III Domingo de Adviento, Ciclo B

San Marcos 1, 1-8: Hacerse camino para la venida de Jesús

Autor: Padre Hernán Quijano Guesalaga

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Isaías 61, 1-2a. 10-11; I° carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Tesalónica 5, 16-24; Evangelio según san Juan 1, 6-8. 19-28 

YA ESTÁ EN MEDIO DE UDS. 

Las dos primeras lecturas bíblicas son una exhortación a la alegría.

Yo desbordo de alegría en el Señor, mi alma se regocija en mi Dios. Porque él me vistió con las vestiduras de la salvación y me envolvió con el manto de la justicia, como un esposo que se ajusta la diadema y como una esposa que se adorna con sus joyas. Porque así como la tierra da sus brotes y un jardín hace germinar lo sembrado, así el Señor hará germinar la justicia y la alabanza ante todas las naciones.” (Isaías 61, 10-11).

Isaías sueña y suspira esperando la reconstrucción de la ciudad de Jerusalén después del destierro. Con alegría contempla la nueva Jerusalén. La causa del júbilo del profeta es nueva alianza, la salvación y la justicia de Dios que cubren como vestidura o manto, y adornan como corona del esposo o joyas de la esposa, la salvación y la justicia del Señor que son como brote nuevo que germina en la tierra. 

“Estén siempre alegres” (1 Tesalonicenses 5, 16). Entre los consejos y el saludo final de san Pablo a los tesalonicenses en su primera carta a esta comunidad cristiana, está esta invitación a la alegría. La alegría es presentada como un don del Espíritu. Ese Espíritu cuyo fuego no deben extinguir o apagar (1 Tes. 5, 19). La alegría, como el carisma de la profecía y todos los dones y carismas recibidos, deben ser compartidos y puestos al servicio de los hermanos. Les exhorta igualmente a orar sin cesar, a dar gracias a Dios por todos los bienes recibidos (refiriéndose probablemente a las celebraciones eucarísticas de esa comunidad) y a evitar toda conducta mala. Ruega Pablo que el Dios de la paz los santifique y los conserve íntegros e irreprochables para cuando venga Nuestro Señor Jesucristo. La expectativa por la venida del Señor es un tema que domina esta carta apostólica.

Insertadas en este tercer domingo de Adviento, ambas lecturas, la de Isaías y la de la primera carta de Pablo a los cristianos de Tesalónica, son una invitación a la alegría por la llegada de los tiempos mesiánicos. Así lo sugieren claramente los primeros versículos del capítulo 61 de Isaías (1-2): “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. El me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor”.  Éste es el texto que proclama Jesús en la sinagoga de Nazaret, aplicándoselo a sí mismo, en el inicio de su misión mesiánica: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura” (Lc. 4, 16-21).

La llegada del Mesías, Jesús, el Salvador, es la causa de la alegría cristiana. En Él se cumple lo que había sido prometido al Pueblo de la Antigua Alianza (Isaías).  Entre la primera y la última venida del Señor se desenvuelve el tiempo de los cristianos, que se debe caracterizar por la esperanza y la alegría (1 Tesalonicenses).

De la presencia del Señor en medio del pueblo, “entre Uds.”, da testimonio Juan Bautista: “en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen” (Jn. 1, 26). ¡Ya está entre Uds.! ¡Descúbranlo! ¡Él, el Salvador, es la causa de nuestra alegría!

El fragmento del evangelista san Juan que leímos hoy toma unos versículos del prólogo de este evangelio que se refieren al Bautista (Jn. 1, 6-8) y luego el primer día del testimonio de Juan Bautista sobre Jesús (Jn. 1, 19-28).

En el contexto del prólogo, donde entra en escena la Palabra, el Verbo, que desde el seno de Dios se hace presente en la creación como la Luz (Jn. 1, 1-5), la Luz verdadera que viene al mundo, “la Palabra que se hace carne” (Jn. 1, 8-14), aparece la referencia a Juan Bautista: “Apareció un hombre enviado por Dios llamado Juan, que vino como testigo, para dar testimonio de la Luz, de modo que todos creyeran por medio de él. Él no era la Luz, sino un testigo de la Luz” (Jn. 1, 6-8); “Juan grita dando testimonio de él: Éste es aquel del que yo decía: El que viene detrás de mí es más importante que yo, porque existía antes que yo” (Jn. 1, 15; segunda referencia a Juan en el Prólogo, que no es incluida en la lectura del día).

Más adelante, el evangelista nos explica en qué consiste el testimonio de Juan (Jn. 1, 19-28). Y nos cuenta que los judíos enviaron ante Juan a sacerdotes y levitas para realizarle un interrogatorio.

A la pregunta “¿Quién eres?”, respondió Juan “No soy el Mesías”.

“¿Quién eres?”. Es la misma pregunta que harán los judíos a Jesús (Jn. 8, 25).  Es la misma pregunta que los discípulos no necesitarían hacerle a Jesús “porque sabían que era el Señor” (Jn. 21, 12). Por eso tiene tanta importancia la confesión negativa que hizo Juan respondiendo a esta pregunta: “Yo no soy el Mesías”.[1]

Segunda del interrogatorio. A la pregunta “¿Eres Elías?”, respondió Juan “No lo soy”. De Elías se había escrito que retornaría introduciendo la inauguración de los tiempos mesiánicos (Malaquías 3, 23). Con verdad y humildad respondió Juan “No soy Elías”. Sin embargo, Jesús afirmó que Juan Bautista cumplió esta misión propia de Elías, la de introducir los tiempos mesiánicos (Mt. 11, 14: “él es Elías que debía venir”).[2]

Tercera del interrogatorio. A la pregunta  “¿Eres el profeta?”, respondió Juan “No lo soy”. En Deut. 18, 15-18, Moisés había prometido “un profeta” como él, que intervendría en la instauración de los tiempos mesiánicos; lo que debe entenderse con referencia a la institución profética en general.[3] No obstante, con verdad y humildad respondió Juan “No soy el profeta”.

Tres preguntas al Bautista con tres respuestas negativas de Juan.

Cuarta intervención. Preguntaron entonces los sacerdotes y levitas a Juan “¿Quién eres? ¿Qué dices de ti?”, y respondió Juan “Yo soy la voz del que grita en el desierto: Enderecen el camino del Señor, según dice el profeta Isaías” (Is. 40, 3). O sea: No soy la Palabra, soy la voz. Soy nada más que un pregonero que anuncia la llegada de Otro más importante que yo.

Quinta pregunta del interrogatorio: “Si no eres el Mesías ni Elías ni el profeta, ¿por qué bautizas?”, y Juan respondió “Yo bautizo con agua. Entre Uds. hay Alguien a quien no conocen, que viene detrás de mí, y yo no soy digno de soltarle la correa de su sandalia”.

La quinta pregunta pedía cuentas de la autoridad con que Juan administra el rito del bautismo. Y el Bautista proclamó claramente su subordinación a Jesús.[4]

Al día siguiente (Jn- 1, 29-33) continuó el testimonio de Juan Bautista sobre Jesús (Jn. 1, 29-34), pero esta parte no es incluida en la lectura evangélica del día.

Éste es el segundo de los cuatro domingos de Adviento en que nos topamos con la figura de Juan Bautista. Lo que en el cuarto evangelio queda subrayado sobre el Bautista  es la superioridad de Jesús sobre Juan. De la comparación entre Jesús y Juan, el Bautista sale perdiendo. Eso es lo que destaca el cuarto evangelio: la superioridad de Jesús sobre Juan.

El evangelista, después del prólogo, inicia el evangelio de Jesús, salteándose su nacimiento e infancia, con la referencia al testimonio de Juan Bautista sobre Jesús. Su intención parece ser la de poner de manifiesto la relación entre Jesús y Juan y la superioridad de Jesús sobre Juan.[5]

Juan es testigo de la Luz, testigo (la voz) de la Palabra. Juan no es la Luz; refleja y hace brillar la Luz verdadera, para que creamos por él. A Dios en esta vida no se le puede ver directamente, como no se puede fijar los ojos en el sol. Creemos en Dios con la ayuda de aquellos testigos que reflejan la Luz de Dios. El testimonio de Juan está en orden a nuestra fe en Jesús.

Con sus propias palabras Juan afirma claramente la superioridad de Jesús sobre él. En su testimonio del segundo día dirá “Yo lo he visto y atestiguo que Él es el Hijo de Dios” (Jn. 1, 34). Juan es un testigo que habla de lo que vio.

El testimonio es una de las ideas claves del evangelio según san Juan. Juan es el primero de una serie de testigos. De la samaritana escribe el evangelista: “muchos creyeron en Él por las palabras de la mujer que atestiguaba: me ha dicho todo lo que hice” (Jn. 4, 39). “Yo tengo un testimonio más valioso que el de Juan: las obras que mi Padre me encargó hacer y que yo hago atestiguan de mí que el Padre me ha enviado. También el Padre que me envió da testimonio de mí” (Jn. 5, 36-37). “Cuando venga el Defensor que yo les enviaré de parte del Padre, Él dará testimonio de mí; y Uds. también darán testimonio, porque han estado conmigo desde el principio” (Jn. 15, 26-27). “Éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas y lo ha escrito (el evangelista Juan); y nos consta que su testimonio es verdadero” (Jn. 21, 24).[6] 

Dejemos que Juan Bautista, testigo de la Luz, reflejando la Luz de Jesús, nos ayude a prepararnos para la venida del Salvador en la próxima Navidad. Vivamos con alegría su visita cercana y su presencia.

Pidamos al Señor que aumente nuestra fe y que le descubramos, conozcamos y reconozcamos presente entre nosotros, y obrando siempre la salvación a nuestro favor. Que no se diga de nosotros: en medio de ellos está Alguien a quien no han conocido: “La Luz brilló en las tinieblas y las tinieblas no la comprendieron. Vino a los suyos y los suyos no la recibieron” (Jn. 1, 5. 10).  No queremos ser tinieblas sino luz, y testigos de la Luz para el mundo de hoy, como Juan Bautista. 

Pbro. Hernán Quijano Guesalaga,

Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús,

Capilla Policial San Sebastián,

Paraná,  Argentina

Domingo 14 de diciembre de 2008



[1] Cf. Comentario Bíblico San Jerónimo, Nuevo Testamento II, Tomo IV, Cristiandad, Madrid, 1972.

[2] Cf. Comentario Bíblico San Jerónimo, Nuevo Testamento II, Tomo IV, Cristiandad, Madrid, 1972; Luis Rivas, El evangelio de Juan, San Benito, Buenos Aires, 2006.

[3] Cf. Comentario Bíblico San Jerónimo, Nuevo Testamento II, Tomo IV, Cristiandad, Madrid, 1972; Luis Rivas, El evangelio de Juan, San Benito, Buenos Aires, 2006..

[4] Cf. Luis Rivas, El evangelio de Juan, San Benito, Buenos Aires, 2006.

[5] Cf. Comentario Bíblico San Jerónimo, Nuevo Testamento II, Tomo IV, Cristiandad, Madrid, 1972.

[6] Cf. Comentario Bíblico San Jerónimo, Nuevo Testamento II, Tomo IV, Cristiandad, Madrid, 1972.