XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

San Mateo 16, 21-27: Camino a la pascua

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Jeremías  20, 7-9; Carta de san Pablo a los cristianos  de Roma  12, 1-2; Evangelio según san Mateo 16, 21-27 

CAMINO A LA PASCUA

El texto del evangelio (Mt. 16, 21-27) continúa el que leímos el domingo pasado sobre la confesión de fe de Pedro y la bienaventuranza y encargo de oficio que le hace Jesús (Mt. 16, 13-20). Y en ese contexto debemos ubicarlo.

Hay todavía otro marco importante para la lectura evangélica de hoy y es el relato de la Transfiguración del Señor, que viene inmediatamente después (Mt. 17, 1-9).

De modo que ambos contextos, uno anterior y otro posterior, son esenciales para la comprensión del evangelio del día.  

En relación al contexto anterior (Mt. 16, 21-27), podemos apreciar la oposición contrastada entre dos intervenciones de Pedro, una en la que confiesa que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo (Mt. 16, 16), y otra en la que rechaza para el Mesías la posibilidad del sufrimiento y de la muerte como anunciaba Jesús (“Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá”, Mt. 16, 22).

Mientras que a la confesión de fe corresponde una bienaventuranza en la que Jesús afirma que Pedro ha recibido una revelación divina (Mt. 16, 17), a su resistencia y sublevación a la Pasión y la Muerte del Mesías responde Jesús con un reto fuerte donde le dice a Pedro que no ha hablado por inspiración divina sino exclusivamente desde una argumentación y perspectiva humana (Mt. 16, 23).

Antes le había dicho Jesús “¡Dichoso tú, Simón!...Tú eres Pedro”, ahora no le llama por ninguno de sus nombres, ni Simón ni Pedro, sino que le dice nada menos que “Satanás”. O sea: Tú, Pedro, haces lo mismo que quiso hacer Satanás en el desierto, pretendes apartarme del camino de la voluntad del Padre, sustituir el plan de Dios por el proyecto de Satanás (Mt. 4, 1-11). La obediencia al Padre, en efecto, contrariamente a las expectativas de muchos judíos sobre el mesianismo, configura al Mesías como un Siervo Sufriente.

No se dice que Jesús miró a Pedro cuando le llamó dichoso, pero sí se señala que Jesús le mira cuando le llama Satanás (Mt. 16, 23). La mirada comprensiva y misericordiosa del Maestro seguramente atempera las palabras severas con las que corrige al discípulo.

Antes le había dicho Jesús a Pedro piedra fundamental: “sobre esta Piedra construiré mi Iglesia” (Mt. 16, 18); ahora le aparta de él como piedra de escándalo que puede hacerle caer (Mt. 16, 23).

Y Pedro, que se había llevado a Jesús aparte para hablarle a solas porque pretendía corregirlo probablemente porque no quería hacerlo delante de los otros discípulos, sin saberlo preparó el espacio de privacidad para Jesús le corrigiera severamente a él pero no frente a sus compañeros.

La autoridad que el Señor le concedía al Apóstol Pedro en la Iglesia no queda disminuida ni mermada, ni se arrepiente Jesús de haberle dado a él las llaves del reino (Mt. 16, 19). Lo que ahora se pone de manifiesto es la debilidad humana de aquel que había sido elegido para ser piedra no por su humanidad sino por gracia de Dios. En cierta forma es la debilidad y vulnerabilidad de todo discípulo de Jesús lo que aquí se subraya. Como si Jesús después de esta experiencia le estuviera diciendo a Pedro: “Tú eres piedra porque te afianzas en Dios, que es la Roca; de otra manera, si no te afirmas en Dios, en la Palabra de Dios, si te guías sólo por criterios humanos, pierdes estabilidad, puedes caer y hacer caer a otros”. 

En relación al contexto posterior, el de la Transfiguración del Señor (Mt. 17, 1-9), advertimos que si en el Evangelio de hoy Jesús hace un anuncio de su Pasión, Muerte y Resurrección (el primer anuncio de tres que nos consigna el evangelista san Mateo: Mt. 16, 21; 17, 22-23 y 20, 17-19),  un pronóstico que provoca tristeza e incomprensión no sólo en Pedro sino en todos los discípulos, en la Transfiguración, por el anticipo de la gloria futura del Resucitado, Jesús quiere fortalecerles. Por eso les dirá “¡Levántense, no tengan miedo!” (Mt. 17, 7).  Pedro aparecerá entre los tres discípulos privilegiados que serán testigos de la Transfiguración, será confortado y tendrá oportunidad de rehabilitarse: “Señor, ¡qué bien estamos aquí!” (Mt. 17, 4).

“El relato de la Transfiguración explica de nuevo la confesión de Pedro profundizándola y poniéndola al mismo tiempo en relación con el misterio de la Muerte y Resurrección de Jesús[1].  “La confesión de Pedro sólo se puede entender correctamente en el contexto en que aparece, en relación con el anuncio de la Pasión y las palabras sobre el seguimiento (Mt. 16, 21-27). Para comprender dicha confesión es igualmente indispensable tener en cuenta la confirmación por parte del Padre mismo, y a través de la Ley y de los Profetas, en la Transfiguración”[2].

El primer anuncio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor enmarcará el resto del evangelio según san Mateo hasta el final (Mt. 16, 21 a 28,20) como un camino o subida de Jesús hacia Jerusalén. “Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén” (Mt. 16, 21). Todas las palabras y gestos de Jesús podrán ser incluidas como partes de un único drama y un mismo objetivo que les da sentido.

En verdad ya el diálogo de Jesús con sus discípulos en Cesarea de Felipe, precisamente en ese lugar, manifiesta que Jesús se encaminaba hacia Jerusalén, hacia su Pascua.

Y en la respuesta que dan sus discípulos a la pregunta que les hace Jesús “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?”, san Mateo es el único evangelista que consigna la mención también de Jeremías. Este profeta, por su vida probada y sufrida, es un prototipo, figura o imagen del Mesías Siervo, de la Pasión y de la Muerte de Jesús como camino a la Resurrección[3].  

Pedro no había comprendido todavía del todo la fe que había creído confesar tan bien. Pedro, ni los otros discípulos habían entendido aún lo que el seguimiento de Jesús iba a implicar para ellos.  Pero Jesús dijo a sus discípulos, a todos, no sólo a Pedro: “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mt. 16, 24).  También los discípulos debemos ponernos en camino hacia Jerusalén, hacia la Pascua. También los discípulos de Jesús hemos de seguirle a la cruz para poder participar con Él de la gloria de la Resurrección: “El Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras” (Mt. 16, 27).

A veces parece que nosotros, sus discípulos, como Pedro, nos rebelamos frente al Mesías Siervo Sufriente y queremos saltearnos esos versículos de la Pasión y Muerte de Jesús para ir directamente a la gloria de la Resurrección. Cuando confesamos nuestra fe en Jesús y le decimos, como Pedro, “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, hemos de confesar también al misterio de la Pasión y Muerte como parte integral del único misterio de la Pascua de Cristo, misterio del que también nosotros, por ese mismo camino, siguiéndole, hemos de participar, no por la debilidad de nuestra carne sino por su gracia, confortados por la mirada de Jesús.

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga,

Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús

y Capilla Policial San Sebastián,

Paraná,  Argentina

Domingo 31 de agosto de 2008



[1] Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, págs. 337-338.

[2] Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, págs. 338-339.

[3] Cf. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, pág. 342.