Matrículas abiertas 

Domingo II del Tiempo ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Viendo Juan a Jesús que pasaba, les dijo a sus discípulos: Este es el cordero de Dios. Dos de ellos oyeron estas palabras y siguieron a Jesús”. San Juan, cap. 1.

 

No es posible identificar el sitio exacto donde  predicaba el Bautista. Los evangelistas señalan un lugar vecino al Jordán, por el cual varias rutas vadeaban el río para seguir hacia el oriente.

 

Allí ocurrió el encuentro de Jesús con sus primeros discípulos. Después de abandonar Nazaret, el Hijo del Carpintero fue bautizado por el Precursor, y  comenzó a reunir un grupo de colaboradores. Era necesario anunciar y luego llevar a la práctica su proyecto del Reino de Dios.

 

El cuarto evangelista nos cuenta que él y Andrés, compañero de tareas en el lago, eran discípulos del Bautista. Un día éste les señaló a Jesús, quien llegaba del norte, a quien llamó “el Cordero de Dios”.

 

Para un judío tal expresión guardaba un especial significado. Al compararlo con el cordero, sobre el cual los sacerdotes del templo  descargaban las culpas del pueblo, indicaba que Jesús era el Salvador, el Mesías.

 

La entrevista nos la cuenta san Juan, como testigo  presencial. Ellos llaman Rabí a Jesús, es decir Maestro y le preguntan dónde vive. Él los invita a su casa, donde comparten todo el día.  

 

Los predicadores ambulantes de entonces solían situarse en las afueras de las ciudades, para explicar los preceptos y las tradiciones religiosas. Quienes se interesaban por el tema elegían a alguno como maestro. Jesús obró de manera diversa. Él mismo fue escogiendo a sus apóstoles. Y en otra ocasión les dirá: “No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os elegido a vosotros”.

 

El evangelista anota que Andrés llevó a su hermano Simón ante Jesús, y éste lo llamó Pedro, integrándolo al grupo.

 

Así empezó esta cadena de amigos del Señor que se prolonga día a día. Nosotros  mismos somos discípulos de Cristo, porque otros bautizados  nos motivaron a la fe. Valga para ellos un agradecido recuerdo.

 

Pero esta sucesión no puede interrumpirse. En la escuela de Jesús continúan abiertas las matrículas y es necesario invitar a muchos. Aunque el llamado a ser discípulos del Señor se diversifica según las diversas profesiones y oficios. De acuerdo a variadas circunstancias. Pero lo esencial es siempre idéntico: Conocer cada vez más al Hijo de Dios y copiar su estilo de vida.  

 

Esta motivación a imitar a Jesucristo se llama, en términos de Iglesia, Evangelización. Una tarea no exenta de obstáculos. Los canales de comunicación de ayer se han vuelto ineficaces, ante el cambio cultural que nos envuelve. Además, el evangelio se ha contaminado con tantas adherencias que en verdad no seduce. 

 

Muchos a nuestro alrededor no saben nada de Jesús, aunque hayan recibido el bautismo. Otros más tuvieron alguna experiencia cristiana, pero no están interesados en ahondarla.

 

Pero el método para llegar a ellos no consiste en difundir conceptos, o repetir insípidas liturgias. Es hacerles sentir que Dios los salva, porque los ama individualmente.  

Juan José Tamayo, un teólogo español, proponía hace poco en un foro pastoral: “Quiero solicitar al papa que a la par de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cree en el Vaticano, otras dos congregaciones: “Para la defensa de la Esperanza”. “Para la práctica de la Caridad”.