todavía no alcanzaba la edad
legal para ser maestro de nadie. No lo eligieron sus discípulos, sino que él se
escogió a los que quiso. Y se pasaba el tiempo contándoles historias, con las
cuales explicaba su experiencia de Dios, invitando a sus oyentes para que
aceptaran también el amor del Padre. Jesús no tenía poder oficial, ni teológico,
ni jurídico. Menos aún político, a pesar de que mucha gente lo seguía. Y sí
hablaba de Dios con notoria seguridad. Por ejemplo: Yo y el Padre somos uno.
Cuando aquella multitud lo
aclamó a la entrada de Jerusalén, con vítores y palmas, Jesús no le hacía
competencia a ningún otro reino de los que conocemos. No pretendía invadir ni
territorios ni ciudades, sino los corazones de cuantos acepten como a Dios como
Padre.
Poco le hubiera servido al
Maestro frecuentar las escuelas talmúdicas, donde la ley de Moisés agonizaba,
reducida a lo accidental y lo externo.
Jesús entonces viene en el
nombre del Señor para que haya paz en lo interior del hombre. Y esa paz se
manifieste en la familia y en la sociedad.
Pero Caifás tiene razón,
cuando le advierte a Cristo: Ese pueblo no te va a seguir para siempre. La
eterna historia de todo amor humano. Solamente cuando se purifica de toda
escoria, cuando se eleva hasta volverse casi inmaterial, el amor logra resistir
las pruebas, de las cuales la menor no es el tiempo.
Nuestra alianza con Dios es
inconstante, porque apenas le amamos a medias. Lo mismo que aquellos discípulos,
un día lleno de entusiasmo, pero luego desmemoriados e ingratos.
Nos dicen que para
ratificar lo prometido, mucho más en compromisos de amor, conviene repetir la
promesa muchas veces. Ya en el corazón, ya en los labios. A este rito, en
lenguaje cristiano lo llamamos oración.
Conviene además presentar a
la mente con frecuencia, cada una de las bondades del amado. Lo cual se llamaría
contemplación. Y luego alegrarse despacio por ese amor que de Dios recibimos. De
allí brota de forma espontánea el agradecimiento. Uno de los quehaceres
ordinarios de todo buen creyente.
Al celebrar la Pascua,
muchos de nosotros regresamos, cansados de peripecias y batallas, hacia el amor
de Cristo. Hemos vuelto al hogar. Que El nos regale la perseverancia.