XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 14, 13-21: La compasión de Dios

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Isaías 55, 1-3; Carta de san Pablo a los cristianos de Roma  8, 35. 37-39; Evangelio según san Mateo 14, 13-21 

LA COMPASIÓN DE DIOS 

El amor y la compasión de Dios por nosotros es el hilo conductor de las tres lecturas bíblicas de este domingo XVIIIº.  

En la primera lectura, Isaías consuela al Pueblo en el destierro con palabras de esperanza respecto de su futura vuelta del exilio y la alianza eterna de Dios con el Pueblo.

Y el texto nos habla del “inquebrantable amor” de Dios, su compasión con los sedientos y hambrientos, y la oferta abundante y generosa de su invitación a beber gratuitamente agua, vino y leche, y a comer sin pagar la ración de trigo y saciarse gratis con buena comida y sabrosos manjares.

La referencia a la alianza, que en definitiva será la nueva alianza mesiánica que se cumplirá con Jesús, es presentada por Isaías en el contexto de un banquete festivo.

¿Cómo no comprender que estas palabras del profeta “vengan a mí, escuchen bien y vivirán” se cumplirían en Jesús? Escuchar a Jesús, escuchar su Palabra. Así lo ordenará la voz del Padre en la Transfiguración de Jesús: “Éste es mi Hijo querido, mi predilecto. Escúchenlo.” (Mt. 17, 5). Escuchar a Jesús, escuchar su Palabra. Escuchar al que es la Palabra, el Verbo de Dios.

Jesús debe ser Alimento de los creyentes. Si no lo fuera, suenan como un reproche destinado a nosotros las palabras de Isaías: “¿Por qué gastan dinero en algo que no alimenta y sus ganancias, en algo que no sacia?”.

En relación al texto de la primera lectura, la liturgia vincula el relato mateano de la multiplicación de los panes y de los peces, donde Jesús es presentado como Dios que se compadece de la multitud hambrienta y la alimenta con abundancia.

Las sobras recogidas en 12 canastos, en referencia a las 12 tribus de Israel como a los 12 Apóstoles de la Iglesia, señalan que el cumplimiento de la promesa de la alianza mesiánica se ha iniciado, aunque recién se completará en el banquete escatológico.

Tal como aparece en el contexto del relato evangélico del día, Jesús es el nuevo Moisés que, multiplicando los panes y los peces, sacia a la multitud como por Moisés Dios alimentó a los israelitas con el maná en el desierto (Éxodo 16).

Jesús no es sólo Quien alimenta a la multitud sino que Él mismo es el Alimento, él es el Pan. 

También la segunda lectura, tomada de la Carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Roma, que venimos proclamando de forma continua desde hace varios domingos, nos habla del amor que nos tiene Dios y que se manifiesta en Jesús.

“¿Quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada?...Porque tengo la certeza de que (nada) podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.” 

Volvamos al relato evangélico. 

El fragmento que relata cómo Jesús alimentó milagrosamente a una multitud (Mt. 14, 13-23, incluyendo algunos versos que no fueron leídos en la liturgia), parece balancearse entre dos momentos de soledad de Jesús. Al comienzo se dice “Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas” (Mt. 14, 13); y al final afirma el evangelista que, después de despedir a la multitud, ¡advirtamos el detalle de cortesía del Señor!, “subió Él solo a la montaña a orar” hasta el anochecer (Mt. 14, 23).

Mientras que la primera soledad de Jesús parece responder a la noticia que acaba de recibir sobre el martirio de san Juan Bautista (Mt. 14, 1-13), el otro retiro del Señor tiene un objetivo preciso: “subió Él solo a la montaña a orar”. E, indudablemente, la vigilia de oración de Jesús está en relación con el relato que le sigue: la prueba por la que van a pasar sus discípulos azotados por la tormenta en el lago (Mt. 14, 23-32). Jesús oraba por sus discípulos.

De este modo comprendemos mejor que aún las soledades del Señor son soledades de un Pastor que nunca deja de estar atento, vigilante, y de compadecerse de la multitud, de la multitud hambrienta o que sufre alguna necesidad. Como leímos en la liturgia de hoy. “Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos” (Mt. 14, 14).  El paralelo según san Marcos (Mc. 6, 34) dice así: “se compadeció de ellos porque eran como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas”.

El texto central de san Mateo, balanceado entre las dos soledades, nos presenta a Jesús en medio de esa multitud, y la actitud de Jesús, ese compadecerse de ellos, como manifestación encarnada de Dios que es Amor, parece ser la clave para interpretar este relato.

Al atardecer de esta jornada primaveral (“les mandó que se sentasen sobre la hierba verde”, Mc. 6, 39), sus discípulos, movidos quizás también por compasión de la multitud, le sugirieron a Jesús que despidiera a la gente para que pudieran llegar adonde proveerse de alimentos (Mt. 14, 15).  Pero el Señor, que no quería apartarlos de su compañía, no ignorando que por falta de recursos pedía a sus discípulos algo humanamente imposible, les respondió: “No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos” (Mt. 14, 16).

Luego leemos cómo Jesús, quien, como Dios que es, nunca ordena hacer algo para lo que no esté dispuesto a concedernos la gracia, dio de comer y sació a esa multitud, con la colaboración ministerial de sus discípulos que distribuyeron los panes y peces. “Denles de comer ustedes mismos” (Mt. 14, 16).

Los discípulos son involucrados en el océano del amor y la compasión de Jesús con la multitud y motivados para ser solidarios con los hermanos. La compasión que Dios tiene por nosotros es contagiosa y quiere despertar también en nosotros otras compasiones para con todas las indigencias que sufren nuestros hermanos, de modo especial la necesidad de salvación.

A veces también nosotros podemos querer despedir a la multitud, quizás no tanto para que no los sorprenda la noche sino para sacárnosla de encima y evitarnos complicaciones. Lo que Jesús quiere recordarnos es la urgencia de una caridad pastoral siempre despierta y atenta a lo que podemos hacer por los demás.

La descripción de los gestos de Jesús nos remite a la Eucaristía, de la que este milagro de la multiplicación de los panes es ciertamente un signo. En la Eucaristía se hace evidente que el Alimento, el Pan es el mismo Jesús.  

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga

Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús,

Capilla Policial San Sebastián,

Paraná, Argentina

Domingo 3 de agosto de 2008