XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
San Mateo 19, 30 – 20, 16: La envidia
Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga
El capítulo anterior de
este evangelio de san Mateo había terminado con las mismas palabras con que
termina el texto que acabamos de leer: " los últimos serán los primeros y los
primeros los últimos".
De modo que ésta resulta la
tesis del maestro que va a explicar mediante una imagen o comparación
(parábola). Bien sabemos que en todas las parábolas del Señor debemos fijarnos
en lo esencial y no pretender buscar una perfecta correspondencia hasta en los
más mínimos detalles (podría informarse en ese caso el mensaje esencial que el
Señor quiere transmitir).
La viña es el reino
de los cielos, que comienza en la tierra, y es
El propietario es
Dios Hijo, Cabeza de
Los obreros de su
viña son los miembros de su Cuerpo que la Iglesia, que con su trabajo ganan su
salario, y el salario es la gracia en la tierra y
la gloria en la vida eterna (bienaventuranza sin
fin).
Y ¿por qué dice la parábola
que unos obreros son de la primera ahora, otros de la media mañana (las 9),
otros de mediodía (las 12), otros de media tarde (las 15) y otros del atardecer
(las 17)?
Los Padres de la
Iglesia en general dan algunas diferentes interpretaciones de esta parte de
·
Los llamados en las
primeras horas son los justos del antiguo testamento entre los judíos. Los
llamados a último momento son los gentiles, que reciben la misma herencia
despreciada por lo judíos.
·
Los llamados al
amanecer son los bautizados y llamados a la vida cristiana a poco de nacer; los
llamados a media mañana son los llamados cuando niños; los de mediodía, los
jóvenes; los de media tarde, los adultos; los del anochecer, los ancianos. Todos
al fin llamados y todos recompensados.
Un detalle importante
que hay que advertir es que todos los llamados a las distintas horas
responden en seguida y generosamente, ninguno se demora.
Lo que dice del llamado a
la vida cristiana, bien podemos aplicarlo al llamado a la vocación sacerdotal y
el llamado a la santidad.
Y al fin de la jornada el
propietario de la parábola paga el jornal a sus obreros.
A unos paga lo contratado
(no le pueden acusar de injusticia), según su trabajo tienen el salario
acordado; y a otros no les paga propiamente sino que, como es libre dueño de sus
bienes, les da, les regala generosamente.
Los primeros (que al
fin son los últimos) protestan y murmuran. Quieren aplicar a la justicia de Dios
los criterios de medida de la justicia conmutativa entre los hombres. Y se
olvidan de lo que dice la primera lectura de la misa de hoy
(Isaías 55,6): "mis planes no son los planes de ustedes,
los caminos de ustedes no son mis caminos".
Los pensamientos de
Dios son inescrutables. La justicia, el amor de
Dios es incomprensible, no se mide con nuestras medidas.
Es más, para que comprendamos que la gracia y la vida eterna son absolutamente
gratuitas, o sea que
no se compran igual por igual con nuestro trabajo, pone estos trabajadores de la
última hora que reciben el mismo salario que los primeros y resulta que con ser
los últimos terminan siendo los primeros.
¡Cuánto nos ha dado
Dios! ¡Cuánto sin merecerlo, sin valorarlo! ¡Cuántas
veces me quejo, soy injusto, pido cuentas a Dios!
Respecto de todos los
dones de Dios, repartidos gratuitamente en forma desigual, inescrutable Dios en
su distribución, surgen siempre las murmuraciones de aquellos obreros:
¿por qué a mí me pasa esta desgracia y aquél tiene más
suerte? ¿Por qué no tengo tantas posibilidades? ¿Por qué esta enfermedad, etc.?
Pedimos el salario antes del tiempo.
Equivocamos salario en esta vida y no queremos pagar el precio del salario en la
vida eterna, la cruz.
En segundo lugar, podríamos
considerar otro punto de esta parábola y lo que dice al final el Señor en boca
del propietario de la viña:
"Quiero darle a este
último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera que
mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo
soy bueno?".
Y esto nos sugiere el
tema de
La envidia es la tristeza
por el bien ajeno. Y se opone a
Y uno de los pecados
derivados de la envidia es precisamente la murmuración,
en la cual cayeron los obreros de la primera hora.
La envidia puede conducir a
graves desórdenes. Por envidia Caín mató a su hermano Abel, y José fue vendido a
unos extraños por sus hermanos. Los mismos apóstoles en ocasiones se sentían
envidiosos unos de otros, hasta último momento, poco antes de la cena los vemos
disputando sobre quién de ellos es el mayor.
En todas las
ocasiones hay defectos típicos que se llaman defectos profesionales. Pues bien,
uno de los defectos profesionales de los
sacerdotes suele ser, por desgracia, la envidia.
·
Frente a un colega que
es elegido para un cargo eclesiástico o recibe alguna distinción.
·
Frente al éxito de las
predicaciones o las conquistas apostólicas de aquel otro.
·
O frente a la parroquia
y esa gente buena que responde.
·
O frente a sus
cualidades: su facilidad de palabra, su paciencia, su virtud; sus “gordos”
estipendios; su fama de santo.
Y del Seminario, como un
gusano que crece, ese defecto tiende a tomar cuerpo:
·
Es el seminarista que
siente envidia frente al compañero que es inteligente, que obtiene mejores
calificaciones.
·
O que goza del favor de
los profesores o superiores que se fijan en él, o en ese curso más que en otro.
·
O que tiene más
recursos económicos o mayor afecto de su familia, etc.
Es
Pero, debemos discernir,
descubrir, sacarle la máscara, contrariar la envidia.
La envidia es diferente en
los varones en las mujeres. En ellas se da más unida a los celos y a la
susceptibilidad excesiva ("me quieren o no me quieren; me quieren más o me
quieren menos"). Pero a veces sin darnos cuenta somos poco varones en todo esto.
Lo opuesto de la
envidia es
·
No se entristece por el
éxito de los demás.
·
No disminuye su mérito.
·
No trabaja
disimuladamente para perjudicar al otro.
·
No mira al prójimo como
un rival ni como un extraño sino con un hermano, es más: como otro yo, y por eso
sus éxitos, sus alegrías son propias.
"¿Quién está enfermo que yo
no lo esté con él? (Segunda carta a los Corintios 11, 29).
"Alégrense con los
que se alegran, lloren con los que lloran" (Romanos 12, 15).
Pbro. Hernán Quijano
Guesalaga
23 de septiembre de 1978
Seminario de Paraná,
Argentina