V Domingo de Pascua, Ciclo A

San Juan 14, 1-12: Camino hacia el Padre

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Hechos de los apóstoles 6, 1-7;  1º carta de san Pedro 2, 4-9; Evangelio según san Juan 14, 1-12 

CAMINO HACIA EL PADRE

Después de la Resurrección de Jesús, sus discípulos recordaron los signos que Él había hecho y las palabras que Él había predicado, volvieron sobre lo que habían guardado en su memoria y su corazón, y se hizo nueva luz sobre aquello pasado, y entonces desde la perspectiva de la Pascua mejor comprendieron y creyeron en Él.

También nosotros, mientras madura el tiempo pascual, releemos las palabras dichas por el Señor la noche del jueves santo, antes de morir, palabras que, según nos trasmite el evangelista, tienen la solemnidad de una última declaración, despedida o testamento. Releyendo desde la Pascua el discurso de la última cena, adquieren nuevo sentido para nosotros esas palabras de Jesús, y también nosotros esperamos: mejor creer en Jesús.

Lo que en la liturgia de la Palabra hemos proclamado es apenas una parte de lo que Jesús dijo esa noche. El núcleo de esta sección del evangelio de san Juan está en que Jesús se reveló a Sí mismo como Camino hacia el Padre, Él una misma realidad con el Padre y en unión con el Padre.

Dijo Jesús, con la fuerza que tiene toda la serie de afirmaciones que en la Sagrada Escritura siguen al  Yo soy” divino, que Él es el Camino, la Verdad y la Vida, y lo dijo en el mismo sentido en que había dicho “Yo soyel Buen Pastor, Yo soyla Puerta, Yo soyel Pan de Vida, Yo soyla Luz del mundo,Yo soy la Vid verdadera,Yo soy la Resurrección y la Vida,Yo soy la fuente de Agua Viva. Todas estas imágenes son como variaciones de una misma idea: Jesús ha venido al mundo, el Verbo que preexiste al mundo (Yo soy”) y se hace Hombre, ha venido para que los hombres tenga Vida. Jesús nos da la Vida porque nos da gratuitamente a Dios. Él mismo es el don, la Salvación, la Vida, la Verdad que salva.[1]

El pasaje del evangelio hoy proclamado comienza con unas palabras consoladoras que dijo Jesús a sus apóstoles teniendo en cuenta la situación particular por la que ellos están pasando. Ellos estaban turbados, perturbados, llenos de incertidumbre y temor. Como es lógico, después que Jesús había anunciado la traición de uno de ellos (Jn. 13, 21-30), su propia partida (Jn. 13, 31-33) y la negación de Pedro (Jn. 13, 36-38). El Señor afirmó: “No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí”. (Jn. 14, 1).

En el fragmento que comentamos el verbo creer aparecerá seis veces, cuatro de ellas en imperativo, y de estas cuatro en dos pide Jesús que le crean a Él igual que se cree a Dios, por la comunión que hay entre el Padre y Él: “Crean en Dios y crean también en mí” (Jn. 14, 1), “Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras” (Jn. 14,11).

Una vez aparece el “creer” en interrogativo, refiriéndose Jesús a Felipe con tono de cierto reproche: “¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?” (Jn. 14, 10). Y otra vez leemos “creer” como un condicional pero referido a la fe en Él: el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre” (Jn. 14, 12).

Por el modo en que Jesús pidió a sus apóstoles que creyeran en Él, se presentó ante ellos como roca firme donde ellos puedan apoyarse. En cuanto Él está en el Padre y el Padre está en Él, creer en Jesús es garantía de sólido fundamento.  Y refirió Jesús como prueba de su unión con el Padre Dios las obras que el Padre hace en Él. Toda la vida de Jesús, palabras y signos, pero sobre todo el signo definitivo de su Pascua son las obras por las que el Padre da testimonio de su Hijo.

La fe en Él que pide Jesús aparece como respuesta a la desazón y el desánimo de los Apóstoles.

Pero la revelación más estupenda que hizo aquella noche Jesús es que si sus discípulos, la Iglesia naciente, están a él unidos como Él al Padre, harán obras “aún mayores” (Jn. 14, 12).

Con la Resurrección de Jesús se inauguraba el tiempo de la Iglesia. Jesús Resucitado sigue presente como Cabeza de su Cuerpo que es la Iglesia, pero su presencia no va a ser exactamente igual a la que venía teniendo hasta ese momento entre sus Apóstoles. Jesús estará presente por las obras de la Iglesia. Esta presencia de Jesús Resucitado es como una presencia nueva que no se ve. Hasta se podría hablar de una presencia-ausencia, como de una presencia tantas veces a oscuras, en medio de la niebla, pero al fin de cuentas presencia y presencia actuante (“harán obras aún mayores”).

Por eso, y refiriéndose a esa nueva presencia suya,  diría al incrédulo Tomás y a los otros apóstoles, y a la Iglesia naciente, el mismo día de su resurrección: “felices los que crean sin haber visto” (Jn. 20, 29).

En el pasaje que leímos hoy, Tomás, durante la última cena, es uno de los dos apóstoles que intervinieron, poniendo de manifiesto una vez más el escepticismo y la incredulidad que lo caracterizaba: “No sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?” (Jn. 14, 5).

Tomás, el incrédulo, para creer todavía quería ver.

Y algo parecido le ocurría al otro de los Apóstoles que apareció en la escena, Felipe. Él tampoco creía todavía. Para creer quería ver. Por eso le dijo a Jesús: “Muéstranos al Padre” (Jn. 14, 8), y mereció el reproche del Señor: “Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?” (Jn. 14, 10).

Felipe pedía una manifestación extraordinaria del Padre, quizás quería oír su voz como  en el bautismo o en la transfiguración de Jesús. Felipe, como muchos creyentes, aún sin mala intención, por ignorancia, retan a Dios para que manifieste su gloria de una manera que a su criterio considera más apropiada. ¡Manifiéstate! ¡Rompe ese silencio tuyo frente a tantas injusticias, a tantos males, ese silencio de Dios que no comprendo! “Hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: Muéstranos al Padre?” (Jn. 14, 10).  También en el aparente silencio y callar de Dios, él está misteriosamente presente y actuante.

Todavía no habían comprendido, ni Tomás ni Felipe, ni tantos cristianos, que en el rostro y el misterio de Jesús se manifiesta el Padre, el amor del Padre  que en Jesús se hace servicio y para dar la Vida en abundancia se entrega a la Pasión y Muerte y Resucita. Jesús vence al mal dejándose en apariencia ganar por el mismo mal.

Dos imágenes, a modo de metáforas en boca de Jesús, dominan este fragmento evangélico. Una es la del camino. Otra es la de la casa.

Jesús afirma que él es el Camino. La imagen del camino implica un tránsito, un desplazamiento de un punto a otro. Lo recorrió Jesús en su vida terrena. Su camino culminó en la Pascua. Los discípulos somos invitados a caminar detrás de Jesús, siguiéndole. Pero Jesús, vuelto a la gloria del Padre, ya no camina más, mientras sigue siendo para nosotros Camino de acceso al Padre.

La imagen de la casa o morada permanente aparece cuando Jesús afirma: “En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes” (Jn. 14, 2-3).

Siguiendo la metáfora del movimiento, Jesús habla de su propio paso a la gloria junto al Padre, de una partida y de un retorno, de una separación transitoria y de un reencuentro, aludiendo de esta manera a su próxima muerte y a su resurrección, su Pascua. Y el destino de ese viaje que anuncia Jesús es el Padre. La imagen de la Casa del Padre significa la gloria de Dios, el seno de Dios, donde el Padre, y también Jesús, tienen su morada permanente. Donde ellos, sus discípulos (nosotros) tendrán también sus habitaciones, su morada permanente. Al final de nuestro propio camino.

¡Consolador anuncio el que hace el Señor a sus discípulos antes de morir! Precisamente cuando ellos están desconcertados e incrédulos (como se ve particularmente en Tomás y Felipe). Deben tener fe en Dios, deben apoyarse en la fe en Jesús, en sus palabras, porque Jesús les garantiza que siempre estarán junto a Él, que de un modo permanente habitarán en la Casa del Padre, adonde él va a prepararles un lugar. Es la gloria del cielo, pero que se anticipa en la Resurrección de Jesús. Es el reino, que se inicia en esta vida y tiene su plenitud en la gloria final.

¿Cómo llegar hasta allí, hasta la Casa del Padre?

Ya conocen el camino del lugar adonde voy. Tomás le dijo: Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino? Jesús le respondió: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí” (Jn. 14, 4-6).

La principal afirmación de Jesús aquí es “Yo soy el Camino”, porque “nadie va al Padre sino por mí”. Yo soy la Verdad y la Vida, explican y fundamentan lo que es más importante (“Yo soy el Camino”). Yo soy el Camino” porque  Yo soy la Verdad y la Vida. Porque Jesús manifiesta al Padre (Yo soy la Verdad). Porque por Él accedemos a la salvación y a la Vida. Por eso Él es el Camino.[2] 

Danos, Señor Jesús, esa relación e intimidad contigo que expresas en este texto con la expresión “conocerte”, relación e intimidad entre Ti y tus discípulos que comparas con el “conocimiento”, relación íntima, comunión y recíproca auto presencia entre el Padre Dios y Tú mismo.

Danos, Señor, esa fe en tus palabras que no sólo sea firme y consolador apoyo sino también sea una fe activa en obras. Obras que son testimonio del Padre de Tu presencia continua en la Iglesia.

Sé para nosotros Camino que nos muestre al Padre, por el cual lleguemos al Padre. Que en la peregrinación de nuestra fe, Tú seas Puerta y Camino, siguiendo tus pasos, pasando por Tu Pascua, que nos lleve a la gloria del Padre.

Y que en la Eucaristía que estamos celebrando, misteriosa presencia y a la vez ausencia (por lo que oculta el sacramento), ejercitemos aquello que dijiste pensando también en nosotros: felices los que sin ver crean.

 

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús,

Capilla Policial San Sebastián,

Paraná, Argentina

Domingo 20 de abril de 2008



[1] Cf. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Planeta, Buenos Aires, 2007, pág. 407-409.

[2] Cf. Luis Rivas, El evangelio de Juan, San Benito, Buenos Aires, 2006, págs. 389-391.