XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
San Mateo 13, 24-43: El trigo crece junto a la cizaña
Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga
Sabiduría
12, 13. 16-19
EL TRIGO CRECE
JUNTO A LA CIZAÑA
En el fragmento
evangélico leemos hoy tres de las siete parábolas sobre el reino predicadas por
Jesús a la multitud junto al lago de Galilea según nos relata san Mateo en el
“tercer discurso” del evangelio. Leímos y comentamos el domingo pasado la
primera, la parábola del sembrador. Las del día son las parábolas
de la cizaña, ésta con la
explicación del mismo Jesús a sus discípulos, y las parábolas, podríamos
llamarlas gemelas, de la semilla de mostaza y de
la levadura.
Antes de hacer
nuestra reflexión sobre estas tres parábolas, vuelvo sobre la
finalidad de las parábolas
de Jesús en general. Una vez más, después que Jesús despidió a la multitud y
entró en la casa donde se alojaba, se le acercaron sus discípulos y le pidieron
que les explicara la parábola de la cizaña.
Podríamos decir
que también a nosotros, como escribe el Papa Benedicto XVI en su libro Jesús de
Nazaret, “nos ocurre lo mismo que a los contemporáneos y discípulos de Jesús:
debemos preguntarle a Jesús una y otra vez qué nos
quiere decir con cada una de las parábolas”[1].
El Papa, centrando
su atención en la cita que hace Jesús del profeta Isaías respondiendo a la
pregunta de sus discípulos a propósito de la parábola del sembrador (Mt. 13,
14-15), destaca que Jesús, se sitúa en la línea del fracaso y contradicción que
sufren los profetas, y nos manifiesta que de su
fracaso en la cruz deriva la fecundidad del reino.
Agrega Benedicto
XVI: “El domingo de Ramos el Señor ha resumido las diversas parábolas sobre las
semillas y desvelado su pleno significado:
Les aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo;
pero si muere, da mucho fruto (Jn. 12, 24). Él
mismo es el grano de trigo que cae en tierra y muere para dar fruto.
En la cruz se descifran las parábolas.
Las parábolas hablan de manera escondida del
misterio de la cruz; ellas mismas forman parte del
misterio de la cruz. Pues, precisamente porque
dejan traslucir el misterio divino de Jesús, las parábolas suscitan
contradicción. En las parábolas,
Jesús no es sólo el sembrador sino que es la semilla que
cae en la tierra para morir y así dar fruto”.
Así, a la pregunta
de los discípulos, y la nuestra, sobre por qué
habla en parábolas, Jesús responde manifestando
que una parábola tiene un doble movimiento:
por un lado, acerca a los que la escuchan lo que
está lejos; por otro,
pone al oyente en camino para conducirlo más allá de la
imagen comprendiendo el significado del misterio.
En la parábola, el oyente adopta él mismo el
movimiento de la parábola y se pone en camino con ella.
Mediante las parábolas, Jesús no quiere trasmitir
conocimientos abstractos sino guiarnos hacia el misterio de Dios
mostrándonos cómo se refleja la luz divina en las cosas y
realidades de la vida cotidiana, manifestándonos
al Dios que actúa en la vida diaria
y, sin imponerse de manera coercitiva, espera que
nos dejemos guiar por Él y cambiemos nuestra vida abriéndonos al amor.
Por eso mismo, frente a las parábolas, algunos miran y no ven, escuchan y no
oyen ni comprenden (Mt. 13, 13). En el interior de
las parábolas, concluye el Papa, está inscrito el misterio de la cruz como signo
de contradicción.[2]
Por eso, podemos
decir que las parábolas no son enigmas que ocultan sino enigmas que al no
mostrar todo a una vez, incentivan e impulsan a la
búsqueda de una mayor comprensión del misterio divino y al compromiso con sus
exigencias.
El Santo Padre
escribe también que “llama la atención la importancia que adquiere
la imagen de la semilla en el conjunto del mensaje de
Jesús”[3].
En el Evangelio del domingo pasado y en el de hoy: las parábolas del sembrador,
de la cizaña y del grano de mostaza.
Nos podríamos preguntar,
siempre nosotros como discípulos, interrogando al Señor para que nos ayude a
comprender mejor las parábolas, sobre el por qué de esta importancia de la
imagen de la semilla en el mensaje de Jesús.
Nos dice Benedicto
XVI: “El tiempo de Jesús, el tiempo de los
discípulos, es el de la siembra y el de la semilla. El reino de Dios está
presente como una semilla. Vista desde fuera, la
semilla es algo muy pequeño. El grano de mostaza, imagen del reino de Dios, es
el más pequeño de los granos y, sin embargo, contiene en sí un árbol entero.
La semilla es presencia del futuro. En ella está escondido lo que va a venir. Es
promesa ya presente en el hoy”.[4]
La parábola de la
cizaña, o de la mala hierba, tiene su eje más importante en
el asombro de los sirvientes
que dijeron al dueño del campo: “¿no habías sembrado buena semilla en tu campo?
¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?”. Se sorprenden de la convivencia de la
semilla buena con la cizaña.
En la respuesta
del sembrador aparece un segundo contraste
(el primero es el contraste entre el trigo y la cizaña): entre el
tiempo presente y
el tiempo de la cosecha. El
reino de Dios ya está presente y actuando, pero se manifestará plenamente al fin
de los tiempos. Cuando llegue la cosecha se separará la cizaña del trigo,
aquella será quemada y éste guardado en el granero.
Tenemos el
privilegio de leer la explicación y aplicación que el mismo Maestro hace, no a
la multitud sino a sus discípulos, de la parábola de la cizaña (Mt. 13, 36-43).
Allí advertimos la lectura claramente escatológica
que sugiere Jesús. El sembrador de la semilla buena es
el Hijo del Hombre. La
buena semilla son los ciudadanos del reino. La cizaña son los súbditos del
Maligno. El enemigo que la siembra es el diablo (en la parábola del sembrador,
el maligno arrebata del corazón las semillas que caen sobre el camino, en esta
parábola, queriendo imitar a Jesús, el diablo se hace sembrador pero de cizaña).
La cosecha es el fin del mundo, donde el protagonismo lo tendrá el Hijo del
Hombre. Entonces, el reino de los cielos es “el reino de su Padre” en el que
“los justos (los ciudadanos del reino) brillarán como el sol”.
A quien le toca juzgar
es al Hijo del Hombre y eso lo hará al fin de los tiempos. Entonces serán
discernidos el trigo de la cizaña, los justos de los súbditos del maligno.
Mientras tanto, en
el tiempo presente, hasta que no llegue la cosecha, Dios se manifiesta con
paciencia y tolerancia,
es más, con esperanza
mientras dura el tiempo en que es posible la conversión.
Como en tiempos de
Jesús había quienes querían apurar el juicio de Dios y la condena de los malos,
también hoy entre nosotros a veces nos escandalizamos por la
coexistencia del bien junto al mal
y nos sorprendemos, como los servidores de la parábola, como cuestionando a Dios
por las injusticias: “¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es
que ahora hay cizaña en él?”, y nos cuesta entender aquel “dejen que crezcan
juntos (el trigo y la cizaña) hasta la cosecha”. Y nos hacemos preguntas como
éstas o semejantes: ¿por qué Dios permite el mal?
La Iglesia ha
querido que este domingo leamos junto a este evangelio, como primera lectura, el
texto del libro de la Sabiduría
(12, 13. 16-19), que nos habla de la bondad y misericordia de Dios, juez sereno
y justo, y no menos poderoso por indulgente, que sabe esperar la conversión de
los pecadores.
En el mundo crecen
juntos la semilla buena y la cizaña, justos y pecadores. Dios quiere que
aprendamos de su indulgencia y misericordia con los pecadores.
La misma Iglesia Santa
es una comunidad donde crecen juntos pecadores y justos.
Es más, dentro de cada
uno de nosotros, debemos aprender a discernir la cizaña que crece junto a la
semilla buena sembrada por Dios, buscando y esperando el tiempo de la conversión
antes del juicio de la cosecha final.
Las otras dos
parábolas, la de la semilla de mostaza y la levadura, desarrollan otros rasgos
del reino, su dinamismo de crecimiento
con comienzos pequeños, modestos y pobres y un desarrollo o expansión
desproporcionadamente grande, así como el poder de
transformar desde adentro al hombre, la comunidad
y la cultura (como la levadura).
Pbro. Hernán Quijano
Guesalaga
Argentina
Domingo 20 de julio de
2008
[1]
Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de
Nazaret, 1ª Parte, Planeta, Buenos Aires, 2007, Pág. 223.
[2]
Cf. Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús
de Nazaret, 1ª Parte, Planeta, Buenos Aires, 2007, Págs. 230-234.
[3]
Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de
Nazaret, 1ª Parte, Planeta, Buenos Aires, 2007, Pág. 230.
[4]
Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de
Nazaret, 1ª Parte, Planeta, Buenos Aires, 2007, Pág. 230.