Encuentros con la Palabra

Fiesta. Dedicación de la Basílica de Letrán
Juan 2, 13-22: “Destruyan este templo y en tres días volveré a levantarlo”

Autor: Padre Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

 

 

Cuando Jesús expulsa a los vendedores del templo, y les advierte que si ellos destruyen este templo, él lo volverá a levantar en tres días, no se estaba refiriendo a las piedras y los ladrillos, sino a su propio cuerpo: “El templo al que Jesús se refería era su propio cuerpo. Por eso, cuando resucitó, sus discípulos se acordaron de esto que había dicho, y creyeron en la Escritura y en las palabras de Jesús”. Pablo desarrolla este concepto del cuerpo del Señor, refiriéndose ya no sólo al Señor Jesús, sino también a la misma Iglesia, cuerpo de Cristo vivo en la historia. El concepto de cuerpo, utilizado para hablar de la sociedad, era bien conocido en la antigüedad. La diferencia que se puede establecer en el uso que hace Pablo de este concepto y el uso habitual en la cultura greco-romana, es que la comunidad cristiana no sólo es como el cuerpo de Cristo, sino que efectivamente es el Cuerpo de Cristo. 

Las características del cuerpo de Cristo que Pablo presenta en los versículos 12 a 30 del capítulo 12 de la Primera Carta a los Corintios, son las siguientes: El cuerpo es uno (12,12.13.20); tiene muchos miembros (12,12.14.18.20); los miembros son diversos (12,13.15.16.17.28.29); los miembros están distribuidos según la voluntad de Dios (12,18.28); los distintos miembros se necesitan unos a otros (12,21); los miembros más débiles son indispensables (12,22); los miembros que nos parecen más viles, los rodeamos de mayor honor (12,23); hay solidaridad entre los miembros, en el sufrimiento y en el gozo (12,26). 

A partir de estas características, vamos a desarrollar algunas de las consecuencias que se siguen para la construcción de una comunidad cristiana, que es lo que celebramos hoy, con la dedicación de la Basílica de Letrán. El cristiano, en cuanto individualidad y también en cuanto referido a una comunidad particular, hace parte de un todo más amplio que es el cuerpo vivo del Señor Resucitado en la historia; esto supone que no es autosuficiente en su existencia, sino que vive en cuanto se abre a una comunión más amplia con otros creyentes. De esta doctrina del cuerpo de Cristo, se desprendería una eclesiología que difiere de otras que aparecen en el mismo Nuevo Testamento. La Iglesia, entendida como la comunidad de los creyentes, forma, en la teología paulina, el cuerpo del Señor resucitado en la historia. Esta necesaria comunión con otros es una exigencia irrenunciable, porque "así como nuestro cuerpo, en su unidad, posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función, así también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros" (Romanos 12, 4-5). 

En la Iglesia, cuerpo de Cristo, ningún miembro se basta a sí mismo; ningún miembro puede despreciar a los otros ni considerarlos fuera del cuerpo: "Y no puede el ojo decir a la mano: «¡No te necesito!» Ni la cabeza a los pies: «¡No os necesito!»" (1 Corintios 12,21). La comunión se da en un movimiento recíproco de reconocimiento; esta comunión supone que los distintos miembros no desempeñan todos la misma función y que no hay unos miembros más importantes que otros. Aparece en este texto una fundamentación clara de los distintos ministerios que existen en la comunidad cristiana; todos nos necesitamos mutuamente en la construcción de la comunidad; una comunidad cristiana que se construya desde esta conciencia acogerá a todos sus miembros en su diversidad reconociendo el valor que tiene su propio servicio y su propio ser. 

La comunión exige, pues, el mutuo respeto de los miembros en su especificidad; cada uno debe cumplir su función dentro del cuerpo sin despreciar el papel que los otros cumplen; papeles distintos, pero todos necesarios: "Ahora bien, Dios puso cada uno de los miembros en el cuerpo según su voluntad. Si todos fueran un solo miembro ¿dónde estaría el cuerpo? Ahora bien, muchos son los miembros, mas uno el cuerpo." (1 Corintios 12,18-20). Unos y otros son necesarios para construir la comunión. La cabeza necesita de los pies y los pies de la cabeza. La unidad, pues no es ya uniformismo, sino que se presenta como una nueva forma de relación entre diversos miembros que tienen funciones y características distintas, pero todas ellas necesarias e importantes para la construcción del cuerpo del Señor en la historia. Esto nos lleva a desarrollar una reflexión en torno al pluralismo que surge de esta nueva manera de entender la unidad. 

A partir del texto del capítulo 12 de la Primera Carta a los Corintios, tenemos que reconocer que la diversidad de miembros no es un obstáculo para la unidad. Esta diversidad es más bien una condición de la comunión: "Si todo fuera un solo miembro ¿dónde quedaría el cuerpo?" (1 Corintios 12,19). La diferencia es inherente a la comunión en la Iglesia; no se trata de la suma ni la eliminación de las diferencias, sino de comunión en las mismas; la eliminación lo reduce todo a un rasgo único; la suma simplifica el proceso sin crear auténticamente una nueva unidad: 

Hay cosas que no admiten diferentes interpretaciones y la diversidad de opiniones o prácticas sobre determinados puntos fundamentales, pueden resultar encubridoras en lugar de enriquecedoras. ¿Cuál es, entonces, el criterio que permite reconocer el pluralismo sano del pluralismo encubridor? ¿Cómo llegar a discernir la diversidad que construye la comunión y la diversidad que favorece el individualismo? La respuesta la podemos encontrar en los versículos finales del texto de la Primera Carta a los Corintios al que venimos haciendo referencia. 

La comunión en el cuerpo del Señor se construye alrededor de los más débiles; estos deben ser tratados con especial cuidado y mantienen a la comunidad permanentemente referida a los miembros que tienen mayor necesidad: "Más bien los miembros del cuerpo que tenemos por más débiles, son indispensables, y a los que nos parecen más viles del cuerpo, los rodeamos de mayor honor. Así a nuestras partes deshonestas las vestimos con mayor honestidad. Pues nuestras partes honestas no lo necesitan. Dios ha formado el cuerpo dando más honor a los miembros que carecen de él, para que no hubiera división alguna en el cuerpo, sino que todos los miembros se preocuparan lo mismo los unos de los otros. Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo" (1 Corintios 12,22-26). Los miembros que tenemos por más débiles, los que parecen más viles, las partes más deshonestas, son las que han recibido, por la voluntad de Dios, un cuidado mayor. Es alrededor de estos miembros, ya pasando a la Iglesia como cuerpo del Señor, como debe construirse la comunión a la que invita Pablo.