XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
San Mateo 22, 1-14: El banquete está preparado
Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga
Isaías
25, 6-10
EL BANQUETE ESTÁ PREPARADO
La de hoy es la
tercera de la serie de tres parábolas pronunciadas
por Jesús en el templo de Jerusalén,
pocos días antes de su muerte, en los cap. 21 y 22
del evangelio de san Mateo.
Este grupo de tres
parábolas sobre el reino de los cielos tiene
un tono diverso al conjunto
de siete parábolas que reúne el capítulo 13
del mismo evangelio. Una de las diferencias consiste en que estas tres parábolas
acentúan el carácter acusatorio y judicativo hacia
los jefes religiosos de Jerusalén.
Leímos la primera
de las parábolas, la de los dos hijos del dueño de la viña (Mt. 21, 28-32), el
domingo antepasado. El pasado domingo tocó la parábola de
los viñadores desagradecidos
(Mt. 21, 33-43). Proclamamos hoy la tercera, la de
los invitados al banquete de bodas
(Mt. 22, 1-14).
Podemos reconocer
una analogía entre la parábola de los dos hijos
del dueño de la viña (Mt. 21, 28-32)
y la de los invitados al banquete de bodas
(Mt. 22, 1-14). Cuando en ésta se habla de algunos invitados a la boda que no
aceptando la invitación del rey se niegan a ir al banquete, recordamos al
segundo hijo del dueño de la viña que, cuando el padre le invita a ir a trabajar
a su campo, si bien le responde que irá, en definitiva no va (Mt. 21, 30). El
otro hijo, el que dice “no quiero” pero después se arrepiente y obedece la
voluntad del padre (Mt. 21, 29), se parece a los últimos invitados al banquete
del rey, que finalmente se sientan a la mesa aunque no estaban incluidos en la
lista inicial de invitaciones.
La parábola de
los invitados al banquete de bodas
(Mt. 22, 1-14), igual que las tres de la serie, tiene como
destinatarios inmediatos a
los sumos sacerdotes, los ancianos del pueblo (Mt.
21,23) y los fariseos (Mt. 21, 45). Sin embargo,
la parábola está dirigida a todos,
también a la Iglesia,
y tiene en cuenta la situación de la comunidad cristiana en tiempos en que san
Mateo escribe el evangelio, como se sigue de la segunda parte de la parábola,
referida a la necesidad de un vestido apropiado para permanecer en la sala y no
ser excluido del banquete del reino (Mt. 22, 11-13).
La parábola del
banquete de bodas, lo que no encontramos en las otras dos de san Mateo capítulo
21, retoma el estilo que Jesús usa para iniciar muchas de sus parábolas, y
comienza así: “el reino de los cielos se parece a”
(Mt. 22, 2). Así como ha enseñado que “el reino de los cielos se parece” a la
semilla buena sembrada junto a la cizaña (Mt. 13, 24-30), a una semilla de
mostaza (Mt. 13, 31-32), a la levadura (Mt. 13, 33), a un tesoro escondido (Mt.
13, 44), a una perla fina descubierta por un comerciante (Mt. 13, 45), a una red
de pescador echada al mar (Mt. 13, 47-50), en esta parábola Jesús afirma que el
reino de Dios (expresión equivalente a la de “reino de los cielos”) se parece a
lo que ocurre en la historia de un rey anfitrión y
los invitados al banquete de bodas de su hijo.
La parábola del
banquete de Mt. 22, 1-14 tiene su paralelo en el
evangelio según san Lucas (Lc. 14, 15-23), con un
innegable núcleo semejante
aunque con algunas diferencias.
Elementos comunes
en ambos evangelistas son la invitación que a través de sus servidores hace un
señor a la celebración de un banquete, la negativa del primer grupo de
invitados, la apertura de la invitación a otros que inicialmente no estaban en
la lista hasta llenar la sala donde la mesa ya está servida.
En cuanto a las
diferencias entre los
evangelios según san Mateo y según san Lucas, en Mateo se trata de
un rey que con un banquete
celebra las bodas de su hijo,
mientras que en Lucas sólo se habla de un hombre que organiza un gran banquete,
sin la referencia al motivo de la fiesta, las bodas del hijo del rey.
El rey es Dios, el Padre, y el hijo del rey es el Mesías;
en Mateo el sentido de la alegoría es claramente mesiánico.
Si en Mateo leemos
que el rey envía a dos grupos de sirvientes
a llamar a sus primeros invitados, Lucas habla sólo de un envío de servidores
llevando la invitación del anfitrión. Cuando se trata, en cambio, de las
excusas que van poniendo los invitados
para no acudir al banquete, Mateo es más sintético
que Lucas, aunque ambos relatos coinciden en
subrayar el mensaje de que nada ha de ser
antepuesto al reino de Dios advirtiendo sobre el
peligro del apego a los compromisos y bienes
terrenales como causa de la negativa a participar
del banquete del reino de los cielos.
En san Mateo
encontramos detalles que inevitablemente nos conducen a
asociar esta parábola con la de los viñadores homicidas
(Mt. 21, 33-45), donde dice que algunos de los que
fueron invitados maltrataron y mataron a los
enviados (Mt. 22, 6), aludiendo a cómo fueron
tratados los profetas, o cuando habla de la
indignación del rey a causa de ello y del envío de
sus tropas y el incendio de la ciudad (Mt. 22, 7; en Lucas se habla apenas del
enojo del dueño de casa: Lc. 14, 21). La alusión a
la historia de Israel parece más obvia en Mateo.
Pero el enojo del rey por el rechazo descortés de los invitados no clausura su
voluntad de hacer, a pesar de todo, la fiesta, e insiste en su generosidad para
abrir su casa a otros invitados y compartir con ellos la mesa; como en la
parábola de los viñadores ingratos el dueño del campo no pierde su esperanza de
recoger, a pesar de todo, los frutos de la vendimia.
Tanto en la
versión de Mateo como en la de Lucas, ante la negativa de los primeros
invitados, dado que la cena está preparada y ya no puede ser suspendida, el
anfitrión envía sus servidores a invitar a una
segunda tanda de invitados,
sin restricción, hasta llenar el salón de la fiesta
o la casa, aunque sólo en Lucas se explicita que
entonces se convoca a “pobres, mancos, ciegos y cojos” (Lc. 14, 21).
En san Lucas, por otra parte, para la segunda tanda de invitados hay
dos envíos sucesivos de servidores;
en san Mateo basta una salida.
La entrada del rey a la
sala del banquete y su advertencia y exclusión al invitado que no tenía el
vestido apropiado es exclusiva
del evangelio según san Mateo (Mt. 22, 11-14). Algunos llegaron a considerar
estos versículos como otra parábola independiente. No obstante, sea como sea,
autónoma o parte de ella (la primera parte de la parábola comprendería los
versículos 1 a 10, la segunda del 11 al 14), la
narración del comensal excluido está íntimamente unida a la historia del rey y
los invitados al banquete.
Igual que en la parábola de las diez jóvenes con sus
lámparas (Mt. 25, 1-13), la parábola de Mt. 22,
1-14 relaciona el banquete de bodas con la
exclusión de algunos invitados (las jóvenes que no
tienen reserva de aceite quedan fuera cuando llega el novio).
La presencia del rey
en el banquete para ver a los invitados, como repentina irrupción en la sala
(Mt. 22, 11), parece referirse a la escatología final, incluida la
dimensión judicativa de Dios, ante quien hay que rendir
cuentas de forma personal, donde la exclusión del
invitado se presenta como una sentencia y una sanción penal (Mt. 22, 13).
Sin embargo, el
rey llama “amigo”
al invitado que no está adecuadamente vestido (Mt. 22, 12). La expresión “amigo”
es, a la vez, de afecto y de recriminación
(amigo ¿cómo no te vestiste apropiadamente?). “Amigo”, interpelación de afecto
y de recriminación, como en la parábola de los
trabajadores de la viña que reciben su paga
(“amigo, no estoy siendo injusto, ¿no habíamos cerrado trato en un denario?”,
Mt. 20, 13), como le llama Jesús a Judas
cuando entregaba le entregaba en el huerto (“amigo, ¿a qué has venido?”, Mt. 26,
50).[1]
Amigo, Él te ha hecho
entrar al banquete del reino y tú no has correspondido a su amor, no te has
dispuesto adecuadamente.
La imagen del
traje o vestido de fiesta
alude a la costumbre, conocida también entre nosotros en la actualidad, de que
hasta el pobre nunca usa la ropa de todos los días de trabajo para las galas más
formales como una fiesta de casamiento (en Argentina, en el campo, es conocida
la expresión “pilcha del domingo”). El vestido de fiesta simboliza la
dignidad de los hijos de Dios
que ingresan al reino y la coherencia moral de sus
vidas. En la celebración sacramental del bautismo,
el rito de la vestidura blanca, con resonancias
escatológicas, expresa este simbolismo cuando el
ministro dice al bautizado: “Eres ya un hombre nuevo y has sido
revestido de Cristo. Que
esta vestidura blanca sea signo de tu dignidad,
y con la ayuda de la palabra y el ejemplo de tus familiares logres mantenerla
inmaculada hasta la vida eterna”.
Revestirse de Cristo significa revestirse “del hombre nuevo en Cristo, creado a
imagen de Dios, con justicia y santidad auténticas”, como dice san pablo
(Efesios 4, 24).
Por otra parte, la
exclusión del invitado no contradice la amplitud de la invitación que el rey
hace a todos, en los cruces de los caminos (Mt. 22, 9), porque “son muchos los
invitados pero pocos los elegidos” (Mt. 22, 14).
En el reino de Dios hay
buenos y malos (Mt. 22, 10), trigo y cizaña (Mt. 13, 24 y ss.), y todo tipo de
peces que habrá que discernir (Mt. 13, 47-50).
La parábola es
figurativa y simbólica. No hay que hacer una lectura excesivamente literal de
ella, encontrando su fuente de inspiración en la vida cotidiana hasta en los
detalles, como sí ocurre en otras parábolas, como la del sembrador por ejemplo
(Mt. 13, 1 y ss.). Si lo hiciéramos así, no podríamos comprender el hecho
inusual de que todos los que tienen el honor de ser invitados a la fiesta del
rey, masivamente se excusen y se nieguen a asistir. Ni tampoco comprenderíamos
cómo el rey que envía a sus servidores sobre la
hora a invitar a cuantos encuentren en los cruces
de los caminos (Mt. 22, 8-9), siendo previsible que muchos no tienen tiempo de
procurarse el vestido apropiado, luego castiga a uno de sus invitados por no
estar adecuadamente trajeados para la cena.
La
primera lectura de la
misa, Isaías 25, 6-10, nos presenta la imagen de un banquete suculento que
ofrecerá el rey “a todos los pueblos” celebrando en la montaña santa. Dice el
profeta que el rey manifestará su presencia a todos los pueblos y aniquilará
para siempre la muerte, el sufrimiento y las lágrimas. El mensaje profético es
mesiánico. El banquete es mesiánico. El banquete simboliza el reino de Dios que
inaugurará el Mesías, al que estarán invitados todos los pueblos.
Los primeros invitados
al banquete del reino fueron los miembros del Pueblo de Israel, pero el plan de
salvación estaba desde el comienzo destinado a todos los hombres. Por ello, la
segunda tanda de invitados, en la parábola, representa a los paganos y a toda la
humanidad. Es la nación nueva que producirá sus frutos, como decía Jesús en la
parábola de los viñadores ingratos (Mt. 21, 43). Es la Iglesia.
Los tiempos mesiánicos
han llegado. La mesa del banquete del reino está servida, ya está lista. Dios
mismo lo ha preparado. ¿Dónde están los invitados del Rey?
Nosotros, en la Iglesia,
frente a la invitación que nos hace el Señor para el reino de Dios, ¿respondemos
enseguida o nos excusamos con desaire aduciendo que “tenemos cosas más
importantes que hacer”? ¿Apreciamos y valoramos los intentos incansables del
amor de Dios, respetando siempre nuestra libertad, para que aceptemos su
invitación a compartir con Él el banquete del reino de los cielos? ¿Vestimos
para la fiesta, o acaso, abusando del amor de Dios, creemos que tenemos
asegurada la salvación, nuestro asiento en la mesa del reino, y no nos ocupamos
de vivir de acuerdo a la dignidad que Él nos ha dado? En el día de la vuelta del
Señor, ¿vestiremos los trajes adecuados o mereceremos el reproche del Señor?
¿Podremos responder presentando en nuestra defensa obras buenas o callaremos
como el invitado de la parábola ante la pregunta del rey (“enmudeció”, Mt. 22,
12)?
El reino de los cielos
ya está presente, aunque su
plenitud se dará al final de los tiempos. Mientras tanto,
ya muerte ya ha sido vencida, y el dolor y toda lágrima,
por la resurrección de Jesús.
El banquete de bodas del
Cordero se anticipa, como prenda de la gloria futura, en la mesa eucarística, en
cada misa.
El banquete está
preparado, la mesa está servida, el
mismo Dios la ha servido, el mismo Dios se da en alimento y bebida.
Pbro. Hernán Quijano
Guesalaga,
Parroquia del Sagrado
Corazón de Jesús,
Capilla Policial San
Sebastián,
Paraná, Argentina
Domingo 12 de octubre de
2008