II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Juan 1, 29-34: El Cordero de Dios

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Isaías 49, 3. 5-6; 1° carta de san Pablo a los cristianos de Corinto 1, 1-3; Evangelio según san Juan 1, 29-34

          El Cordero de Dios

En este segundo domingo del llamado Tiempo Ordinario, siempre en el ciclo “A” que hemos iniciado en el pasado Adviento, nos reencontramos con la figura de san Juan Bautista. Los Evangelios proclamados el 2° Domingo de Adviento (Mateo    3, 1-12) y en la fiesta del Bautismo del Señor (Mateo     3, 13-17) ya nos habían hablado del Bautista como el precursor del Mesías. Hoy Juan Bautista, más que precursor será un gran testigo que nos hablará de Jesús.

El que leímos hoy es un texto del evangelio según san Juan. En él encontramos muchas semejanzas con el relato de san Mateo, pero también una diferencia fundamental. No es la voz del Padre la que da testimonio de la condición divina de Jesús sino Juan mismo el que da testimonio sobre el Mesías.

Hay unos versículos que preceden al párrafo joánico hoy proclamado. Parece importante recordarlos, porque lo de hoy se presenta como “al día siguiente” de lo que había contado el evangelista sobre el testimonio de Juan el Bautista acerca de Jesús al inicio de su ministerio y de su vida (en el 4° evangelio no hay relatos de la infancia de Jesús y la figura del bautista aparece inmediatamente después del Prólogo).

Cuenta Juan el evangelista (Jn. 1, 19-28, esta embajada ante Jesús no la encontramos en los sinópticos) que las autoridades judías enviaron a Juan Bautista una delegación, casi a modo de una inspección, que le realiza un interrogatorio.  Y estos le preguntan a Juan Bautista. ¿Quién eres? A lo que respondió Juan, y seguramente esta respuesta habrá tranquilizado a los inquisidores: Yo no soy el Mesías.

Pero entonces ellos avanzan con otras dos preguntas a las que Juan Bautista respondió negativamente. Entonces, ¿quién eres? ¿Eres Elías? (ya que según una tradición inspirada en Malaquías 3, 23, Elías retornaría precediendo la llegada del Mesías) ¿Eres el profeta? (y por profeta se referían al Mesías cual  un nuevo Moisés que renovaría los prodigios del Éxodo)[i]. Juan respondió negativamente.

Y viene la primera de dos respuestas afirmativas que dio Juan Bautista a sus interrogadores, cuando le preguntaron: Entonces, ¿quién eres?,  él afirma: Yo soy la voz, la voz del que grita en el desierto “Enderecen el camino del Señor” como dice el profeta Isaías  (y cita Isaías 40, 3). Él es simplemente la voz, el mensajero, el que prepara el camino a otro que llega después de él, el pregonero de una buena noticia.

Concluyendo, le dijeron: Si no eres el Mesías, ni Elías, ni el profeta, ¿por qué bautizas? A lo que respondió Juan el Bautista señalando su inferioridad respecto del Mesías, a quien se refirió como alguien que está en medio de ellos pero a quien ellos no conocen, que viene después de él y a quien Juan no es digno de desatarle la correa de sus sandalias.

Y aquí tenemos la primera afirmación importante del testimonio del Bautista. El Mesías ya vino, está entre nosotros aunque todavía no lo conocemos.

Pasando ya a los versículos del evangelio del día (Jn. 1, 29-34), en ellos leemos que al Mesías ni el mismo Juan Bautista lo conoció o reconoció como tal hasta el momento que se relata en esta segunda jornada.

Estos diálogos y este encuentro entre Juan Bautista y Jesús, sucedieron, dice el evangelista, junto al río Jordán, donde Juan bautizaba.

El 4° evangelio no relata que Juan bautizó a Jesús, pero hace referencia al bautismo de Jesús mediante el testimonio de Juan el Bautista.

Cuando Juan ve que Jesús se acerca a él, lo reconoció y dijo:

“Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo.”

Juan Bautista señala a Jesús y le llama “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. ¿Cuál es el significado y contenido de este título aplicado a Jesús?

El Bautista le llama Cordero porque le reconoce como el nuevo, verdadero y definitivo Cordero Pascual que sería inmolado para la liberación de Israel[ii]. Pero agrega “que quita el pecado del mundo”, porque este nuevo Cordero sería sacrificado no sólo por Israel sino por todos los hombres[iii]. Y el mayor pecado que quitará el Cordero será el de los que no le reconocen como Mesías aunque está en medio de nosotros[iv].

Jesús es el Cordero sacrificado y degollado sentado en el trono según la visión del autor del 4° evangelio en el Apocalipsis (5, 6-14)[v].

Juan Bautista señala a Jesús como el “Cordero de Dios, que quita el pecado”. Lo quita porque asume el pecado ajeno cargándolo sobre sus hombros y pagando la factura de la culpa de otros.

Jesús es el Siervo Sufriente que en el Canto del Siervo de Dios en Isaías es comparado con un cordero llevado al matadero, como oveja muda ante el esquilador, que carga el pecado de muchos (Isaías 53, 7-12)[vi].

¡He aquí el testimonio de Juan Bautista sobre el Mesías sufriente, Cordero y Siervo! Por eso, el bautismo de Jesús ha sido visto en relación a su Pascua como una inmersión en la muerte y un emerger por la resurrección[vii]. Es la cruz y la muerte de Cristo, ofrecido como Víctima de sacrificio vicario por los pecados del mundo, la que es anticipada por el bautismo de Jesús en las aguas del Jordán y por este título de Cordero de Dios que le atribuye Juan.

Pero el testimonio del Bautista sobre Jesús todavía agrega más:

“A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo.”

Dijo que vendría después de él, y ahora afirma que le precede. Viene después en cuanto a la sucesión cronológica; le precede porque es más importante y más grande que él y existía antes que él.

Y en la preexistencia de Jesús reconoció ahora el Bautista a Aquel que antes no conocía, al Verbo de Dios que existía desde el principio (Jn. 1, 1).

Como prueba de la condición divina del Mesías, refiriéndose al bautismo de Jesús, añadió el Bautista:

He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo". Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios.”

En este evangelio no es la voz celestial la que da testimonio sobre la filiación divina de Jesús (“Este es mi Hijo amado en quien me complazco”, Mt. 3, 17), sino el Bautista, que dice haber visto bajar del cielo al Espíritu y posarse sobre Él.

Cristo es el Siervo sobre quien Dios ha puesto su Espíritu, como había profetizado Isaías del Mesías esperado (Is. 42, 1)[viii].

La visión del Espíritu posándose sobre Jesús, no es una experiencia o revelación interior y privada exclusiva de Él, sino una manifestación real, objetiva y pública, de la cual Juan Bautista, como los otros espectadores, son testigos. Juan lo vio. Ésa era la señal para reconocer al que bautizaría en el Espíritu Santo, el Hijo de Dios. Aquel sobre quien viera bajar y reposar el Espíritu, Él es Quien lo comunicará a los demás.

Y la efusión del Espíritu había sido profetizada como un signo de la llegada de los tiempos mesiánicos (Ezequiel 36, 26-27)[ix].

Renovemos hoy nuestra fe en Jesús el Cristo, Hijo de Dios e Hijo del Hombre, Hijo Unigénito y amado del Padre y Siervo sufriente, Cordero inmolado para expiación de nuestros pecados.

Cuando dentro de unos momentos en la Eucaristía, el sacerdote que preside les muestre la Hostia consagrada, ¡partida!, y le diga con la liturgia: “Este es el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”, dispongámonos a acoger a Aquel que se ofreció al Padre en lugar nuestro quitando nuestros pecados,  por Quien somos invitados a participar del banquete del reino que la Eucaristía anticipa.

¡Reconozcámosle en la Eucaristía, que es Jesús que está en medio de nosotros  a veces sin que nosotros le conozcamos!


[i] Ver nota de Biblia de Jerusalén.

[ii] Cf. Éxodo 12, 1-28. Ver nota de El Libro del Pueblo de Dios. Cf. también Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 43.

[iii] Cf. Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 44-45.

[iv] “El pecado (en singular) por excelencia es negarse a reconocer a Cristo como el enviado de Dios. Jn. 15, 22.24, rechazando al nuevo Moisés, Jn. 9, 28-34”. Nota de la Biblia de Jerusalén.

[v]  Ver nota a Jn. 1, 19-34 de La Biblia de Nuestro Pueblo, Luis Alonso Schökel.

[vi] Ver nota de la Biblia de Jerusalén a Isaías 53, 7: Probablemente Juan Bautista alude a este versículo, combinado con el v. 4, cuando presenta a Jesús que quita el pecado del mundo, Jn. 1, 29. Se ha observado que en arameo talya el mismo término designa al cordero y al siervo. Es posible que el Precursor empleara intencionadamente este término, pero el evangelista, al escribir en griego, tuvo que elegir”. Cf. también Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 43-44.

[vii] Cf. Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 41-42.

[viii] Ver nota de la Biblia de Jerusalén a Jn. 1, 34.

[ix] Ver nota de la Biblia de Jerusalén a Jn. 1, 33.