III Domingo de Adviento, Ciclo B
San Marcos 1, 1-8: Hacerse camino para la venida de Jesús
Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga
Isaías 61,
1-2a. 10-11
YA ESTÁ EN MEDIO
DE UDS.
Las dos primeras
lecturas bíblicas son una exhortación a la alegría.
“Yo desbordo de
alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios.
Porque él me vistió con las vestiduras de la salvación y me envolvió con el
manto de la justicia, como un esposo que se ajusta la diadema y como una esposa
que se adorna con sus joyas. Porque así como la tierra da sus brotes y un jardín
hace germinar lo sembrado, así el Señor hará germinar la justicia y la alabanza
ante todas las naciones.” (Isaías 61, 10-11).
Isaías sueña y
suspira esperando la reconstrucción de la ciudad de Jerusalén después del
destierro. Con alegría contempla la nueva
Jerusalén. La causa del júbilo del profeta es
nueva alianza, la salvación y la justicia de Dios que cubren como vestidura o
manto, y adornan como corona del esposo o joyas de la esposa, la salvación y la
justicia del Señor que son como brote nuevo que germina en la tierra.
“Estén siempre alegres”
(1 Tesalonicenses 5, 16). Entre los consejos y el saludo final de san Pablo a
los tesalonicenses en su primera carta a esta comunidad cristiana, está esta
invitación a la alegría. La alegría es presentada como
un don del Espíritu. Ese
Espíritu cuyo fuego no deben extinguir o apagar (1 Tes. 5, 19). La alegría, como
el carisma de la profecía y todos los dones y carismas recibidos,
deben ser compartidos y puestos al servicio de los
hermanos. Les exhorta igualmente a orar sin cesar,
a dar gracias a Dios por todos los bienes recibidos (refiriéndose probablemente
a las celebraciones eucarísticas de esa comunidad) y a evitar toda conducta
mala. Ruega Pablo que el Dios de la paz los santifique y los conserve íntegros e
irreprochables para cuando venga Nuestro Señor Jesucristo.
La expectativa por la venida del Señor es un tema que
domina esta carta apostólica.
Insertadas en este
tercer domingo de Adviento, ambas lecturas, la de Isaías y la de la primera
carta de Pablo a los cristianos de Tesalónica, son
una invitación a
la alegría por la llegada de los tiempos mesiánicos.
Así lo sugieren claramente los primeros versículos del capítulo 61 de Isaías
(1-2): “El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque el Señor me ha ungido. El me envió a llevar
la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la
liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de
gracia del Señor”. Éste es el texto que proclama Jesús en la sinagoga de
Nazaret, aplicándoselo a sí mismo, en el inicio de su misión mesiánica: “Hoy se
ha cumplido este pasaje de la Escritura” (Lc. 4, 16-21).
La llegada del Mesías, Jesús, el Salvador, es la causa de la alegría cristiana. En Él se cumple lo que había sido prometido al Pueblo de la Antigua Alianza (Isaías). Entre la primera y la última venida del Señor se desenvuelve el tiempo de los cristianos, que se debe caracterizar por la esperanza y la alegría (1 Tesalonicenses).
De la presencia del
Señor en medio del pueblo, “entre Uds.”,
da testimonio Juan Bautista: “en medio de ustedes hay
alguien al que ustedes no conocen” (Jn. 1, 26). ¡Ya
está entre Uds.! ¡Descúbranlo! ¡Él, el Salvador, es la causa de nuestra alegría!
El fragmento del
evangelista san Juan que leímos hoy toma unos versículos del prólogo de este
evangelio que se refieren al Bautista (Jn. 1, 6-8) y luego el primer día del
testimonio de Juan Bautista sobre Jesús (Jn. 1, 19-28).
En el contexto del
prólogo, donde entra en escena
la Palabra, el Verbo, que desde el seno de Dios se hace presente en la creación
como la Luz (Jn. 1, 1-5), la Luz verdadera que viene al mundo, “la Palabra que
se hace carne” (Jn. 1, 8-14), aparece la referencia a Juan Bautista: “Apareció
un hombre enviado por Dios llamado Juan, que vino
como testigo, para dar testimonio de la Luz, de
modo que todos creyeran por medio de él. Él no era
la Luz, sino un testigo de la Luz” (Jn. 1, 6-8);
“Juan grita dando testimonio de él: Éste es aquel del que yo decía:
El que viene detrás de mí es más importante que yo,
porque existía antes que yo” (Jn. 1, 15; segunda
referencia a Juan en el Prólogo, que no es incluida en la lectura del día).
Más adelante, el
evangelista nos explica en qué consiste el
testimonio de Juan (Jn. 1, 19-28). Y nos cuenta
que los judíos enviaron ante Juan a sacerdotes y levitas para realizarle
un interrogatorio.
A la pregunta
“¿Quién eres?”, respondió Juan “No soy el
Mesías”.
“¿Quién eres?”. Es
la misma pregunta que harán los judíos a Jesús (Jn. 8, 25). Es la misma
pregunta que los discípulos no necesitarían hacerle a Jesús “porque sabían que
era el Señor” (Jn. 21, 12). Por eso tiene tanta importancia la confesión
negativa que hizo Juan respondiendo a esta pregunta: “Yo
no soy el Mesías”.[1]
Segunda del
interrogatorio. A la pregunta “¿Eres Elías?”, respondió Juan “No lo soy”. De
Elías se había escrito que retornaría
introduciendo la inauguración de los tiempos mesiánicos
(Malaquías 3, 23). Con verdad y humildad respondió Juan “No soy Elías”. Sin
embargo, Jesús afirmó que Juan Bautista cumplió esta misión propia de Elías, la
de introducir los tiempos mesiánicos (Mt. 11, 14: “él es Elías que debía
venir”).[2]
Tercera del
interrogatorio. A la pregunta “¿Eres el profeta?”, respondió Juan “No lo
soy”. En Deut. 18, 15-18, Moisés había prometido “un profeta” como él, que
intervendría en la instauración de los tiempos
mesiánicos; lo que debe entenderse con referencia
a la institución profética en general.[3]
No obstante, con verdad y humildad respondió Juan “No soy el profeta”.
Tres preguntas al
Bautista con tres respuestas negativas de Juan.
Cuarta
intervención. Preguntaron entonces los sacerdotes y levitas a Juan “¿Quién eres?
¿Qué dices de ti?”, y respondió Juan “Yo soy la
voz del que grita en el desierto: Enderecen el
camino del Señor, según dice el profeta Isaías” (Is. 40, 3). O sea:
No soy la Palabra, soy la voz. Soy nada más que un
pregonero que anuncia la llegada de Otro más importante que yo.
Quinta pregunta
del interrogatorio: “Si no eres el Mesías ni Elías ni el profeta, ¿por qué
bautizas?”, y Juan respondió “Yo bautizo con agua.
Entre Uds. hay Alguien a quien no conocen, que viene
detrás de mí, y yo no soy digno de soltarle la correa de su sandalia”.
La quinta pregunta
pedía cuentas de la autoridad con que Juan administra el rito del bautismo. Y el
Bautista proclamó claramente su subordinación a
Jesús.[4]
Al día siguiente (Jn- 1,
29-33) continuó el testimonio de Juan Bautista sobre Jesús (Jn. 1, 29-34), pero
esta parte no es incluida en la lectura evangélica del día.
Éste es el segundo
de los cuatro domingos de Adviento en que nos topamos con la figura de Juan
Bautista. Lo que en el cuarto evangelio queda subrayado sobre el Bautista es
la superioridad de Jesús sobre Juan.
De la comparación entre Jesús y Juan, el Bautista sale perdiendo. Eso es lo que
destaca el cuarto evangelio: la superioridad de Jesús sobre Juan.
El evangelista,
después del prólogo, inicia el evangelio de Jesús, salteándose su nacimiento e
infancia, con la referencia al testimonio de Juan Bautista sobre Jesús.
Su intención parece ser la de poner de manifiesto la
relación entre Jesús y Juan y la superioridad de Jesús sobre Juan.[5]
Juan es testigo de la
Luz, testigo (la voz) de la
Palabra. Juan no es la Luz;
refleja y hace brillar la Luz verdadera, para que
creamos por él. A Dios en esta vida no se le puede
ver directamente, como no se puede fijar los ojos en el sol. Creemos en Dios con
la ayuda de aquellos testigos que reflejan la Luz de Dios.
El testimonio de Juan está en orden a nuestra fe en Jesús.
Con sus propias
palabras Juan afirma claramente la superioridad de Jesús sobre él. En su
testimonio del segundo día dirá “Yo lo he visto y
atestiguo que Él es el Hijo de Dios” (Jn. 1, 34).
Juan es un testigo que habla de lo que vio.
El
testimonio es una de las
ideas claves del evangelio según san Juan. Juan es
el primero de una serie de testigos. De la
samaritana escribe el evangelista: “muchos creyeron en Él por las palabras de la
mujer que atestiguaba:
me ha dicho todo lo que hice” (Jn. 4, 39). “Yo tengo un testimonio más valioso
que el de Juan: las obras
que mi Padre me encargó hacer y que yo hago atestiguan de mí que el Padre me ha
enviado. También el Padre
que me envió da testimonio de mí” (Jn. 5, 36-37). “Cuando venga
el Defensor que yo les
enviaré de parte del Padre, Él dará testimonio de mí; y
Uds. también darán testimonio,
porque han estado conmigo desde el principio” (Jn. 15, 26-27). “Éste es el
discípulo que da testimonio de estas cosas y lo ha escrito
(el evangelista Juan); y
nos consta que su testimonio es verdadero” (Jn. 21, 24).[6]
Dejemos que Juan
Bautista, testigo de la Luz, reflejando la Luz de Jesús, nos ayude a prepararnos
para la venida del Salvador en la próxima Navidad. Vivamos con alegría su visita
cercana y su presencia.
Pidamos al Señor
que aumente nuestra fe y que le descubramos, conozcamos y reconozcamos presente
entre nosotros, y obrando siempre la salvación a nuestro favor.
Que no se diga de nosotros: en medio de ellos está
Alguien a quien no han conocido: “La Luz brilló en
las tinieblas y las tinieblas no la comprendieron. Vino a los suyos y los suyos
no la recibieron” (Jn. 1, 5. 10). No queremos ser tinieblas sino luz, y
testigos de la Luz para el mundo de hoy,
como Juan Bautista.
Pbro. Hernán Quijano Guesalaga,
Parroquia del Sagrado
Corazón de Jesús,
Capilla Policial San
Sebastián,
Paraná, Argentina
Domingo 14 de diciembre
de 2008
[1] Cf. Comentario Bíblico San Jerónimo, Nuevo Testamento II, Tomo IV, Cristiandad, Madrid, 1972.
[2] Cf. Comentario Bíblico San Jerónimo, Nuevo Testamento II, Tomo IV, Cristiandad, Madrid, 1972; Luis Rivas, El evangelio de Juan, San Benito, Buenos Aires, 2006.
[3] Cf. Comentario Bíblico San Jerónimo, Nuevo Testamento II, Tomo IV, Cristiandad, Madrid, 1972; Luis Rivas, El evangelio de Juan, San Benito, Buenos Aires, 2006..
[4] Cf. Luis Rivas, El evangelio de Juan, San Benito, Buenos Aires, 2006.
[5] Cf. Comentario Bíblico San Jerónimo, Nuevo Testamento II, Tomo IV, Cristiandad, Madrid, 1972.
[6] Cf. Comentario Bíblico San Jerónimo, Nuevo Testamento II, Tomo IV, Cristiandad, Madrid, 1972.