XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 13, 1-23: Salió el sembrador a sembrar

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Isaías 55, 10-11; Carta de san Pablo a los cristianos de Roma 8, 8, 18-23; Evangelio según san Mateo 13, 1-23 

Salió el sembrador a sembrar 

A partir de hoy, y continuando los dos domingos que siguen, leeremos en el capítulo 13 del evangelio según san Mateo siete parábolas que predicó Jesús sobre el reino de los cielos. Según la división del evangelio de san Mateo, se trata del tercer “discurso” de Jesús, el de las parábolas, después de los dos primeros “discursos”, el sermón de la montaña y el de la misión.

El texto de este domingo XVº nos ubica en Galilea y nos presenta a Jesús saliendo de la casa donde se alojaba en Cafarnaúm y sentándose a la orilla del lago. Se reúne junto a Él una gran multitud, y entonces Jesús se sube a una de las barcas de los pescadores, se sienta en ella, como en un palco o cátedra, y se pone a enseñar en parábolas a la multitud que estaba de pie en la orilla.

De las “muchas cosas” que el evangelista dice que Jesús explicó a la multitud en parábolas desde la barca, consigna san Mateo una, la parábola del sembrador.

Luego sigue un segundo momento donde Jesús ya no está ante la multitud sino Él solo con los discípulos más íntimos, quienes se le acercan y le hacen una pregunta clave: ¿por qué les predicas en parábolas?

En la respuesta de Jesús a sus discípulos queda de manifiesto lo que ya se había dicho en el contexto precedente del evangelio: hay mentes y corazones endurecidos y clausurados al mensaje de Jesús. A ellos, lo que Jesús diga les rebota. Para estos, las parábolas son como enigmas todavía no descifrados porque “miran y no ven, escuchan y no oyen ni comprenden” (Mt. 13, 13). En ellos se cumple, afirma Jesús, la profecía de Isaías (Is. 6, 9 y ss.). En cambio, les dice Jesús a sus discípulos, “a ustedes se les ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos” (Mt. 13, 11).

Y todavía agrega el Señor una bienaventuranza que aplica a sus discípulos (los que “se acercaron a Él” para hacerle esa pregunta pastoral que obtuvo una respuesta no reducida a lo metodológico): “Dichosos los ojos de ustedes porque ven y sus oídos porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos ansiaron ver lo que ustedes ven, y no lo vieron, y escuchar lo que ustedes escuchan, y no lo escucharon” (Mt. 13, 16-17).

Ellos, los discípulos, a diferencia de quienes les precedieron, pueden experimentar la alegría de los tiempos mesiánicos, ver y oír el reino de los cielos ya arribado porque vieron y escucharon a Jesús.

Por último, san Mateo nos trasmite (Mt. 13, 18-23), nada menos que la explicación y aplicación que el mismo Jesús hace a sus discípulos de la parábola del sembrador.

Podríamos notar que mientras que en la parábola, la idea que Jesús quiere subrayar es la de la abundancia y fecundidad de las semillas que el sembrador sembró y la extraordinaria y sorprendente cosecha (las semillas que cayeron en tierra fértil dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta), en la explicación de la parábola Jesús pone el acento en los lugares donde cae la semilla, que es la Palabra del Reino,  como metáfora de las distintas actitudes ante la Palabra.

¿Quién el sembrador que sale a sembrar? El sembrador que sale a sembrar es el mismo Jesús, Él es la Palabra o Verbo de Dios que se hace carne, se entierra, para dar fruto. Él habla en parábolas no por una suerte de recurso técnico para ocultar lo que reserva para una elite.  El sembrador de la parábola no es mezquino, tira generosa y abundantemente sus semillas al voleo, incluso sabiendo que muchas caerán sobre el camino y se las comerán los pájaros, o en terreno pedregoso y las quemará el sol, o entre espinos y serán ahogadas.

La Palabra de Dios no juega a las escondidas con los hombres. Pero pide una mínima disposición, oídos, ojos, mente y corazón abiertos, rectitud y buena disposición. Para quienes tienen ese comienzo de apertura, la parábola es un instrumento de la pedagogía divina para la comprensión más didáctica y encarnada de las enseñanzas más sublimes. ¿Quién con buena voluntad quedaría sin comprender cuando Jesús, de modo tan sencillo, explicaba verdades tan elevadas con referencia al mundo y la vida doméstica y pastoril familiar a sus oyentes?

Jesús mismo es la Parábola de Dios, porque en Él Dios se hace visible y cercano. Él es la Semilla del Reino y a la vez la Tierra Fértil donde fecunda y da fruto abundante.

Este evangelio nos habla de la Palabra de Dios y de las actitudes y disposiciones del discípulo para la escucha y la profundización de la Palabra del Reino.

Aparecen como obstáculos para la fecundidad de la Palabra en nuestras vidas la superficialidad de quien sólo escucha (la semilla que cae junto al camino), la inconstancia del que escucha y recibe la Palabra con alegría pero sin raíces y entonces sucumbe ante la tribulación y la persecución (la semilla en terreno pedregoso), y la inconstancia del que se deja llevar por las preocupaciones mundanas y la seducción de la riqueza (la semilla entre espinos).

También en la primera lectura el Profeta Isaías nos dice con optimismo que la Palabra de Dios es eficaz, como el agua de la lluvia,  que vuelve a Él después de haber hecho fecundar la tierra.

El fracaso de las semillas caídas junto al camino, en terreno pedregoso o entre espinos, no se debe a la falta de potencia o eficacia de la Palabra sino al plan de Dios, que misteriosamente se somete y condiciona la eficacia de la Palabra a la disposición de la tierra que acoge la semilla.

La parábola y su explicación tienen una sorprendente actualidad en nuestros días. Meritan un delicado examen de conciencia eclesial, comunitario y personal, para evaluar nuestra escucha, profundización y constancia para que la Palabra de Dios sea fecunda y dé fruto abundante en nuestras vidas y misión pastoral. 

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Argentina

                    Domingo 13 de julio de 2008