V Domingo de Pascua, Ciclo A
San Juan 14, 1-12: Camino hacia el Padre
Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga
Hechos de
los apóstoles 6, 1-7
CAMINO HACIA EL
PADRE
Después de la
Resurrección de Jesús, sus discípulos recordaron
los signos que Él había hecho y las palabras que Él había predicado, volvieron
sobre lo que habían guardado en su memoria y su corazón, y se hizo nueva luz
sobre aquello pasado, y entonces desde la
perspectiva de la Pascua mejor comprendieron y creyeron en Él.
También nosotros,
mientras madura el tiempo pascual, releemos las palabras dichas por el Señor la
noche del jueves santo, antes de morir, palabras que, según nos trasmite el
evangelista, tienen la solemnidad de una última declaración, despedida o
testamento. Releyendo desde la Pascua el discurso
de la última cena, adquieren nuevo sentido para
nosotros esas palabras de Jesús, y también nosotros esperamos:
mejor creer en Jesús.
Lo que en la
liturgia de la Palabra hemos proclamado es apenas una parte de lo que Jesús dijo
esa noche. El núcleo de esta sección del evangelio de san Juan está en que Jesús
se reveló a Sí mismo como Camino hacia el Padre,
Él una misma realidad con el Padre y en unión con
el Padre.
Dijo Jesús, con la
fuerza que tiene toda la serie de afirmaciones que en la Sagrada Escritura
siguen al “Yo soy”
divino, que Él es el Camino, la Verdad y la Vida,
y lo dijo en el mismo sentido en que había dicho “Yo
soy” el Buen
Pastor, “Yo soy”
la Puerta, “Yo
soy” el Pan de
Vida, “Yo soy”
la Luz del mundo, “Yo
soy” la Vid
verdadera, “Yo
soy” la
Resurrección y la Vida, “Yo
soy” la fuente
de Agua Viva. Todas estas imágenes son como
variaciones de una misma idea: Jesús ha venido al
mundo, el Verbo que preexiste al mundo (“Yo soy”)
y se hace Hombre, ha venido para que los hombres
tenga Vida. Jesús nos da la Vida porque nos da
gratuitamente a Dios. Él mismo es el don, la
Salvación, la Vida, la Verdad que salva.[1]
El pasaje del
evangelio hoy proclamado comienza con unas palabras consoladoras que dijo Jesús
a sus apóstoles teniendo en cuenta la situación particular por la que ellos
están pasando. Ellos estaban turbados,
perturbados, llenos de incertidumbre y temor. Como
es lógico, después que Jesús había anunciado la traición de uno de ellos (Jn.
13, 21-30), su propia partida (Jn. 13, 31-33) y la negación de Pedro (Jn. 13,
36-38). El Señor afirmó: “No se inquieten.
Crean en Dios y
crean también
en mí”. (Jn. 14, 1).
En el fragmento
que comentamos el verbo creer aparecerá seis veces, cuatro de ellas
en imperativo, y de estas
cuatro en dos pide Jesús
que le crean a Él igual
que se cree a Dios, por la comunión que hay entre el Padre y Él:
“Crean en Dios y
crean también en mí”
(Jn. 14, 1), “Créanme:
yo estoy en el Padre y el Padre está en mí.
Créanlo, al menos, por las obras” (Jn. 14,11).
Una vez aparece el
“creer” en interrogativo,
refiriéndose Jesús a Felipe con tono de cierto reproche: “¿No
crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está
en mí?” (Jn. 14, 10). Y otra vez leemos “creer” como un
condicional pero referido a
la fe en Él:
“el que cree en mí hará
también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre” (Jn.
14, 12).
Por el modo en que
Jesús pidió a sus apóstoles que creyeran en Él, se presentó ante ellos
como roca firme donde ellos puedan apoyarse.
En cuanto Él está en el Padre y el Padre está en Él,
creer en Jesús es garantía de sólido fundamento.
Y refirió Jesús como prueba de su unión con el Padre Dios
las obras que el Padre hace
en Él. Toda la vida de Jesús, palabras y signos, pero sobre todo
el signo definitivo de su Pascua
son las obras por las que el Padre da testimonio de su Hijo.
La fe en Él que pide
Jesús aparece como respuesta a la desazón y el desánimo de los Apóstoles.
Pero la revelación
más estupenda que hizo aquella noche Jesús es que si sus discípulos, la Iglesia
naciente, están a él unidos como Él al Padre,
harán obras “aún mayores” (Jn. 14, 12).
Con la
Resurrección de Jesús se inauguraba el tiempo de
la Iglesia. Jesús Resucitado
sigue presente como Cabeza
de su Cuerpo que es la Iglesia, pero su presencia
no va a ser exactamente igual a la que venía
teniendo hasta ese momento entre sus Apóstoles. Jesús estará presente
por las obras de la
Iglesia. Esta presencia de Jesús Resucitado es como
una presencia nueva que no se ve.
Hasta se podría hablar de una
presencia-ausencia, como de
una presencia tantas veces a oscuras, en medio de la niebla, pero al fin de
cuentas presencia y presencia actuante
(“harán obras aún mayores”).
Por eso, y
refiriéndose a esa nueva presencia suya, diría al incrédulo Tomás y a los otros
apóstoles, y a la Iglesia naciente, el mismo día de su resurrección: “felices
los que crean sin haber visto”
(Jn. 20, 29).
En el pasaje que
leímos hoy, Tomás,
durante la última cena, es uno de los dos apóstoles que intervinieron, poniendo
de manifiesto una vez más el escepticismo y la incredulidad que lo
caracterizaba: “No sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?” (Jn.
14, 5).
Tomás, el
incrédulo, para creer
todavía quería ver.
Y algo parecido le
ocurría al otro de los Apóstoles que apareció en la escena,
Felipe. Él tampoco
creía todavía. Para creer quería ver.
Por eso le dijo a Jesús: “Muéstranos al Padre” (Jn. 14, 8), y mereció el
reproche del Señor: “Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y
todavía no me conocen?
El que me ha visto, ha visto al Padre.
¿Cómo dices: Muéstranos al Padre? ¿No crees
que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?” (Jn. 14, 10).
Felipe pedía una
manifestación extraordinaria del Padre,
quizás quería oír su voz como en el bautismo o en la transfiguración de
Jesús. Felipe, como muchos creyentes, aún sin mala intención, por ignorancia,
retan a Dios para que manifieste su gloria de una
manera que a su criterio considera más apropiada.
¡Manifiéstate! ¡Rompe ese silencio tuyo frente a tantas injusticias, a tantos
males, ese silencio de Dios que no comprendo! “Hace tanto tiempo que estoy con
ustedes, ¿y todavía no me conocen?
El que me ha visto, ha visto al Padre.
¿Cómo dices: Muéstranos al Padre?” (Jn. 14, 10). También en el aparente
silencio y callar de Dios, él está misteriosamente presente y actuante.
Todavía no habían
comprendido, ni Tomás ni Felipe, ni tantos cristianos, que
en el rostro y el misterio de Jesús se manifiesta el
Padre, el amor del Padre que en Jesús se
hace servicio y para dar la Vida en abundancia se entrega a la Pasión y Muerte y
Resucita. Jesús vence al mal dejándose en
apariencia ganar por el mismo mal.
Dos imágenes, a modo de
metáforas en boca de Jesús, dominan este fragmento evangélico. Una es la del
camino. Otra es la de la casa.
Jesús afirma que
él es el Camino.
La imagen del camino
implica un tránsito, un desplazamiento de un punto a otro. Lo recorrió Jesús en
su vida terrena. Su camino culminó en la Pascua. Los discípulos somos invitados
a caminar detrás de Jesús, siguiéndole. Pero Jesús, vuelto a la gloria del
Padre, ya no camina más, mientras sigue siendo para nosotros Camino de acceso al
Padre.
La imagen de la
casa o morada
permanente aparece
cuando Jesús afirma: “En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no
fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a
prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya
preparado un lugar, volveré otra vez para
llevarlos conmigo, a fin de que
donde yo esté, estén también ustedes”
(Jn. 14, 2-3).
Siguiendo la
metáfora del movimiento, Jesús habla de su propio
paso a la gloria junto al Padre, de una partida y de un retorno, de una
separación transitoria y de un reencuentro,
aludiendo de esta manera a su próxima muerte y a su resurrección, su Pascua. Y
el destino de ese viaje que anuncia Jesús es el Padre.
La imagen de la Casa del Padre significa la gloria de
Dios, el seno de Dios, donde el Padre, y también
Jesús, tienen su morada permanente. Donde ellos, sus discípulos (nosotros)
tendrán también sus habitaciones, su morada
permanente. Al final de nuestro propio camino.
¡Consolador
anuncio el que hace el Señor a sus discípulos antes de morir! Precisamente
cuando ellos están desconcertados e incrédulos (como se ve particularmente en
Tomás y Felipe). Deben tener fe en Dios, deben apoyarse en la fe en Jesús, en
sus palabras, porque Jesús les garantiza que
siempre estarán junto a Él,
que de un modo permanente habitarán en la Casa del Padre,
adonde él va a prepararles un lugar. Es la gloria
del cielo, pero que se anticipa en la Resurrección de Jesús. Es el reino, que se
inicia en esta vida y tiene su plenitud en la gloria final.
¿Cómo llegar hasta allí,
hasta la Casa del Padre?
“Ya conocen el
camino del lugar adonde voy. Tomás le dijo: Señor,
no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el
camino? Jesús le respondió:
Yo soy el Camino, la
Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí” (Jn. 14, 4-6).
La principal
afirmación de Jesús aquí es “Yo soy el Camino”,
porque “nadie va al Padre sino por mí”.
Yo soy la Verdad y la Vida,
explican y fundamentan lo que es más importante (“Yo
soy el Camino”). “Yo soy el Camino”
porque
Yo soy la Verdad y la Vida.
Porque Jesús manifiesta al
Padre (Yo soy la Verdad). Porque
por Él accedemos a la salvación y a la Vida. Por eso Él es el Camino.[2]
Danos, Señor
Jesús, esa relación e intimidad contigo
que expresas en este texto con la expresión “conocerte”, relación e intimidad
entre Ti y tus discípulos que comparas con el “conocimiento”, relación íntima,
comunión y recíproca auto presencia entre el Padre Dios y Tú mismo.
Danos, Señor, esa
fe en tus palabras que no sólo sea firme y consolador apoyo sino también sea una
fe activa en obras.
Obras que son testimonio del Padre de Tu presencia continua en la Iglesia.
Sé para nosotros Camino
que nos muestre al Padre, por el cual lleguemos al Padre. Que en la
peregrinación de nuestra fe, Tú seas Puerta y Camino, siguiendo tus pasos,
pasando por Tu Pascua, que nos lleve a la gloria del Padre.
Y que en la
Eucaristía que estamos celebrando, misteriosa presencia y a la vez ausencia (por
lo que oculta el sacramento), ejercitemos aquello que dijiste pensando también
en nosotros: felices los que sin ver crean.
Pbro. Hernán Quijano
Guesalaga
Parroquia del Sagrado
Corazón de Jesús,
Capilla Policial San
Sebastián,
Paraná, Argentina
Domingo 20 de abril de
2008
[1]
Cf. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret,
Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 407-409.
[2]
Cf. Luis Rivas, El evangelio de Juan, San
Benito, Buenos Aires, 2006, págs. 389-391.