Una verdad tardía 

Domingo XXX del Tiempo ordinario, Ciclo A

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

Sitio Web

 

 

“Uno de los fariseos le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?. Él le dijo: Amarás al Señor tu Dios”. San Mateo, cap. 22. 


Los hay de todos los colores, tamaños y sabores: Nobles y rastreros. Plácidos y atormentados. Tiernos y déspotas. Pasajeros y estables. Esforzados y frágiles. Así son los amores que brotan de nuestro interior. 

Cuando Dios creó al hombre “a su imagen y semejanza”, lo más conforme a Él, que es Amor Sustancial, fue nuestro propio corazón. Verdad tardía sin embargo, ante un mundo demasiado intelectualista y pendenciero, donde apenas hoy descubrimos el amor como único fármaco para la humanidad. 

A un fariseo que deseaba ponerlo apuros, Jesús le responde que el principal mandamiento de la Ley es amar al Señor. ¿Qué nos querría decir el Maestro?

Los griegos que conquistaron a Israel en el siglo IV antes de Cristo, sumieron al país en profunda crisis. Agravada más tarde por la dominación romana. En esta coyuntura, los rabinos se esforzaron por custodiar las instituciones políticas, sociales, religiosas, mediante innumerables y minuciosos preceptos. Allí estaban la observancia del sábado, las leyes cultuales, las normas relativas a la pureza ritual y a la salud. 

Con toda razón quienes deseaban agradar a Yavéh se sentían agobiados. Y así se explica que este fariseo, a quien desconcertaba la predicación de Jesús, deseaba una luz para su comportamiento. 

El Maestro no se detiene a examinar los 613 mandamientos, que se enseñaban al pueblo en la sinagoga. Más bien regresa a los tiempos en que Moisés y sus discípulos dieron fisonomía al judaísmo, cuando el pueblo dejó ser nómada, para asentarse sobre la tierra prometida. Cita entonces Jesús un versículo del Deuteronomio: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser”. “Con todas tus fuerzas, con toda tu mente”, consigna san Lucas. 

Una respuesta que nos causa cierta desazón. Es posible comprobar y evaluar las prácticas religiosas que realizamos. Pero al amar, ningún instrumento de medición nos asegura que hemos logrado la meta suficiente. 

“El que me ama, guardará mis preceptos”. Esta palabra del Señor en algo orienta nuestra perplejidad. Pero lo demás hemos de confiarlo a la dinámica del amor que es invisible, inasible, inefable. 

Sin embargo podríamos descubrir ciertos indicios que verifiquen si amamos a Dios. Examinaríamos nuestra memoria. ¿Cuál es su capacidad de recuerdo frente al Señor?. Igualmente trataríamos de averiguar el por qué de nuestras tareas y esfuerzos. Para la virtud o para el mal hoy no cuenta tanto lo que hacemos, sino por qué lo hacemos. Y luego evaluaríamos si la fe nos da paz, o nos trae desasosiego. Todo lo que viene del amor viene de Dios y serena el corazón. 

Ese amor del primer y único mandamiento produce lógicamente el amor a los demás. Que es el segundo precepto, pero semejante del todo al anterior, como nos dice el Maestro. 

Sin embargo, al mirar en derredor comprobamos que todo sigue igual. Nos acecha el pecado. Las tempestades no cesan. Vivir continúa siendo diariamente una lucha. Pero no importa: Si procuramos amar a Dios sobre todas las cosas, de inmediato nos sentiremos amados por Él con entrañas de madre, como enseñó Jesucristo.