I Domingo de Cuaresma, Ciclo A
Mateo 4, 1-11: La primacía de Dios
Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga
Génesis 2, 7-9; 3, 1-7; Carta de san Pablo a los cristianos de Roma 5, 12-19; Evangelio según san Mateo 4, 1-11
La primacía de
Dios
“Jesús fue llevado por
el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio.” (Mt. 4, 1).
El mismo Espíritu de
Dios que bajó como una paloma y se posó sobre Jesús cuando recibió el Bautismo (Mt.
3, 13-17), ungiéndolo para la misión mesiánica, ahora le mueve y lleva al
desierto.
Así inicia su
misión mesiánica Jesús, el Ungido por el Espíritu.
El relato de las tentaciones se sigue lógicamente del
Bautismo del Señor.
Y
el desierto es un lugar con
resonancias bíblicas. Además de ámbito privilegiado de oración en soledad y de
encuentro con Dios, lo es a la vez de combate espiritual.
Jesús es llevado
por el Espíritu al desierto para ser tentado por
el demonio.
Se trata de una
confrontación del Mesías frente a la tentación de
cambiar el sentido de su misión mesiánica. Es un
enfrentamiento de Jesús con quien pretende ser el rival de Dios, con el demonio.
¿Cumplir la voluntad del Padre o apartarse de su voluntad dejándose seducir por
caminos más fáciles, renunciando a su misión, rindiéndose y entregándole el
campo al demonio?
¿Qué significa para
Jesús, ser el Salvador, ser el Mesías?
Ésta es la cuestión de fondo de las tentaciones del
desierto.[1]
Tan solidario quiere
hacerse el Verbo hecho carne con el hombre,
con el hombre tentado y caído, pecador, que acepta hacerse como vulnerable y
exponerse a la tentación del mal. Esta lucha integra el drama de toda existencia
humana. Como dice la Carta a los Hebreos 4, 15: “no es insensible a nuestra
debilidad ya que, como nosotros, ha sido probado
en todo, excepto el pecado”.[2]
Y Jesús se hace
solidario de todo hombre también en esto. Así como no necesitaba ser bautizado
pero quiso ser bautizado, en estrecha relación con el bautismo, también el Señor
quiso ser tentado. La tentación estará no sólo al principio;
acompañará todo el camino de Jesús.
Las tentaciones del desierto son como un anticipo
en el que se condensa toda su vida. En la
oración del monte de los Olivos, contemplamos otra vez a Jesús venciendo la
tentación de apartarse de su misión mesiánica.[3]
Tres evangelistas nos
relatan las tentaciones de Jesús: Marcos, Mateo y Lucas. El de Marcos es un
relato muy breve. En Mateo y Lucas hallamos tres tentaciones, y mientras ambos
evangelistas coinciden en lo esencial y ponen como primera tentación la de
convertir las piedras en pan, difieren en el orden de la segunda y tercera
prueba a la que es sometido el Señor. Seguimos en este ciclo litúrgico el orden
que nos trasmite san Mateo.
En las tres
tentaciones, que en verdad son una misma y única
prueba, se manifiesta con claridad
lo esencial de toda tentación,
que, siguiendo el pensamiento del Papa Benedicto XVI, podemos presentar en dos
aspectos:
1.
La tentación
pretende dejar a Dios de lado,
considerar a Dios como algo secundario, ilusorio,
superfluo e incluso molesto, de modo que el hombre
en la vida moral se maneje con independencia. Dios
no es real sino una ilusión aparente. Dios no es
la fuente de la bondad moral; compete al hombre inventar o calificar lo que está
bien o mal.
2.
Con ese objetivo, el tentador
adopta una careta o apariencia de bondad moral,
finge mostrarnos el bien,
con la pretensión de realismo frente a lo ilusorio (Dios y su voluntad). Lo real
es el pan y el poder.[4]
Reconocemos estos
rasgos de la tentación en el texto del Génesis
que proclamamos como primera lectura (2, 7-9; 3, 1-7). La serpiente,
engañándole, dijo a la mujer (la humanidad): “cuando ustedes coman de ese árbol,
se les abrirán los ojos y serán como dioses,
conocedores del bien y del mal”.
La tentación de ser como Dios, sustituir a Dios Creador, ser el hombre
creado la fuente de la moralidad de sus actos, hizo caer a nuestros primeros
padres, Adán y Eva.
La liturgia quiere
invitarnos hoy a leer el evangelio de la victoria de Jesús sobre el demonio
en el contexto de lo que ocurrió al principio, en
el Génesis. El
desierto aparece como la contracara del paraíso.
En el combate del desierto venció Jesús a aquel que había vencido al hombre en
aquella otra lucha del paraíso.
Y en la segunda
lectura, de la carta a los romanos
(5, 12-19), el apóstol san Pablo nos presenta a Jesús, el Salvador, como
el nuevo Adán que con el
don de su gracia superó el pecado del primer hombre en el paraíso.
Volvamos al relato
de las tentaciones. Escribe san Mateo que Jesús
“después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre” (Mt. 4,
2).
Con esta
referencia cronológica de los 40 días y 40 noches, se evocan simbólicamente
los 40 años en que el Pueblo de Israel pasó por el
desierto, donde sufrió la tentación, y sucumbió
ante la tentación. Los textos bíblicos citados por Jesús en su respuesta al
demonio en las tres tentaciones están tomados del Deuteronomio y
aluden a la travesía del Pueblo de Israel por el desierto.
Jesús es presentado como un nuevo Moisés,
que en un nuevo Éxodo,
conforma y conduce hacia Dios
al Pueblo de la Nueva Alianza, la Iglesia, venciendo al tentador. En eso
consiste su misión mesiánica.
Pero estos 40 días
y 40 noches han sido también vistos como un símbolo global de
toda la historia de la humanidad.
Jesús recorre el drama de
toda la historia humana, que
asume en sí.[5]
Donde todo hombre es vencido por el tentador, el Hombre
Jesús reivindica y restaura a todo hombre venciendo definitivamente al mal.
Primera
tentación
“Y el tentador,
acercándose, le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios,
manda que estas piedras se conviertan en panes.» Jesús le respondió: «Está
escrito: El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la
boca de Dios.»” (Mt. 4, 3-4).
Es la primera
tentación.
La del demonio es
igual a otra voz, burla y tentación a la vez, que oirá Jesús de los que pasaban
por el calvario: “si es hijo de Dios,
que baje de la cruz” (Mt. 27, 40). O sea: “Si eres Hijo de Dios, pruébalo”. ¿No
le echamos en cara también nosotros a Dios, a Cristo, a la Iglesia, este
reclamo: “Si existes, muéstrate”?[6].
“Si es hijo
de Dios, baja de la cruz”.
Los que pasaban cerca de la cruz parecen decirle: Usa tu poder para bajar de la
cruz, deja de sufrir, olvida esa concepción tuya de tu misión mesiánica, la de
siervo y cordero, víctima, baja de la cruz y aplasta a tus enemigos, y entonces
triunfarás. Deja de sufrir, ¿tienes hambre?, come, convierte las piedras en
panes y come. Deja a Tu Dios y ocúpate de los que tienen hambre.
San Mateo había
escrito que Jesús “después de ayunar cuarenta
días con sus cuarenta noches, sintió hambre”
(Mt. 4, 2). Entonces, el demonio le dice
“Si tú eres Hijo de Dios,
manda que estas piedras se conviertan en panes”.
Si eres Dios,
Poderoso y Bueno, por qué el hambre de tantos hombres? Dales de comer y que
desaparezca el hambre del mundo. Muestra que eres quien dices ser, pruébalo. ¿No
se echa en cara lo mismo hoy a la Iglesia: ocúpate del pan para el mundo? No
convierte las piedras en panes, pero, sin embargo, Jesús da de comer a una
multitud en el milagro de la multiplicación de los panes. Nos podríamos
preguntar ¿por qué después hace lo que antes se negó a hacer rechazándolo como
una tentación? No, Jesús no es indiferente al
hambre de los hombres, a sus necesidades
materiales. Es más, Él mismo se ha hecho, en la
Eucaristía, Pan multiplicado hasta el fin de los siglos,
para alimento espiritual de los hombres. En la multiplicación, dio de comer a
los que le buscaban para escuchar su Palabra. Por eso responde al tentador: “Está
escrito: El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la
boca de Dios”. Cuando se respeta el lugar de
primacía para Dios, todo lo demás se obtiene como añadidura.
Cuando se respeta a Dios y se obedecen sus mandamientos,
de allí nacen el compartir y las actitudes que permiten dar pan para todos.[7]
Segunda
tentación
“Luego el demonio llevó
a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo, diciéndole:
«Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: Dios dará órdenes a
sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con
ninguna piedra.» Jesús le respondió: «También está escrito: No tentarás al
Señor, tu Dios.»” (Mt. 4, 5-7).
En esta tentación
el diablo aparece como exégeta que cita la Sagrada
Escritura (el Salmo 91, 11) para hacer caer a
Jesús en una trampa. Parece un debate entre escribas expertos en la Biblia. ¿No
prometió Dios proteger a sus fieles? Entonces, lánzate desde lo alto del templo…
Este debate hermenéutico podría darse en cualquier momento de la historia y pone
en juego la auténtica imagen de Dios
que nos trasmite la Sagrada Escritura. ¿Quién es
Dios? ¿Es Jesús verdaderamente el Hijo de Dios? La
tentación desafía a Dios a probar que Él es Dios.
Si no proporciona la protección prometida, entonces no es
Dios, es desmentido. En esta tentación,
Dios es tratado como una mercancía puesta a prueba,
en un objeto a quien con arrogancia le imponemos condiciones experimentales.
El que así desafía a Dios, se pone por encima
de Dios, se hace a sí mismo Dios, pone a Dios a su servicio.[8]
Jesús no salta al
abismo desde el pináculo del templo, no tienta a Dios, pero
en la cruz ha dado un salto y ha descendido a un abismo
más grande, al abismo de la oscuridad, la noche,
el abandono y la muerte. Y lo que el Salmo citado por el tentador promete,
realmente se cumplió. Porque Su Padre Dios, en quien Él confió, no lo defraudó,
le protegió hasta el final y le resucitó de entre los muertos.[9]
Tercera
tentación
“El demonio lo
llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del
mundo con todo su esplendor, y le dijo: «Te daré todo esto, si te postras para
adorarme.» Jesús le respondió: «Retírate,
Satanás, porque está escrito:
Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto.»
Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo.” (Mt. 4,
8-11).
Esta tercera
tentación es la tentación del poder.
“Si es hijo de Dios, que baje de la cruz” (Mt. 27, 40). Para Jesús es la
tentación de un mesianismo político y triunfalista, abandonando el camino del
Mesías Siervo y Cordero.
También Jesús le
dirá “Retírate, Satanás”
a Pedro, cuando éste se resistía a aceptar que
Jesús sufriría y moriría.[10]
Adorarás al Señor, tu
Dios, y a él solo rendirás culto.
La primacía de Dios, de eso se trata. De los tres primeros mandamientos del
decálogo, que se refieren a Dios, como fundamento de los otros siete
mandamientos, referidos a las relaciones fraternas.
Dios es el auténtico Bien del hombre.
[11] El Reino de Dios y no
el reino del hombre.
Pbro.
Hernán Quijano Guesalaga
Capilla N.
S. Asunción,
Parroquia
del Sagrado Corazón de Jesús,
Capilla
Policial San Sebastián,
Paraná,
Argentina
Domingo 10
de febrero de 2008
[1] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 53.
[2] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 51.
[3] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 51.
[4] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 52-53.
[5] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 54.
[6] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 54-55.
[7] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 55-59.
[8] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 61-63.
[9] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 63.
[10] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 68.
[11] Cf. Ratzinger, J., Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 69-71.