Solemnidad de la Natividad del Señor, Ciclo A

Lucas 2, 1-14: “Como señal (…) al niño envuelto en pañales y acostado en un establo

Autor: Padre Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

 

 

“El origen de Jesucristo fue este: María, su madre, estaba comprometida para casarse con José; pero antes que vivieran juntos, se encontró encinta por el poder del Espíritu Santo”. Con estas palabras, el autor del evangelio que vamos a leer durante todo el ciclo litúrgico A, explica el origen divino de Jesús. Mateo quiere dejar muy en claro, desde el principio, que Jesús viene de Dios y es el Mesías esperado por el pueblo de Israel desde el origen de los tiempos.

 

Oí una vez la historia de una niña de unos diez años que se acerca a su papá y le pregunta: ‘Papá, ¿de dónde venimos los seres humanos?’ El papá con cara seria comienza a explicarle la teoría de la evolución de Darwin, tratando de adaptar el lenguaje para no escandalizar los oídos de su pequeña hija: “Venimos de los monos… por evolución, de acuerdo a los estudios más recientes, los seres humanos venimos de una o varias ramas de monos que fueron evolucionando gracias a una serie de transformaciones en su estructura cerebral. Fue un proceso muy lento de transformación a través de los siglos”.

 

La niña, desde luego, no queda muy convencida, conociendo, como conoce, los monos del zoológico al que la han llevado más de una vez de paseo. Pero bueno, su papá no suele decir mentiras y habrá que creerle. Sin embargo, se va a donde su mamá y le formula la misma pregunta, sin advertirle que ya su papá había dado una primera versión de la historia: ‘Mamá, ¿de dónde venimos los seres humanos?’ La mamá, haciendo gala de su bien aprendida catequesis de infancia le responde a su hija con dos trazos simples, pero concluyentes: “Venimos de Dios… En el comienzo de la historia, Dios creó a Adán y a Eva… y de Adán y Eva venimos todos… Es decir que venimos de Dios”.

 

No hay mucho más que discutir. Las palabras de su mamá resultan más convincentes que las de su papá… Sin embargo, la niña hace notar la incoherencia… Alguno de los dos debe estar equivocado, porque se trata de dos versiones muy distintas. De modo que la pequeña le dice a su mamá: ‘Pero mi papá dice que venimos de los monos… ¿Cómo puede ser eso si tu dices que venimos de Dios?’ A lo que la mamá responde sin dejar un segundo de vacilación: “Lo que pasa, hija, es que una cosa es la familia de tu papá y otra muy distinta la familia mía… No hay que confundir las cosas…”.

 

Tal vez nosotros también podríamos decir lo mismo. Venimos de Dios, y aunque la historia de Adán y Eva no se puede tomar al pie de la letra, de acuerdo con las enseñanzas del Concilio Vaticano II sobre estos temas bíblicos (Cfr. Dei Verbum 12), sí revelan una verdad: Somos hijos/hijas de Dios y estamos llamados/as a compartir con él la plenitud de la vida, al estilo de Jesús de Nazaret, “el primogénito entre muchos hermanos” (Rm 8, 29). San Agustín nos lo recordaba cuando decía: “Nos creaste para ti, y nuestro corazón andará inquieto, hasta que no descanse en ti”. De Dios venimos y a Dios volvemos. Ese fue el origen de Jesucristo y es lo que Jesucristo nos revela de toda persona humana… Nuestro origen también está en Dios y nuestro fin último es participar plenamente de la vida de Dios, al estilo de Jesús.