Técnica de la vida cristiana

Domingo XVII del Tiempo ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Dijo Jesús: El Reino de los Cielos se parece a un comerciante en perlas finas. Al encontrar una de gran valor, se va vender todo lo que tiene y la compra”. San Mateo, cap. 13. 

Por el Mediterráneo – el Mare Nostrum de los romanos – iban y venían los mercaderes de oriente que comerciaban maderas finas, telas, especias, objetos de arte, piedras preciosas. Y obviamente perlas, que servían entonces como ahora, para exhibir riqueza y presumir importancia. Y ya en tiempos de Salomón eran conocidas en Israel. Las mejores provenían del Golfo Pérsico. 

Hoy sabemos que las perlas se forman por una secreción calcárea de ciertos moluscos. Las hay de diversas formas y de variados tintes: Blanco, negruzco, rosado. Lo cual influye obviamente en su valor. 

Junto a la pobreza del pueblo judío no faltaron mujeres aficionadas a adornarse con perlas, como aquella pecadora de Babilonia que presenta el Apocalipsis. Lujos que la comunidad cristiana rechazaba. 

En su parábola el Señor nos presenta a un hombre habilidoso, que de pronto halla una perla de gran precio. Si la compra se hará rico para siempre. Por lo cual decide vender todos sus bienes.

No explica Jesús qué poseía este hombre. Tal vez una viña, algún rebaño, una casa en Jerusalén, un par de bueyes y un arado. Pero en el trato con los de su oficio había aprendido a distinguir, a simple vista, las perlas finas y aquellas sólo de apariencia. No estaría contento de su estatus económico. Y ahora se le ofrecía el negocio del siglo. Sería rico, establemente rico. 

Así enseña el Maestro que hay algo en nuestra vida por lo cual vale la pena entregar otros bienes. Nos habla del Reino de los cielos. Nosotros podemos traducir: La plena realización de cada quien. Y en el lenguaje tradicional, la salvación eterna. 

Guillermo Valencia encierra nuestra historia mortal en un melancólico soneto: “Cuna. Babero. Lápiz. Tesis. Diploma”. Para terminar en “Tumba. Silencio. Ortigas. Ausencia y cruz mohosa”. Tiene razón en parte. Pero cada uno puede pintar su espacio temporal del color que le guste. Llenarlo con los valores que prefiera. 

Los discípulos de Cristo hemos de negociar mientras vuelve el Señor, como ordenó aquel amo a sus criados cuando les repartió los talentos. 

La técnica de la vida cristiana consistiría entonces en descubrir qué es esencial y qué es secundario para vivir a perfección en esta vida y lograr luego la recompensa eterna. Entre lo primero estarían la serenidad, la moderación, la generosidad con los pobres, la transparencia, el amor de familia. En otros términos, aquel programa de las Bienaventuranza que Jesús presentó a sus seguidores. 

Todo esto nos lleva a una existencia equilibrada y amable, a pesar de las dificultades. Comprenderemos luego que lo demás puede feriarse a la primera oportunidad. Porque es juego de niños, espejismo, vana ilusión. 

Pero, mirando nuestro entorno advertimos que muchos sufren de miopía existencial. Para ellos vale más lo inmediato, lo aparente, aquello de relumbrón y fantasía. 

Por lo cual se nos puede aplicar frecuentemente aquella sentencia del Señor: “¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo si pierde su vida?”. 

Convendría entonces hacerle a nuestro corazón una seria auditoría: ¿Qué bienes es preciso entregar? ¿Con qué ambición codiciamos los bienes verdaderos?