Pautas para la homilía
XIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 5, 21-43:
“No temas, basta que tengas fe”

Autor: Fray Hermelindo Fernández Rodríguez

(Con permiso dominicos.org)



Dos milagros en una única narración evangélica. Dos curaciones narradas por los tres sinópticos. Curiosa la coincidencia de que la mujer lleva doce años enferma; y la niña, la hija de Jairo, muere a los doce años. Como si esos doce años fueran, simbólicamente, el tiempo de toda una vida. En ambos casos se acude a Jesús buscando lo mismo, aunque las formas sean distintas. La mujer, por su enfermedad, se considera “impura” y, como tal, obligada a no contagiar a nadie su presunta “impureza”. De ahí que tenga que acercarse a Jesús a escondidas, motivada por su desesperación, por su fe un tanto mágica y por la convicción de que, con sólo rozarle, podría encontrar la curación, como así fue. Jairo busca a Jesús a cara descubierta, pidiendo su intervención. Y su atrevimiento, motivado por la fe, consigue de Jesús la vuelta a la vida de su hija.

Prototipos de hombres y mujeres de aquel tiempo, de todos los tiempos, con convicciones y alguna que otra seguridad. Y, muy humanos también, con problemas y dificultades a las que han hecho frente decididamente, hasta que se impuso la evidencia y comprobaron que, humanamente hablando, ya no podían más.

Jairo era una persona importante pero su hija, doce años, está mortalmente enferma. Era jefe de la sinagoga de Cafarnaún, pero ni el cargo ni el dinero pueden solucionarle el problema de su hija. Acude a Jesús, que acaba de desembarcar. Es bien posible que hubiera visto a Jesús curando enfermos al imponerles las manos. Ahora le pide que vaya a su casa y haga lo mismo con su hija. Mientras van de camino sucede lo inevitable, la niña muere y, al pensar que ya no hay nada que hacer, por delicadeza hacia Jesús quiere “no molestar ya más al Maestro”. Y en aquel momento tomó Jesús la iniciativa con aquel “no temas”, infundiendo confianza a aquel hombre desarmado, pidiéndole “que tenga fe”. Y ya en casa de Jairo, con fe y sin plañideras –símbolo de muerte-, vuelve a la vida la niña por las palabras de Jesús, y les pide que tengan con ella gestos de vida: “les dijo que dieran de comer a la niña”.

En el ínterin, mientras van de camino hacia la casa de Jairo, hay una mujer sin la importancia de éste, ni siquiera sabemos su nombre, que se acerca tímidamente a Jesús para, sin que se dé cuenta, como una más entre los que lo apretujaban, rozar sencillamente su manto. Sabe que, sólo con ese gesto, el milagro se puede realizar. Ella no puede pedir que el Maestro vaya a su casa, ¿quién es ella?  Tampoco puede perder la oportunidad. Doce años lleva gastando dinero con médicos sin lograr recuperar la salud. Por eso, decidida, actúa y se retira, sintiéndose curada. Y, como siempre, lo más importante, la postura de Jesús: “¿Quién me ha tocado?” Y, ante la sorpresa de propios y extraños ya que todos estaban apretujándole, la buena mujer se acerca a Jesús para confesar su “pecado” echándose, agradecida, a sus pies. “Tu fe te ha curado. Vete en paz”.

Jairo tiene fe, pero una fe tan imperfecta, que no ve claro que Jesús sea un Dios de vivos aunque su hija haya muerto. La Hemorroísa tiene fe, pero una fe tan imperfecta que no se atreve a pedir a Jesús aquello que ella sabe que puede conseguir, por eso lo intenta hacer de forma anónima, sin que se note. Imperfección compatible con el milagro; más todavía, fe alabada por el Señor. Toda una catequesis sobre la fe. Porque la mujer, para poder dar ese paso y llegar a donde llegó, tuvo que romper antes las ataduras de una ley injusta que le prohibía acercarse a nadie; y Jairo, tuvo que desdeñar “delicadezas” mortales que le aconsejaban “no molestar más al Maestro, porque tu hija ha muerto”, Y la fe-valentía de Jairo que se acerca, a pesar de todo con Jesús a su casa, consigue el milagro.

Fe es la certeza de la cercanía de Dios. Nosotros que jugamos con ventaja y sabemos más –aunque a veces practiquemos menos- que Jairo y la Hemorroísa, hemos aprendido de Jesús que la nota fundamental de la fe cristiana es “no temas, basta que tengas fe”, o sea, basta que aceptes, eso sí, con toda tu alma, que Dios es Padre y ejerce con nosotros como tal. Fe es intentar actuar con esa convicción en la vida, es decir, vivir como vivió Jesús para, de alguna forma análoga a la suya, poder entrar, como él, en la intimidad de su Padre y nuestro Padre, Dios. Dejar que el Señor nos roce, permitirle acercarse a nuestra casa por más plañideras que lo impidan, para poder ser amados, curados y liberados. Sólo así podremos nosotros amar, curar y liberar, entrando en la órbita de su amistad. “Seréis mis amigos si hacéis lo que yo os mando” (Jn 15,9-17).

Cuando una vez más, porque los detalles en el Evangelio son continuos, vemos a Jesús volver a la vida a una niña, curar a una mujer de una enfermedad que nadie había podido curar, alabar su fe, es decir, hacer la vida más humana, suprimiendo muertes, enfermedades y ataduras “inhumanas”, espontáneamente confesamos que el Dios mostrado por Jesús es misericordia. Es la forma de actuar Dios ante la miseria humana, siempre con misericordia. “Yahvé es un Dios de ternura, de gracia, lento para la ira y abundante en misericordia y fidelidad. Mantiene su misericordia hasta la milésima generación” (Ex 34,6).

El rasgo fundamental del perfil de un cristiano, de un seguidor de Jesús, debería ser la misericordia. “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso” (Lc 6,36). Se nos ha dicho, además, que es la condición para que Dios la tenga con nosotros: “Bienaventurados los misericordiosos, porque Dios tendrá misericordia de ellos” (Mt 5,7).