Fiesta. Exaltacion de la Santa Cruz
San Juan 3, 13-17: El signo del amor
Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga
Números
21, 4-9
EL SIGNO DEL AMOR
Estos versículos
del cuarto evangelio (Jn. 3, 13-17) pertenecen al diálogo de Jesús con Nicodemo
(Jn. 3, 1-27). Nicodemo era un fariseo que, atraído por los milagros de Jesús y
reconociendo que Él había venido de parte de Dios, buscó Jesús y se
entrevistó con Él, aunque en la oscuridad de la noche y de su fe insuficiente.
Nicodemo era un maestro de Israel, y sin embargo llamó “Maestro” a Jesús y se
dejó enseñar por Él. Jesús, respondiendo a sus preguntas, le dijo a Nicodemo que
para entrar al reino de Dios es necesario un nuevo nacimiento. Y para respaldar
con autoridad lo que le estaba diciendo, Jesús afirmó que
Él hablaba y daba testimonio de lo que había visto.
Aquí es donde se
inserta el evangelio de la liturgia de hoy. Jesús ante Nicodemo
hablaba y daba testimonio de lo que había visto
porque: “Nadie ha subido al cielo, sino el que
descendió del cielo,
el Hijo del Hombre que
está en el cielo” (Jn. 3, 13).
La iniciación que
está dando Jesús a Nicodemo le remonta hasta el
seno mismo de Dios, al misterio de la Trinidad Santísima.
Lo que el Hijo del Hombre vio, Él, que sin dejar de
permanecer siempre junto al Padre, al encarnarse “bajó
del cielo”, lo revela y manifiesta, da testimonio
de lo que ha visto en el Padre.[1]
El discípulo oye
de Jesús, ve en Jesús, la Palabra de Vida, quien desde toda la eternidad
contempla el Rostro del Padre, lo que Jesús en el Padre vio y del Padre
oyó y trasmite. Continuando la Iglesia la misión de Jesús, quien
salió del Padre y fue enviado por el Padre, el
discípulo también debe dar testimonio y anunciar lo que de la Palabra de Vida
oyó y vio.
El autor del
cuarto evangelio escribe al respecto en el comienzo de su Primera Carta
refiriéndose a los apóstoles y discípulos de Jesús: “Lo
que existía desde el principio,
lo que hemos oído,
lo que hemos
visto con nuestros ojos,
lo que contemplamos y
tocaron nuestras manos
acerca de la Palabra de Vida,
pues la Vida se manifestó,
y nosotros la hemos visto y
damos testimonio y os
anunciamos la Vida eterna,
que estaba vuelta hacia el Padre
y que se nos manifestó.
Lo que hemos visto y oído, os lo
anunciamos. Y éste
es el mensaje que hemos oído de Él y que os anunciamos:
Dios es Luz, en él no hay
tiniebla alguna. Si decimos que estamos en comunión con él, y
caminamos en tinieblas,
mentimos y no obramos la verdad. Pero si caminamos
en la luz, como él mismo
está en la luz, estamos en
comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo
pecado.” ( 1 Jn. 1-7).
Jesús incluyó en cierto
modo a todos sus discípulos, incluyó a la Iglesia de la Nueva Alianza, en aquel
“nosotros” que usó cuando le
dijo a Nicodemo, que representaba todavía a la Alianza Antigua y
caminaba en las tinieblas de la noche:
“Tú eres maestro de Israel, ¿y no entiendes estas cosas? Te lo aseguro:
nosotros hablamos
de lo que sabemos, y
damos testimonio de lo que hemos visto,
pero ustedes no aceptan nuestro testimonio”
(Jn. 3, 10-11).
“Nadie ha subido
al cielo, sino el que descendió del cielo,
el Hijo del Hombre que
está en el cielo”
(Jn. 3, 13). Sólo a Él debemos escuchar. Él es más grande que la Ley,
es la Palabra de Vida en Persona, la Palabra de Vida
Eterna que nos salva.
Continúa el
evangelio según san Juan: “De la misma manera que
Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto,
también es necesario que el Hijo del Hombre sea
levantado en alto, para que todos
los que creen en él tengan Vida eterna”
(Jn. 3, 14-15).
Para comprender la
interpretación tipológica que encontramos en este fragmento del evangelio, hemos
de ir a dos textos del Antiguo Testamento.
Al primero lo
proclamamos también hoy como primera lectura y se refiere al episodio original
de la murmuración del pueblo de Israel contra Dios, el castigo y la posterior
sanación: Números 21, 4-9.
“En el camino, el
pueblo perdió la paciencia y comenzó a hablar contra Dios y contra Moisés: ¿Por
qué nos hicieron salir de Egipto para hacernos morir en el desierto? ¡Aquí no
hay pan ni agua, y ya estamos hartos de este pan insípido! Entonces el Señor
envió contra el pueblo unas serpientes venenosas, que mordieron a la gente, y
así murieron muchos israelitas. El pueblo acudió a Moisés y le dijo: Hemos
pecado hablando contra el Señor y contra ti. Intercede delante del Señor, para
que aleje de nosotros esas serpientes. Moisés intercedió por el pueblo, y el
Señor le dijo: Fabrica una serpiente venenosa y colócala sobre un estandarte. Y
todo el que haya sido mordido, al mirarla, quedará
curado. Moisés hizo
una serpiente de bronce y la puso sobre un
estandarte. Y cuando alguien era mordido por una serpiente,
miraba hacia la serpiente de bronce y quedaba curado”.
Para interpretar
correctamente este episodio, pasamos a relacionarlo con otro texto de la Biblia
que es posterior, Sabiduría 16, 6-11:
“Tenían
una señal de
salvación como recuerdo del mandamiento de tu
Ley; y el que a ella se volvía,
se salvaba, no por lo que contemplaba, sino por ti,
Salvador de todos”.
La serpiente de
bronce sobre el mástil no era un ídolo ni un amuleto sino
un signo que debía recordarle al pueblo la Palabra de
Dios, la Ley de Dios.
Mirar la serpiente de bronce expresaba la obediencia a la
Palabra de Dios, la sumisión a los mandamientos de
Dios. Por Dios y su Palabra eran curados y salvados quienes contemplaban la
serpiente levantada en alto.
[2] La serpiente de bronce
era signo de salvación.[3]
El evangelio de Juan
hace una lectura tipológica del texto de Números siguiendo la interpretación que
a su vez hace de aquel el libro de la Sabiduría.
Pero el evangelio de Juan
no otorga valor tipológico a la serpiente de bronce sino
a su posición elevada.
Dios daba la salvación a quien miraba la serpiente de bronce elevada. De un modo
semejante, por la elevación del Hijo del Hombre
Dios dará la vida eterna a quienes crean en Él.
Volverse hacia Jesús con la mirada de la fe, a Él
que es la misma Palabra de Vida Eterna, a Jesús
elevado en alto, es la condición para obtener no
una curación o salvación temporal sino la vida eterna.[4]
Que el Hijo del
Hombre debe ser levantado o elevado (Jn. 3, 14), es la expresión que da sentido
a la solemnidad de la Exaltación de la Santa Cruz.
Sin embargo, la elevación no se refiere
exclusivamente a la cruz sino también a la gloria de la Resurrección y la
Ascensión, como pasos sucesivos de un único misterio cristológico.
El Hijo del Hombre es elevado en sentido de
enaltecido, exaltado, glorificado, sentado a la derecha del Padre.
La mirada de la fe de los creyentes no se queda varada en la cruz sino que la
mirada de fe es elevada desde y por la cruz a la Resurrección gloriosa del
Señor.
[5]
Jesús reiteraría
el anuncio de su elevación: “Cuando hayan
levantado al Hijo del Hombre,
comprenderán que Yo soy y
que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como mi Padre me enseñó” (Jn. 8,
28).
“Cuando yo sea
levantado de la
tierra, atraeré a
todos hacia mí. Lo decía indicando de qué muerte iba a morir” (Jn 12,32).
Ésa era la
voluntad del Padre. El amor de Dios que quiere que todos los hombres sean
salvados. Lo que Jesús vio en el Padre y manifiesta, de lo que da testimonio es
del Amor del Padre. Obedecer la voluntad salvífica del Padre y manifestar el
amor del Padre llevó a Jesús a la cruz. Ése es el camino elegido. Por la fe en
Jesús, el Salvador levantado en alto, el amor del Padre concede la vida eterna.
La cruz se convierte así en signo de salvación
porque es signo del amor de Dios.
“Tanto amó Dios al
mundo (¡…tanto…tanto amó Dios al mundo!), que
entregó a su
Hijo único, para que quien crea
en él no muera, sino
tenga vida eterna…para
que se salve por
medio de Él” (Jn. 3, 16).
Dios “nos amó primero
y envió a Su Hijo como Víctima propiciatoria por
nuestros pecados” (1 Jn. 4, 10), nos dice el mismo
san Juan en su Primera Carta.
En el evangelio
según san Juan se dice varias veces que Dios dio
(entregó) a los hombres lo que se necesita para su
salvación: el agua viva (4, 10.14), el alimento de
vida eterna (6, 27), el Pan de vida (6, 32.33.51), el Espíritu Paráclito (7, 39;
14, 16), la vida eterna (10, 28), el mandamiento nuevo (13, 34)... Pero, en el
fragmento que leemos hoy, el don de Dios para la
salvación del mundo es el más grande y más precioso:
“su Hijo único”.
Tanto amó Dios al mundo…[6]
Mirando con la
mirada de la fe, contemplando a Jesús en la cruz, vemos, oímos y tocamos
el amor de Dios por la
humanidad. El discípulo debe “mirar al que han
atravesado” (Jn. 19, 37).Eso es lo que hemos visto
y oído. Eso es lo que como discípulos debemos anunciar, de lo que hay que dar
testimonio. Contemplarle en su elevación en la cruz, su Pasión, su Muerte y su
Resurrección. Resucitando a Jesús, Dios Padre
muestra mayor amor aún que entregando a su Hijo Único en la cruz.
La fe es como una
mirada que se clava en Jesús el Salvador, levantado en alto, y penetra el
misterio del amor de Dios. A través de la cruz,
que es el signo, la fe pasa al crucificado y al resucitado, al amor del Siervo
Sufriente y el Hijo del Hombre.
Al besar la cruz beso al
crucificado. Como todo signo,
sería un fracaso la cruz si no me condujera a Aquel que fue crucificado.
No salva la cruz por sí misma sino Aquel que en ella fue
crucificado, y que pasando a través de ella,
resucitando, venció a la muerte y al pecado. En rigor, el signo de salvación no
es la cruz, el Signo de Salvación es la Palabra
hecha carne.
Los signos
sensibles son necesarios en la vida desde el momento en que no somos ángeles. La
ciudad secularizada, tantas veces vaciada con intolerancia de los signos
religiosos y del signo visible de la cruz, del signo del amor de Dios, deja a
los creyentes en una situación parecida al pueblo de Israel mordido por las
serpientes venenosas. Como el mismo pueblo, que supo reconocer que había pecado
y por la intercesión de Moisés invocó a Dios para ser salvado, como Nicodemo,
aunque en la oscuridad de una fe vacilante, los
hombres de hoy hemos de buscar al signo levantado en alto para la salvación del
mundo, Cristo, signo de esperanza de la vida eterna.
Pbro. Hernán Quijano
Guesalaga,
Parroquia del Sagrado
Corazón de Jesús
y Capilla Policial San
Sebastián,
Paraná, Argentina
Domingo 14 de septiembre
de 2008
[1]
Cf. Comentario Bíblico San Jerónimo, Tomo
IV, Nuevo Testamento II, Madrid, Cristiandad, 1972, pág. 439.
[2]
Cf. Rivas, Luis; El Evangelio de Juan,
Buenos Aires, San Benito, 2006, pág. 161.
[3]
Cf. Comentario Bíblico San Jerónimo, Tomo
IV, Nuevo Testamento II, Madrid, Cristiandad, 1972, pág. 439.
[4]
Cf. Rivas, Luis; El Evangelio de Juan,
Buenos Aires, San Benito, 2006, pág. 161.
[5]
Cf. Rivas, Luis; El Evangelio de Juan,
Buenos Aires, San Benito, 2006, pág. 162. Cf. también X. Léon-Dufour,
Vocabulario de Teología Bíblica, Barcelona, Herder, 1965, voz: “cruz”,
págs. 170-172 y Comentario Bíblico San Jerónimo, Tomo IV, Nuevo
Testamento II, Madrid, Cristiandad, 1972, pág. 439.
[6]
Cf. Rivas, Luis; El Evangelio de Juan,
Buenos Aires, San Benito, 2006, pág. 163-164.