Encuentros con la Palabra
XXXI del Tiempo Ordinario, Ciclo A.

Conmemoración de todos los fieles difuntos

Juan 12, 23-28: “(…) si el grano de trigo al caer en tierra no muere, queda él solo”

Autor: Padre Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

 

 

En un lugar apartado de la República de Irlanda existe una caverna construida más o menos cuatro mil años antes de Cristo, conocida actualmente como Newgrange. Los arqueólogos que la descubrieron, encontraron restos humanos al fondo de la gruta, excavada en las laderas de una montaña. Es un lugar que atrae a muchos turistas cada año. El motivo de esta atracción no son sólo los restos humanos que se pueden hallar al fondo de la gruta, cosa relativamente común en muchas culturas. Se trata de una obra maestra de la creatividad humana, pues para construir esta gruta, los habitantes de aquellas tierras tuvieron que alcanzar altos conocimiento de ingeniería y astronomía. Su posición permite que los primeros rayos de sol del día 21 de diciembre, entren hasta el fondo oscuro de la tumba… Desde luego, hace falta que no esté lloviendo ni haya nubes… cosa relativamente difícil en medio del invierno irlandés… El día en que la noche es más larga en el hemisferio norte, los habitantes de estas tierras quisieron que sus muertos recibieran la luz del sol al amanecer… Así crearon un poderoso símbolo de lo que esperaban para sus muertos: Una vida más allá de la muerte. Una luz que ilumina la noche más oscura del año. Una esperanza primaveral que comienza a abrirse paso en medio de la noche más oscura del invierno y de la muerte 

Desde siempre, los seres humanos nos hemos preguntado sobre lo que sigue después esta vida terrena: ¿Qué hay después de la muerte? ¿Somos finitos y perecederos? ¿Tenemos esperanza de encontrar algo más allá de la muerte? ¿Hacia dónde caminamos? ¿Hacia dónde vamos? Estas preguntas han sido las que llevaron a los egipcios, 2500 años antes de Cristo, a construir las pirámides para honrar las tumbas de sus faraones muertos y para garantizarles un paso hacia la otra vida. La más importante de estas pirámides es una montaña formada por dos millones seiscientos mil bloques de piedra, acarreados y ensamblados quien sabe como, con un volumen total de más de dos millones y medio de metros cúbicos y un peso superior a los siete millones de toneladas… 

Esta aspiración fue la que llevó a los chinos, 250 años antes de Cristo, a erigir la monumental obra que conocemos como los guerreros de terracota de Xian, para acompañar al primer emperador de la dinastía Qin en su camino hacia la otra vida… No son sino 20 mil figuras, todas diferentes y de tamaño natural, que representan a todo su ejército. Iguales o parecidas manifestaciones encontramos en nuestras culturas precolombinas; son famosas las pirámides de las culturas Maya y Azteca en Mesoamérica y las construcciones para honrar a los muertos del Imperio Inca en el actual Perú.  

Otra de las maravillas del mundo, construida entre los años 1631 y 1654, el Taj Mahal, monumento al amor de un hombre por sus esposa, muerta a los 39 años, mientras daba a luz su decimocuarto hijo, expresa la fuerza de esta esperanza que ha acompañado a la humanidad desde los albores de las civilizaciones, hasta el día de hoy… 

Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios hecho hombre, vino a dar cumplimento a esta aspiración humana, que hace entrar en comunión a todas las culturas y razas del mundo entero, a lo largo de toda la historia: “Les aseguro que si el grano de trigo al caer en tierra no muere, queda él solo; pero si muere, da abundante cosecha. El que ama su vida la perderá; pero el que desprecia su vida en este mundo, la conservará para la vida eterna”. Para los que creemos en Jesús, muerto y resucitado, la muerte no tiene la última palabra. La luz del sol que irrumpe en medio de la noche de la muerte en la caverna de Newgrange, es la vida de Cristo resucitado. Vivamos con esperanza la pascua de nuestros seres queridos y confiémoslos al amor de Dios que nos promete una cosecha abundante y una vida eterna.