XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Solemnidad Cristo Rey del Universo
San Mateo 25, 31-46: Pastor, Rey y Juez
Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga
Ezequiel
34, 11-12. 15-17
PASTOR, REY Y
JUEZ
Pastor, Rey y Juez.
Tales son los rasgos que las tres lecturas bíblicas de este último domingo del
año litúrgico hacen converger en la figura de Cristo.
En la visión profética
de Ezequiel, el Mesías asume el
papel del mismo Dios que como Pastor promete que consolará a su Pueblo:
congregará el rebaño disperso, apacentará sus ovejas con justicia y las llevará
a descansar, buscará a la oveja perdida y sanará a la herida o enferma.
El Pastor es Dios mismo
apacentando su rebaño sin la mediación de los malos pastores. Este Pastor
también posee poder para juzgar
“entre oveja y oveja, entre carneros y chivos”. El Mesías, Cristo, encarnará y
concretará este anuncio.
En la carta de san Pablo
a los cristianos de Corinto, Cristo
Resucitado, el primero en resucitar, en la plenitud de los tiempos, concederá la
resurrección a todos los hombres, entonces se manifestará su victoria sobre todo
poder, y sometiéndosele todas las cosas, entregará y someterá su reino al Padre.
En la solemnidad
de Jesucristo Rey, es necesario entender lo que este título significa. Cristo,
en efecto, es Rey. ¿No hemos venido recordando a lo largo de este año litúrgico,
en el que hemos seguido fundamentalmente el evangelio según san Mateo, el
mensaje de Jesús sobre el reino de Dios, el anuncio de que el reino está cerca,
las parábolas sobre el reino de los cielos? En la profecía que hemos proclamado
hoy el Hijo del Hombre es llamado precisamente “Rey”: “Entonces
el rey dirá a los que tenga
a su derecha”, “el rey
les contestará” (Mt. 25, 34.40). Es el Hijo del Hombre que, en la plenitud de su
reino, llega con majestad y se sienta en su trono
de gloria (Mt. 25, 31) y llama a los justos a
recibir el reino
preparado para ellos desde la creación del mundo (Mt. 25, 34). Con razón, justos
y malos le llaman “Señor”.
Es Rey con
facultades de Juez universal: “todas las naciones
serán reunidas en su presencia” (Mt. 25, 32). Separará “a unos de otros, como un
pastor separa las ovejas y las cabras” (Mt. 25, 32).
Es Rey, es Juez y es Pastor.
Decir que Jesús es Rey, Juez y Pastor es lo mismo.
Él reina pastoreando,
o sea, parafraseando al profeta Ezequiel y su profecía sobre el Pastor
anunciado, Él reina congregando
el rebaño disperso, apacentando
sus ovejas con justicia y llevándolas a descansar,
buscando a la oveja
perdida y sanando a
la herida o enferma. Él reina como Pastor Bueno
que ama y sirve a sus ovejas. Reina Cristo con el poder desarmado de la
misericordia y el amor.
Él reina como supremo
Juez colocando a las ovejas a su
derecha y a las cabras a su izquierda (Mt. 25, 33), invitando a unos a acercarse
(“Vengan”, Mt. 25, 34) y apartando a los otros (Mt. 25, 41), llamando “benditos”
a los de la derecha (Mt. 25, 34) y a los de la izquierda “malditos” (Mt. 25,41).
Es el mismo
discernimiento del reino que se hará al final entre el trigo y la cizaña según
la parábola de la cizaña (Mt. 13, 24-30. 36-43) o entre peces buenos y peces de
desecho en la parábola de la red (Mt. 13, 47-50).
Lo que más asombra
en esta visión profética, que también es una parábola, sobre el juicio de las
naciones, es el criterio de discernimiento
que aplicará el Juez. El criterio que divide a ovejas y cabras, a los de la
derecha y los de la izquierda, a los benditos y los maldecidos, los que reciben
el reino y los que se lo pierden, es el del amor y
la misericordia en el trato que hayan dado a los hambrientos, los sedientos, los
huéspedes, los desnudos, los enfermos y los presos.
En estas seis
categorías de necesitados podemos oír un eco de la
predicación de Jesús sobre los bienaventurados
(Mt. 5, 1-12). En el sermón de las bienaventuranzas Jesús había llamado felices
por sus actitudes a determinadas categorías de personas (los pobres de corazón,
los afligidos, etc.) porque a ellos les pertenece
el reino de los cielos, serán consolados, serán saciados, verán a Dios.
Allí mencionaba Jesús a los misericordiosos
(en la quinta bienaventuranza, Mt. 5,7) y decía: “felices los misericordiosos
porque serán tratados con misericordia”.
El evangelio de
hoy es como un comentario y ampliación del sermón
de las bienaventuranzas, sobre todo de la de los
misericordiosos. En las bienaventuranzas, Jesús ya había señalado quiénes son
los indigentes del amor y de la misericordia nuestro. Ahora agrega un argumento
más para atraer la misericordia y el amor sobre
sus “hermanos menores” (Mt. 25, 40) y los
“más pequeños” (Mt. 25,
45): se identifica Él mismo con los pobres de
corazón, los afligidos, etc.,
se identifica Él mismo con los pequeños, los hambrientos
y sedientos, los necesitados de casa o vestido, los enfermos o presos.
Y de esa forma, considera
como hecho o negado a Él mismo todo acto de amor y
misericordia en beneficio de los necesitados:
darles o no de comer o de beber, hospedarles o negarles hospedaje, vestirles o
no, visitarles o no (Mt. 25, 40.45).
¡Es impresionante
hasta qué punto Jesús se hace solidario con el
hombre, con todo hombre (porque no se refiere sólo
a sus discípulos)! Jesús quiere
que le veamos a
Él, aunque
oculto y casi de anonimato o incógnito, detrás del
pobre y el indigente,
como una transfiguración de Él
(Mt. 17, 1-9), con la lógica de la Encarnación y de la Cruz de Jesús donde
la humanidad y la debilidad esconden y a la vez
hacen presente la divinidad. “Señor, ¿cuándo
te vimos hambriento,
y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo
te vimos de paso, y te
alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos
enfermo o preso, y fuimos a verte? Y el rey les responderá: Les aseguro que cada
vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos,
lo hicieron conmigo" (Mt.
25, 37-40); “Señor, ¿cuándo te vimos
hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos
socorrido? Y él les responderá: Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con
el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo
hicieron conmigo” (Mt. 25, 44-45).
Haber visto y reconocido
a Jesús en el hambriento que
alimentan, en el sediento cuya sed calman, en el migrante que reciben en su
casa, el necesitado de ropa que visten o el enfermo o preso que visitan,
el haber practicado con ellos el amor y la
misericordia es el criterio de discernimiento para entrar en el reino de los
cielos. “Vengan, benditos de mi Padre, y
reciban en herencia el Reino
que les fue preparado desde el comienzo del mundo” (Mt. 25 34). “Los justos irán
a la Vida eterna” (Mt.
25, 46).
El fragmento de
san Mateo hoy proclamado, que en forma exclusiva nos trasmite este evangelista,
cierra el llamado discurso escatológico de Jesús (capítulos 24 y 25). Lo que
sigue a continuación en Mateo es el relato de la Pasión, de la Pascua de Jesús
(a partir del capítulo 26). Con la Pascua de Jesús
comienzan los tiempos escatológicos, el retorno de Cristo y el juicio universal
se están actuando.
En el discurso
escatológico y en otras parábolas sobre el reino de los cielos (como la del
banquete de bodas: Mt. 22, 1-14), si antes se había subrayado la necesidad de
vigilar y prepararse para la futura venida de Cristo, lo que la visión del
juicio de las naciones destaca es la presencia
actual del Rey, el Cristo glorioso ya llegado, la
plenitud del reino, la promesa cumplida y el
juicio universal en escena.
Si hay un día en
que adquiere todo su sentido invocar a Cristo como
“Señor de la historia”,
como decimos en una oración conocida en Argentina, éste es hoy. Las lecturas
bíblicas nos sugieren relacionar la Creación y la Pascua de Jesús: “Vengan,
benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue
preparado desde el comienzo del mundo”
(Mt. 25 34). Cristo, Rey Misericordioso,
Cristo Resucitado es quien
someterá el universo entero,
Él se someterá también a Aquel (el Padre) que le sometió todas las cosas, “a fin
de que Dios sea todo en todos”
(1° Carta a los Corintios, lectura del día).
Pbro. Hernán Quijano
Guesalaga,
Parroquia del Sagrado
Corazón de Jesús,
Capilla Policial San
Sebastián,
Paraná, Argentina
Domingo 23 de noviembre
de 2008