Cara a cara con ella

Domingo V de Cuaresma, Ciclo A 

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

Sitio Web

 

 

"Cuando Jesús llegó a Betania, Lázaro llevaba ya cuatro días de muerto. 
Marta salió al encuentro del Señor y le dijo: Si hubieras estado aquí". San Juan, cap. 9.

Una religión que no enfrente los grandes problemas de la vida, no merece la pena. Pero nosotros los cristianos recibimos de Jesús de Nazaret una clave que nos descifra el enigma de la muerte. En su enseñanza y luego por su resurrección, al tercer día.

La teología aclara que resurrección es el paso de esta vida mortal a otra indestructible, cuando Dios transforme nuestro cuerpo mortal en otro que no puede morir. Entonces, si el evangelio cuenta que el Señor resucitó a la hija de Jairo, a un joven en la aldea de Naim y también a Lázaro, entendemos que los devolvió a esta vida presente, con la obligación de morir otra vez. Sin embargo 
estos signos demostraron el poder del Señor y prepararon a sus discípulos para creer en el Resucitado.

Ante la persecución de los judíos, el Maestro se ha refugiado al otro lado del Jordán y allí recibe un aviso de Marta y de María: "Lázaro, tu amigo está enfermo". Pero Jesús se queda allí otros días, y afirma ante los suyos: "Esta enfermedad servirá para que el Hijo de Dios sea glorificado". Aunque luego les dijo: "Lázaro duerme". Una forma piadosa de señalar que ha muerto. "El sueño, moneda fraccionaria de la muerte", ha dicho un escritor.

Cuando llega a Betania, hace ya cuatro días que Lázaro ha muerto. "Ya 
huele mal", dirá luego Marta, al ordenar Jesús que muevan la piedra del sepulcro.

Por su parte, María le ha reclamado: "Si hubieses estado aquí no hubiera muerto mi hermano." Aunque declara su fe en el Maestro: "Yo sé que Dios te dará lo que le pidas". Sin embargo esta mujer sigue creyendo dentro del esquema judío: "Sé que mi hermano resucitará el último día". La tradición de los rabinos hablaba de un futuro, que algunos creían próximo, cuando Dios destruyera este mundo 
visible.

San Juan nos cuenta que Jesús, viendo llorar a María y a los judíos que la acompañaban, también "Se echó a llorar". El Maestro estaba cara a cara con la muerte. Experimentaba nuestras angustias y perplejidades ante ese más allá desconocido. La impotencia de nosotros los mortales frente la intrusa visitante.

Cuando movieron la piedra del sepulcro, el Señor luego de dar gracias al Padre, "gritó con voz potente:
Lázaro, ven fuera. Y el muerto salió, los pies y las manos atadas, y la cara envuelta en el sudario". Jesús entonces ordenó desatarlo.

Desearíamos más detalles sobre este signo milagroso, aunque luego junto 
a Jesús resucitado, comprenderemos muchas cosas del dolor y de la muerte. Allí en Betania, el Maestro terminaba de explicar su pensum sobre fe y vida, al enseñarnos que este morir corporal es poca cosa, que el poder de Dios va más allá de nuestros cálculos. Su presencia más allá de nuestros miedos.

Los primeros cristianos tenían tal convicción sobre la victoria de Jesús sobre la muerte, que algunos de ellos ya se creían resucitados. En algún evangelio apócrifo leemos: "Quien dice: Primero morimos y luego resucitamos, se engaña. Si no vives como resucitado desde ahora, nada entonces alcanzarás después".