La procesión que va por dentro

Domingo de Ramos Ciclo B

Autor: Padre Gustavo Vélez Vásquez (Calixto)

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“Dos discípulos fueron y encontraron el borrico. Echaron encima los mantos y Jesús se montó. Muchos alfombraron el camino con sus mantos y gritaban: Bendito el que viene en nombre del Señor”. San Marcos, cap. 11. 

Cuando en tiempos pasados se coronaba al papa con la tiara, el diácono le ofrecía una estopa humeante con la siguiente advertencia: “Santo Padre, así pasa la gloria del mundo”. Frase que escribió Kempis en su “Imitación de Cristo”. 

Cuenta san Marcos que unos días antes de la Pascua, el Maestro subió desde Betania a Jerusalén. Dos discípulos le trajeron un asno que hallaron atado a una puerta y pusieron encima sus mantos y Jesús se montó. Mientras la multitud, agitando ramas cortadas en el camino, lo aclamaba: “Bendito el que viene en nombre del Señor”. Comparado con el relato de san Mateo, éste es simple, casi descolorido. No tiene la fuerza apologética, menos aún política, que algunos le descubren al acontecimiento. 

Por esas fechas numerosos peregrinos visitaban la ciudad santa. Los más piadosos y pudientes permanecían allí hasta una semana, para compartir la cena pascual con parientes y asistir a las ceremonias del templo. 

En otras ocasiones Jesús había rechazado un mesianismo ostentoso. Nada de lanzarse del pináculo del templo, según la sugerencia del Maligno. Tampoco se dejó entronizar como rey, cuando la gente admiraba sus signos. 

Ahora acepta que la multitud lo aclame y entra caballero en un borrico, dando cumplimiento a un anuncio del profeta Zacarías. Pero también el Señor verificó entonces lo efímera que es la gloria humana. Porque el tumulto de los manifestantes se dispersó enseguida por las estrechas calles de la capital. Unos volvieron a sus preocupaciones. Otros al ajetreo preparatorio de la Fiesta. Y otros a maquinar la muerte del Maestro. 

Los discípulos de Cristo, más por ingenuidad que por malicia, atamos muchas veces nuestras glorias a frágiles y esquivos elementos: Cargos, atuendos, condecoraciones, puestos de honor, discursos. Todo lo cual se disuelve como sal en el agua. “Los títulos, afirma un autor, son apenas sílabas de sobra para un epitafio”.

San Pablo además escribió a los filipenses: “Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios. Al contrario, se despojó de su rango pasando por uno de tantos”. Siendo igual a nosotros se dejó aplastar por la muerte, pero luego se alzó del sepulcro. Sobre este hecho se fundamenta nuestra fe. 

- Ya viene la procesión, dijo la madre y todos se asomaron al balcón. El abuelo, desde su silla de ruedas observaba el desfile multicolor, con los ojos colmados de nostalgia. - Miren al Señor en la burrita, exclamó la niña menor. Mami, tú nunca me llevas a las procesiones. Los fieles coreaban: “Tú reinarás, ese es el grito que ardiente exhala nuestra fe”, golpeando el azul de la mañana 

¿Y qué pasará en nuestro interior? ¿Por qué vericuetos deberá discurrir nuestra procesión personal?. ¿Qué nos dice hoy ese profeta, Dios y hombre verdadero? ¿Será nuestro corazón campo abierto, para que llegue Cristo a tomar posesión de lo suyo? Es el momento de reconocer a Jesucristo como el Señor de la vida y de la historia. De acompañarlo en su muerte que nos purifica, para alegrarnos luego en su resurrección.