Pautas para la homilía
XIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B.
San Marcos 6,1-6:
Y no pudo hacer allí ningún milagro

Autor: Fray Hermelindo Fernández Rodríguez

(Con permiso dominicos.org)



En Nazaret, los paisanos de Jesús creían conocerle porque conocían a su familia y sabían que era el hijo del carpintero. Pero no le conocían. Habían oído hablar de sus poderes especiales, de sus milagros, de su magisterio, pero, porque conocían a su familia y la pobreza y no importancia de sus “progenitores”, no podían creerle. Curiosamente y por una excepción, esta vez no son los fariseos, saduceos y sacerdotes los que se oponen a Jesús.

Jesús extiende esta conducta de sus paisanos y la aplica a lo que ha sucedido y sucede con todos los profetas en su propia tierra, entre sus parientes y en su misma familia.

Jesús se extrañaba de su falta de fe. “Si no me creéis a mí, creed a las obras”, a los milagros, a los signos inequívocos que hablan de mi identidad. “Jesús se admiraba de su incredulidad”. Le creían y le seguían mujeres sencillas, pescadores sin otra formación por encima de la de su profesión, muchos hombres y mujeres enfermos y otros muchos que, en medio de su vida bastante inhumana, encontraron signos liberadores, gestos de curación y palabras con la mejor de las noticias. Pero, quienes tenían obligación –por cercanía y paisanaje- de conocerle, admirarle y seguirle, no lo hicieron. Y a Jesús “le parecía imposible que no le creyeran”. Porque no podía hacer más de lo que estaba haciendo.

A mí me impresiona algo previo pero conectado con lo que está pasando en ese momento. Jesús, María y José vivieron codo con codo con los que hoy rechazan al Maestro. ¿Y nadie se dio cuenta de nada? Es bastante probable que Jesús fuera a sus casas a trabajar en quehaceres propios de su oficio, y ¿no notaron nada especial? María que, por lo que sabemos, era, humanamente hablando, una mujer normal, tuvo que tratar con sus vecinas y no tan vecinas, y ¿nadie notó algo que les hiciera pensar que no era una más, que no era exactamente como las demás? Hoy se suele comentar, que a un cura, fraile o monja, por más “de seglares” que se vistan, se les conoce normalmente a distancia. ¿Y qué pasaba con Jesús, con María y con José, aunque vistieran también “de seglares”? En nuestra mentalidad nos cuesta entender que no se distinguieran en nada al hablar, al trabajar, al rezar. ¿Los que entraron en su casa, tampoco notaron nada en absoluto que los distinguiera de los demás?
Son sólo preguntas, pero no me extraña que Jesús se admirara de su incredulidad.

Aunque bien pensadas las cosas y guardando las distancias debidas, ¿no nos podrían hacer hoy preguntas similares a los seguidores de Jesús? Con el agravante de que, en nuestro caso, y a diferencia del de Jesús, pudiéramos ser nosotros los que no mostrásemos gestos para que nos distinguieran. Quede ahí el verbo en condicional para que, sin herir susceptibilidades, nos sirva de reflexión.

“Sólo curó a algunos enfermos”, como saldos o rebajas, no auténticas obras de Jesús como las que estaba llevando a cabo en Cafarnaún y por los caminos de Galilea. No podían creer, ¿qué títulos ostentaba para que lo hicieran o en qué escuela de rabinos se había formado?

Da la impresión de que los nazaretanos conocían demasiado bien la doctrina de los fariseos y escribas de su tiempo, y, en el caso de Jesús, la siguieron a pies juntillas. Un judío que se preciara de serlo no podía esperar sorprenderse de Dios. Creían conocerle demasiado bien para llegar a ese extremo. En todo caso, creían poder sorprender a Dios por el inequívoco y escrupuloso cumplimiento de la Ley en todos sus detalles. Y ahí estuvo la raíz de su equivocación.

Dios nos sorprende continuamente y, al mismo tiempo, respeta nuestra libertad. Si cerramos la puerta de nuestra persona por dentro, no esperemos que él la abra desde fuera. Quizá nos parezca excesivo, pero así es de respetuoso. “Mis caminos no son vuestros caminos y mis planes no son vuestros planes”. Nosotros haríamos las cosas, mejorando, pensamos, lo que Dios hace. Y ese no es el camino, como en el caso de los paisanos de Jesús. Los esquemas y los métodos sólo funcionan entre nosotros, los humanos. Dios no está encasillado en esquema alguno, nos sorprende siempre y con esa sorpresa tenemos que contar.

Y, como no tenían fe y no se dejaron sorprender, no pudo hacer ningún milagro, sólo unas curaciones.

Como Jesús no respondía a sus expectativas “desconfiaban de él”. Fue uno de sus sinos. Su nacimiento provocó desconfianza y hasta miedo y prevención. Al final, su muerte en una cruz, fue para otros la señal de la veracidad de aquella desconfianza. Entre su nacimiento y su muerte, muchos desconfiaron de él, le tendieron trampas y no pararon hasta que acabaron con él.

Pero,  hubo también gestos auténticos y de la mayor confianza con Jesús. Al lado de éstos, la actitud de las gentes de Nazaret significa poco. Y es  la confianza, la lealtad  y  la amistad con Jesús lo que debemos resaltar. Y no sólo resaltar sino imitar, de forma distinta a la amistad de Lázaro, Marta y María; distinta también de la de Nicodemo, María Magdalena y los discípulos. Ellos estaban con él; su presencia ahora es real, pero distinta. Nuestra confianza se basa en nuestra condición de hijos de Dios. Y ser hijos de Dios no consiste en vivir asustados y atemorizados por el Omnipotente Dios, sino obsesionados más bien por su benevolencia y misericordia, que nos permite confiar, siempre moderadamente, en nosotros, y extender esta misma confianza a los demás.