XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 13, 24-43: El trigo crece junto a la cizaña

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

Sitio Web

 

Sabiduría 12, 13. 16-19; Carta de san Pablo a los cristianos de Roma 8, 26-27; Evangelio según san Mateo 13, 24-43 

EL TRIGO CRECE JUNTO A LA CIZAÑA

En el fragmento evangélico leemos hoy tres de las siete parábolas sobre el reino predicadas por Jesús a la multitud junto al lago de Galilea según nos relata san Mateo en el “tercer discurso” del evangelio. Leímos y comentamos el domingo pasado la primera, la parábola del sembrador. Las del día son las parábolas de la cizaña, ésta con la explicación del mismo Jesús a sus discípulos, y las parábolas, podríamos llamarlas gemelas, de la semilla de mostaza y de la levadura.

Antes de hacer nuestra reflexión sobre estas tres parábolas, vuelvo sobre la finalidad de las parábolas de Jesús en general. Una vez más, después que Jesús despidió a la multitud y entró en la casa donde se alojaba, se le acercaron sus discípulos y le pidieron que les explicara la parábola de la cizaña.

Podríamos decir que también a nosotros, como escribe el Papa Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret, “nos ocurre lo mismo que a los contemporáneos y discípulos de Jesús: debemos preguntarle a Jesús una y otra vez qué nos quiere decir con cada una de las parábolas[1].

El Papa, centrando su atención en la cita que hace Jesús del profeta Isaías respondiendo a la pregunta de sus discípulos a propósito de la parábola del sembrador (Mt. 13, 14-15), destaca que Jesús, se sitúa en la línea del fracaso y contradicción que sufren los profetas, y nos manifiesta que de su fracaso en la cruz deriva la fecundidad del reino.

Agrega Benedicto XVI: “El domingo de Ramos el Señor ha resumido las diversas parábolas sobre las semillas y desvelado su pleno significado: Les aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto (Jn. 12, 24). Él mismo es el grano de trigo que cae en tierra y muere para dar fruto. En la cruz se descifran las parábolas. Las parábolas hablan de manera escondida del misterio de la cruz; ellas mismas forman parte del misterio de la cruz. Pues, precisamente porque dejan traslucir el misterio divino de Jesús, las parábolas suscitan contradicción. En las parábolas, Jesús no es sólo el sembrador sino que es la semilla que cae en la tierra para morir y así dar fruto”.

Así, a la pregunta de los discípulos, y la nuestra, sobre por qué habla en parábolas, Jesús responde manifestando que una parábola tiene un doble movimiento: por un lado, acerca a los que la escuchan lo que está lejos; por otro, pone al oyente en camino para conducirlo más allá de la imagen  comprendiendo el significado del misterio. En la parábola, el oyente adopta él mismo el movimiento de la parábola y se pone en camino con ella. Mediante las parábolas, Jesús no quiere trasmitir conocimientos abstractos sino guiarnos hacia el misterio de Dios mostrándonos cómo se refleja la luz divina en las cosas y realidades de la vida cotidiana, manifestándonos al Dios que actúa en la vida diaria y, sin imponerse de manera coercitiva, espera que nos dejemos guiar por Él y cambiemos nuestra vida abriéndonos al amor. Por eso mismo, frente a las parábolas, algunos miran y no ven, escuchan y no oyen ni comprenden (Mt. 13, 13). En el interior de las parábolas, concluye el Papa, está inscrito el misterio de la cruz como signo de contradicción.[2]

Por eso, podemos decir que las parábolas no son enigmas que ocultan sino enigmas que al no mostrar todo a una vez, incentivan e impulsan a la búsqueda de una mayor comprensión del misterio divino y al compromiso con sus exigencias.

El Santo Padre escribe también que “llama la atención la importancia que adquiere la imagen de la semilla en el conjunto del mensaje de Jesús[3]. En el Evangelio del domingo pasado y en el de hoy: las parábolas del sembrador, de la cizaña y del grano de mostaza.

Nos podríamos preguntar, siempre nosotros como discípulos, interrogando al Señor para que nos ayude a comprender mejor las parábolas, sobre el por qué de esta importancia de la imagen de la semilla en el mensaje de Jesús.

Nos dice Benedicto XVI: “El tiempo de Jesús, el tiempo de los discípulos, es el de la siembra y el de la semilla. El reino de Dios está presente como una semilla. Vista desde fuera, la semilla es algo muy pequeño. El grano de mostaza, imagen del reino de Dios, es el más pequeño de los granos y, sin embargo, contiene en sí un árbol entero. La semilla es presencia del futuro. En ella está escondido lo que va a venir. Es promesa ya presente en el hoy”.[4] 

La parábola de la cizaña, o de la mala hierba, tiene su eje más importante en el asombro de los sirvientes que dijeron al dueño del campo: “¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?”. Se sorprenden de la convivencia de la semilla buena con la cizaña.

En la respuesta del sembrador aparece un segundo contraste (el primero es el contraste entre el trigo y la cizaña): entre el tiempo presente y el tiempo de la cosecha. El reino de Dios ya está presente y actuando, pero se manifestará plenamente al fin de los tiempos. Cuando llegue la cosecha se separará la cizaña del trigo, aquella será quemada y éste guardado en el granero.

Tenemos el privilegio de leer la explicación y aplicación que el mismo Maestro hace, no a la multitud sino a sus discípulos, de la parábola de la cizaña (Mt. 13, 36-43).  Allí advertimos la lectura claramente escatológica que sugiere Jesús. El sembrador de la semilla buena es el Hijo del Hombre. La buena semilla son los ciudadanos del reino. La cizaña son los súbditos del Maligno. El enemigo que la siembra es el diablo (en la parábola del sembrador, el maligno arrebata del corazón las semillas que caen sobre el camino, en esta parábola, queriendo imitar a Jesús, el diablo se hace sembrador pero de cizaña). La cosecha es el fin del mundo, donde el protagonismo lo tendrá el Hijo del Hombre. Entonces, el reino de los cielos es “el reino de su Padre” en el que “los justos (los ciudadanos del reino) brillarán como el sol”.

A quien le toca juzgar es al Hijo del Hombre y eso lo hará al fin de los tiempos. Entonces serán discernidos el trigo de la cizaña, los justos de los súbditos del maligno.

Mientras tanto, en el tiempo presente, hasta que no llegue la cosecha, Dios se manifiesta con paciencia y tolerancia, es más, con esperanza mientras dura el tiempo en que es posible la conversión.

Como en tiempos de Jesús había quienes querían apurar el juicio de Dios y la condena de los malos, también hoy entre nosotros a veces nos escandalizamos por la coexistencia del bien junto al mal y nos sorprendemos, como los servidores de la parábola, como cuestionando a Dios por las injusticias: “¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?”, y nos cuesta entender aquel “dejen que crezcan juntos (el trigo y la cizaña) hasta la cosecha”. Y nos hacemos preguntas como éstas o semejantes: ¿por qué Dios permite el mal?

La Iglesia ha querido que este domingo leamos junto a este evangelio, como primera lectura, el texto del libro de la Sabiduría (12, 13. 16-19), que nos habla de la bondad y misericordia de Dios, juez sereno y justo, y no menos poderoso por indulgente, que sabe esperar la conversión de los pecadores.

En el mundo crecen juntos la semilla buena y la cizaña, justos y pecadores. Dios quiere que aprendamos de su indulgencia y misericordia con los pecadores.

La misma Iglesia Santa es una comunidad donde crecen juntos pecadores y justos.

Es más, dentro de cada uno de nosotros, debemos aprender a discernir la cizaña que crece junto a la semilla buena sembrada por Dios, buscando y esperando el tiempo de la conversión antes del juicio de la cosecha final. 

Las otras dos parábolas, la de la semilla de mostaza y la levadura, desarrollan otros rasgos del reino, su dinamismo de crecimiento con comienzos pequeños, modestos y pobres y un desarrollo o expansión desproporcionadamente grande, así como el poder de transformar desde adentro al hombre, la comunidad y la cultura (como la levadura). 

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Argentina

Domingo 20 de julio de 2008



[1] Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 1ª Parte, Planeta, Buenos Aires, 2007, Pág. 223.

[2] Cf. Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 1ª Parte, Planeta, Buenos Aires, 2007, Págs. 230-234.

[3] Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 1ª Parte, Planeta, Buenos Aires, 2007, Pág. 230.

[4] Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 1ª Parte, Planeta, Buenos Aires, 2007, Pág. 230.