En círculos concéntricos

Domingo XXVI del Tiempo ordinario, Ciclo B

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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““En aquel tiempo dijo Juan a Jesús: Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros”. San Marcos, cap. 9. 


Se habló entonces de ética civil. La definieron como el conjunto de valores y normas, sobre los cuales pudiera darse un consenso universal. Lo cual causó revuelo en muchos círculos religiosos. Cada uno de los grandes credos imaginó que una ética creíble debía tener su propia marca. 

Sin embargo, hoy se entiende que aceptar una ética civil sería un avance enorme hacia la paz. Habría un marco oficial de verdad y de bien, al cual se atuvieran todos los hombres de buena voluntad. A quienes podríamos ubicar como en círculos concéntricos, respecto a Jesucristo. 

Pero es obvio que en, tiempos de Jesús, no se pensaba de este modo. Más aún: El pueblo judío se sentía el único y el mejor entre todas las naciones de la tierra. Para lo cual tenía ciertos motivos. Dios lo había escogido como un laboratorio religioso que sirviera de ejemplo a toda la humanidad. Y en el Deuteronomio se leía: “¿Hay alguna nación tan grande, que tenga sus dioses tan cerca como lo está Yahvé, nuestro Dios, siempre que lo invocamos?. 

Pero el Maestro, durante su predicación, trató de corregir esta estrecha visión de sus paisanos. Enseñó que la salvación traída por él sería para todos los hombres, de todos las culturas, de todos los pueblos. 

Cuenta san Marcos que el apóstol Juan le dice un día Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros”. No sabemos qué clase de demonios expulsaba ese profeta no alineado. Menos aún con qué ritual. 

El Señor le da a su discípulo preferido una lección de respeto universal, de acogida ecuménica: “No se lo impidáis, pues uno que hace milagros en mi nombre, no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro”.

Jesús enseña entonces que puede darse un consenso en lo esencial del Evangelio, más allá de las matrículas, los estatutos y las banderas que lo cobijan. No porque esos elementos sean siempre inútiles. Generalmente ayudan a identificar lo esencial. Pero Dios no quiere que dividamos su era en angostas parcelas, pretendiendo ahuyentar la cizaña. Nos pide no cuadricular el proyecto de Jesús, por medio de complicados mecanismos que hemos inventado a través del tiempo. 

Vale entonces comprender que en que en el mundo de hoy, tan complejo y multicolor, no es fácil dibujar hasta dónde avanza la Iglesia, y dónde acaba el Reino de Dios. “¿En dónde el aire termina y dónde empieza el cristal?”, escribió José María Pemán. 

En muchos estamentos desconocidos podríamos descubrir numerosos seguidores del Evangelio, los cristianos anónimos, que llamó el Padre Ranher: “Aquellos que te buscan con sincero corazón”, como rezamos en la liturgia eucarística. 

Por lo tanto, nuestra actitud de cristiana consistiría en observar cómo acá y allá revientan generosamente “las semillas del Verbo”, que señaló san Justino para los fieles de su tiempo. 

Porque el Padre de los Cielos “que es el labrador”, continúa sembrando más allá del reducido espacio a donde alcanzan nuestros ojos.