XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
San Mateo 14, 13-21: La compasión de Dios
Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga
Isaías 55,
1-3
LA COMPASIÓN DE
DIOS
El
amor y la compasión de Dios
por nosotros es el hilo conductor de las tres
lecturas bíblicas de este domingo XVIIIº.
En la primera lectura,
Isaías consuela al Pueblo en el destierro con palabras de esperanza respecto de
su futura vuelta del exilio y la alianza eterna de Dios con el Pueblo.
Y el texto nos
habla del “inquebrantable amor”
de Dios, su compasión
con los sedientos y hambrientos,
y la oferta abundante y generosa
de su invitación a beber gratuitamente
agua, vino y leche, y a comer sin pagar la ración de trigo y saciarse gratis con
buena comida y sabrosos manjares.
La referencia a la
alianza, que en definitiva será la nueva alianza
mesiánica que se cumplirá con Jesús, es presentada
por Isaías en el contexto de un banquete festivo.
¿Cómo no
comprender que estas palabras del profeta “vengan
a mí, escuchen bien y vivirán” se cumplirían en
Jesús? Escuchar a Jesús,
escuchar su Palabra. Así lo ordenará la voz del Padre en la Transfiguración de
Jesús: “Éste es mi Hijo querido, mi predilecto.
Escúchenlo.” (Mt. 17, 5). Escuchar a Jesús,
escuchar su Palabra. Escuchar al que es la Palabra,
el Verbo de Dios.
Jesús debe ser Alimento
de los creyentes. Si no lo
fuera, suenan como un reproche destinado a nosotros las palabras de Isaías:
“¿Por qué gastan dinero en algo que no alimenta
y sus ganancias, en algo que no sacia?”.
En relación al
texto de la primera lectura, la liturgia vincula el relato mateano de la
multiplicación de los panes y de los peces, donde Jesús es presentado como
Dios que se compadece de la multitud hambrienta y
la alimenta con abundancia.
Las sobras recogidas en
12 canastos, en referencia a
las 12 tribus de Israel como a los 12 Apóstoles de la Iglesia, señalan que
el cumplimiento de la promesa de la alianza
mesiánica se ha iniciado, aunque recién se
completará en el banquete escatológico.
Tal como aparece
en el contexto del relato evangélico del día, Jesús es
el nuevo Moisés que,
multiplicando los panes y los peces, sacia a la multitud
como por Moisés Dios alimentó a los israelitas con el
maná en el desierto (Éxodo 16).
Jesús no es sólo
Quien alimenta a la multitud sino que Él mismo es
el Alimento, él es el Pan.
También la
segunda lectura, tomada de
la Carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Roma, que venimos proclamando
de forma continua desde hace varios domingos, nos habla del
amor que nos tiene Dios y que se manifiesta en Jesús.
“¿Quién
podrá separarnos del amor de Cristo? ¿Las
tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los
peligros, la espada?...Porque tengo la certeza de que
(nada) podrá separarnos jamás del amor de Dios,
manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.”
Volvamos al relato
evangélico.
El fragmento que
relata cómo Jesús alimentó milagrosamente a una multitud (Mt. 14, 13-23,
incluyendo algunos versos que no fueron leídos en la liturgia),
parece balancearse entre dos momentos de soledad de Jesús.
Al comienzo
se dice “Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas” (Mt.
14, 13); y al final
afirma el evangelista que, después de despedir a la multitud, ¡advirtamos el
detalle de cortesía del Señor!, “subió Él solo a la montaña a orar” hasta el
anochecer (Mt. 14, 23).
Mientras que la
primera soledad de Jesús parece responder a la noticia que acaba de recibir
sobre el martirio de san Juan Bautista (Mt. 14, 1-13), el otro retiro del Señor
tiene un objetivo preciso: “subió Él solo a la montaña
a orar”. E,
indudablemente, la vigilia de oración de Jesús está en relación con el relato
que le sigue: la prueba por la que van a pasar sus discípulos azotados por la
tormenta en el lago (Mt. 14, 23-32). Jesús oraba
por sus discípulos.
De este modo
comprendemos mejor que aún las soledades del Señor son soledades de un Pastor
que nunca deja de estar atento, vigilante, y de
compadecerse de la multitud, de la multitud
hambrienta o que sufre alguna necesidad. Como leímos en la liturgia de hoy.
“Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose
de ella, curó a los enfermos” (Mt. 14, 14). El
paralelo según san Marcos (Mc. 6, 34) dice así: “se compadeció de ellos
porque eran como ovejas sin pastor,
y se puso a enseñarles
muchas cosas”.
El texto central
de san Mateo, balanceado entre las dos soledades, nos presenta a
Jesús en medio de esa multitud,
y la actitud de Jesús, ese compadecerse de ellos, como
manifestación encarnada de Dios que es Amor,
parece ser la clave
para interpretar este relato.
Al atardecer de
esta jornada primaveral (“les mandó que se sentasen
sobre la hierba verde”, Mc.
6, 39), sus discípulos, movidos quizás también por
compasión de la multitud, le sugirieron a Jesús
que despidiera a la gente para que pudieran llegar adonde proveerse de alimentos
(Mt. 14, 15). Pero el Señor, que no quería
apartarlos de su compañía, no ignorando que por
falta de recursos pedía a sus discípulos algo humanamente imposible, les
respondió: “No es necesario que se vayan,
denles de comer ustedes mismos” (Mt. 14, 16).
Luego leemos cómo
Jesús, quien, como Dios que es, nunca ordena hacer
algo para lo que no esté dispuesto a concedernos la gracia,
dio de comer y sació a esa multitud, con la colaboración ministerial de sus
discípulos que distribuyeron los panes y peces. “Denles de comer ustedes mismos”
(Mt. 14, 16).
Los discípulos son
involucrados en el océano del amor y la compasión de Jesús con la multitud
y motivados para ser solidarios con los hermanos.
La compasión que Dios tiene por nosotros es
contagiosa y quiere despertar también en nosotros
otras compasiones para con todas las indigencias que sufren nuestros hermanos,
de modo especial la necesidad de salvación.
A veces también
nosotros podemos querer despedir a la multitud, quizás no tanto para que no los
sorprenda la noche sino para sacárnosla de encima y evitarnos complicaciones. Lo
que Jesús quiere recordarnos es la urgencia de una
caridad pastoral siempre despierta y atenta
a lo que podemos hacer por los demás.
La descripción de
los gestos de Jesús nos remite a la Eucaristía,
de la que este milagro de la multiplicación de los panes es ciertamente un
signo. En la Eucaristía se hace evidente que el
Alimento, el Pan es el mismo Jesús.
Pbro. Hernán Quijano
Guesalaga
Parroquia del Sagrado
Corazón de Jesús,
Capilla Policial San
Sebastián,
Paraná, Argentina
Domingo 3 de agosto de
2008